A sus 80 años, que los cumple este lunes y lo celebrará al día siguiente con una performance en el Malba en la que se casará «con la eternidad», la artista Marta Minujín tiene un gran 2023 por delante, con exposiciones en la Pinacoteca de San Pablo, el Museo Judío de Nueva York y varias en Europa, un aniversario que la vuelve a encontrar en la cima de una carrera pionera y vanguardista que comenzó en 1963 con «La destrucción» y que a lo largo del tiempo incluyó hitos como «El pago de la deuda externa con choclos» en 1985, o «La Menesunda», en los 60.En una una acción similar al «Casamiento con el arte» que organizó en 2013 cuando cumplía 70, el Malba volverá a ser escenario para su performance «Casamiento con la eternidad», el puntapié de los festejos por sus 80 años. Todo era blanco en la experiencia anterior pero esta vez los invitados deberán ir vestidos de negro, con anteojos de sol, la torta será de caviar negro y el champagne será negro también.
«Marta construye historia a cada paso que da. En sus obras, entran en diálogo la capacidad de proponer una constante redefinición de las categorías del arte, la posibilidad de imaginar un destino a escala mundial y su necesidad de afirmar una libertad de cuerpo y espíritu», escribía con acierto Victoria Noorthoorn, curadora de la retrospectiva que el Malba le dedicó en el 2010 presentando cien de sus trabajos.
Nacida en Buenos Aires el 30 de enero de 1943, la artista que popularizó a niveles impensados su clásico latiguillo «arte, arte, arte», estudió en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano y en 1961 obtuvo una beca para instalarse en París, donde en 1963 llevó a cabo uno de los primeros hitos de su carrera, «La destrucción».
«Mi primer happening», rememora Minujín en sus diarios íntimos reunidos en el libro «Tres inviernos en París» (Penguin), donde relata aquel día en que destruyó todas sus obras, acompañada de otros artistas, mientras un hombre vestido de verdugo, encapuchado, las destruyó a hachazos; ella luego las prendió fuego y soltó cientos de aves y conejos entre la audiencia. «Fue una sucesión de imágenes orgiásticas incontrovertibles», recuerda la artista en el libro sobre el momento en que vio desaparecer su trabajo de tres años.
En 1964 comenzaría con su serie de colchones intervenidos, pintados de colores estridentes, fluorescentes, de formas variadas (como «Revuélquese y viva» o «Eróticos en technicolor»), una serie que la acompañaría durante el resto de su carrera. «Nacemos, morimos, hacemos el amor, pasamos gran parte de nuestra existencia en un colchón», decía.
De regreso en Buenos Aires, en 1965 llegaría otra de sus obras destacadas, «La Menesunda», instalada originalmente en en el Instituto Di Tella y reconstruida para su 50 aniversario en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, presentada como un laberinto de once ambientes que provocan aromas, sensaciones y experiencias de todo tipo en el espectador, lo que representó una ruptura respecto a los lenguajes visuales de la época.
La por entonces inusual obra buscaba provocar al espectador y sacarlo de la calma de su cotidianeidad: luces de neón en una sala, una pareja acostada en paños menores en una cama, olor a fritura, una maquilladora profesional y una masajista que ofrecían sus servicios, una heladera con temperaturas bajo cero, o ventiladores que hacían volar gran cantidad de papel picado. Su gran logro fue el «arte de participación masiva, el arte que es para todos, que no es elitista», recordaba la reina argentina del pop art en una entrevista. Había largas filas todos los días para ingresar a ver la obra que tenía indignada a la prensa de entonces: «lamentable», «decadente y de mal gusto», «sentimos que nos han tomado el pelo», eran algunos comentarios publicados en los diarios de la época.
Influenciada por el entorno intelectual que rodeaba al Instituto Torcuato Di Tella, creó también «Simultaneidad en simultaneidad» en 1966, una acción en la que invitó a figuras famosas, según su popularidad mediática, quienes fueron filmados, fotografiados, registrados por un circuito cerrado de televisión. A los tres días, estos personajes eran invitados otra vez a la sala de un teatro, en esta oportunidad para verse «invadidos» por los diferentes medios de comunicación: las fotografías, los videos, el audio de sus propias voces y el registro de sus propios movimientos se sumaba a la aparición de personas que en el mismo momento les entregaban un telegