Considerado el rubro de mayor informalidad, con más de un millón de trabajadoras de las cuales sólo el 30% percibe un recibo legal, el trabajo doméstico captura discursos y prácticas que oscurecen esa relación laboral diferenciada por consideraciones de género y clase, tal como recorre el libro «Puertas adentro» de las periodistas Camila Bretón, Carolina Cattaneo, Dolores Caviglia y Lina Vargas, que a través del testimonio de asalariadas y la investigación de las dinámicas del empleo trazan un panorama actual del sector.»Llegar a una casa nueva, el primer día, muy lindo no es. Se siente miedo de que por ahí te traten mal. Un temor a algo te agarra o una vergüenza, uno no conoce la casa, tenés miedo de hacer mal las cosas o de muchas cosas… de que se te caiga algo, de llegar tarde», dice Elsa, una de las protagonistas del libro publicado por Marea, que se nutre de las perspectivas de trabajadoras, académicas, sindicalistas, abogados, nexos en agencias y bolsas de empleo.
Según los datos de este libro, en Argentina hay más de un millón de trabajadoras de casas particulares, de las cuales el 99% son mujeres y el 70% pobres.
Limpian, cuidan, cocinan, planchan, lavan la ropa, hacen las compras, buscan a los chicos al colegio. El trabajo doméstico involucra multitud de actividades, como las infinitas dinámicas que marcan las formas de organización de cada hogar. Hay trabajadoras sin retiro y las hay por hora. Trabajadoras que llevan 20 años en la misma casa, otras que llegan para acompañar y cuidar a una persona mayor y otras, como golondrinas, que en un mismo día trabajan en distintos lugares. La mayoría vive lejos -muy lejos- de su lugar de trabajo. Muchas viven lejos de su lugar de origen.Según los datos de este libro, en Argentina hay más de un millón de trabajadoras de casas particulares, de las cuales el 99% son mujeres y el 70% pobres: género, clase y origen social confluyen como variables que permitirán comprender por qué se trata del rubro de mayor informalidad. Casi siempre es una relación entre mujeres y es una relación desigual entre las que menos tienen y las que pueden pagar por un servicio de tareas domésticas y de cuidados. El panorama es complejo porque históricamente el sector ha sido atravesado por sentidos negativos -como la servidumbre o la desvalorización de los cuidados- y por discursos tramposos que toman al afecto como justificación que empantana el contrato laboral.
«Queríamos que fuera un relato coral de lectura amena y entretenida además de informativa. Sobre todo que las voces de las trabajadoras estuvieran muy presentes»Camila Bretón
Bretón, una de las periodistas que estuvo detrás de «Puertas adentro» habló con Télam sobre la intención del libro: «Queríamos que fuera un relato coral de lectura amena y entretenida además de informativa. Sobre todo que las voces de las trabajadoras estuvieran muy presentes y para eso tratamos de utilizar ciertos recursos narrativos tomados prestados de la literatura».
Las autoras acompañaron a las trabajadoras en su día a día, investigaron y cotejaron cifras y lecturas. «La crónica -sostiene Bretón- nos ayudó a organizar la investigación y el abordaje del tema. Nos marcó el camino para construir una buena base de reporteo. Sabíamos que necesitábamos hacer mucho trabajo de campo, cubrir todas las aristas e incluir a la mayor cantidad de actores involucrados».
-¿Por qué retomar esa experiencia en primera persona?
-Lina Vargas: Cuando pensamos en la estructura del libro y en la forma en la que queríamos desarrollar el relato, fue importante que la voz de las trabajadoras domésticas fuera protagónica. Quisimos que esa voz, históricamente acallada, irrumpiera en la narración con la fuerza de quienes conocen el trabajo doméstico desde la vivencia. No buscábamos que los testimonios sirvieran para ilustrar lo que el capítulo estaba diciendo, sino para ampliar los significados y sentidos a partir de un saber cotidiano. Es ahí, en esa cotidianidad, donde se forjan los vínculos entre trabajadoras, empleadoras y familias.
Esos vínculos no son necesariamente artificiales; suelen ser genuinos (lo vimos de manera particular con las trabajadoras que cuidan de una persona vieja durante años) y, sin embargo, el riesgo está en que en nombre del afecto se desdibuje la relación laboral. Quizás más que señalar las trampas discursivas, que sin duda existen, para nosotras fue importante mostrar la complejidad de las relaciones que se establecen y en las que de alguna forma coexisten -aunque no debería ser así- la vulneración de derechos laborales y los vínculos.
-Si bien retratan distintos vínculos, en muchos casos parece habitar la incomodidad.
-Carolina Cattaneo: Tal vez esa incomodidad se debe al hecho de que es un trabajo muy singular en varios sentidos. Por un lado, se da en el marco de la mayor intimidad de una persona, que es su hogar, sus pertenencias, sus vínculos, al que llega otra persona ajena y desconocida. En algunos casos, esa incomodidad desaparece con el tiempo. Por otro lado, la incomodidad puede estar dada en los casos en que la relación laboral está un poco desdibujada y el trabajo no sea visto como tal: es «la chica que me ayuda» y no la empleada. También, los roles se desdibujan cuando aparece el afecto en el medio. La tensión y la incomodidad pueden aparecer cuando la empleada no está contratada bajo las condiciones legales, entonces no tiene vacaciones pagas, ni aguinaldo, ni licencias por enfermedad o maternidad, y toda la relación se complejiza.
-Otro eje es delinear qué significa el trabajo doméstico. Y ahí se abren un montón de actividades distintas, ¿qué implica esto?
-C.C: Efectivamente, cada casa, cada empleadora o empleador es un universo distinto para cada trabajadora. A unas se les pedirá que entren a la casa con su llave y a otras les abrirán los dueños de casa, algunas se ocuparán del cuidado de los chicos y otras, solamente de la limpieza. Habrá tantas modalidades de trabajo como casas en las que trabajan las empleadas. Además, la ley 26.844 establece que según las tareas realizadas, las trabajadoras pertenecen a distintas categorías: supervisora, personal para tareas específicas, caseros, asistencia y cuidado de personas y personal para tareas generales. También está la modalidad con retiro, sin retiro, por hora y mensual.
En el caso de las trabajadoras que entrevistamos, los grandes trazos en común son relacionados a su tarea mayormente, dedicada a la limpieza, la cocina y el cuidado de otras personas, como niños o ancianos, y a sus trayectorias de vida: viajan muchas horas y se toman muchos medios de transporte para llegar a sus trabajos, son oriundas de provincias del interior o de países limítrofes, suelen ser jefas de hogar, trabajan hasta muy entradas en edad, no tienen estudios secundarios completos y son pobres (el 70% lo son).
-Incorporan el debate que dio y sigue dando el feminismo y sus posiciones antagónicas en cuanto a considerarlo por si o por no como parte del mercado productivo.
-Dolores Caviglia: A lo largo de los meses pudimos hablar con personas que nos explicaban sus posturas y es particular porque en cada charla sentíamos que la defensa era con sentido. Por ejemplo: Pimpi Colombo, cuando nos decía que ella representa a las amas de casa, que hacen este trabajo sin recibir sueldo, y que por eso mismo a la hora de negociar los aumentos tenía que tener todo eso en la cabeza, porque quienes pagan muchas veces son mujeres que no reciben salario. Y ella también defendía lo afectivo, estaba en contra de entenderlo ciento por ciento como un trabajo porque, casi en sus palabras, la familia es algo que se quiere. La ama de casa quiere a sus hijos y hacerles la comida no es solamente una tarea, hay momentos en que es un acto de amor. Al hablar con sociólogas o incluso trabajadoras ellas también reconocían que el amor existe en el vínculo, pero admitían que lo que debe primar es lo laboral, para no generar malentendidos.
Por eso intentamos hablar de todas estas posturas, ponerlas sobre la mesa. Son líneas que más que meternos de un lado o del otro nos hacen pensar, porque entendemos y casi que comprobamos en las charlas con empleadas y empleadoras que este oficio es complejo, particular en cada caso y las generalizaciones no siempre lo ayudan. Pero es importante dejar en claro que es un trabajo y que cuando se contrata a una persona para que lo lleve adelante no tiene que haber dudas: se tienen que respetar sus derechos, como las vacaciones, las paritarias, el salario digno.
-En torno al trabajo doméstico se naturaliza un saber, que se tiene aunque una sea desposeída, migrante, pobre, mujer. Con esa representación se cristaliza una mirada peyorativa, ¿cuáles son los desafíos en este sentido?
-L.V: Hay dos consideraciones injustas, erróneas y paradójicamente contradictorias: por un lado, asumir que el trabajo doméstico puede ser hecho por cualquiera porque -según se cree- ¿qué ciencia puede requerir lavar un plato o limpiar el polvo? Por otro lado, asumir que es un trabajo que genéticamente le corresponde a las mujeres. Lo cierto es que ambos prejuicios apuntan a la desvalorización de esa enorme lista de tareas que son indispensables para que la especie humana subsista. El desafío entonces es dar valor al trabajo doméstico y al paraguas más grande que lo cobija: las labores de cuidado. Una parte de la valorización pasa por entender que no cualquiera ni todas las mujeres saben hacer este trabajo y que para hacerlo se necesita experticia y formación.
-Concluyen el libro con la historia de vida de una trabajadora que refleja una relación laboral justa y respetuosa, ¿qué mensaje quisieron dar con eso?
-D.C: No buscamos cerrar el libro con un mensaje determinado. No fue que decidimos terminar con una relación respetuosa para que sea eso lo que quede en la cabeza de quienes nos leen. Es solo una muestra, como cada una de las historias. Pasan cosas lindas, pasan cosas espantosas, hay mujeres que son ayudadas por sus empleadores, hay mujeres maltratadas, expuestas. Hay mujeres que están encantadas con su trabajo, otras que sueñan con ser médicas, peluqueras. Nuestra idea fue mostrar. Todo. Lo incómodo también.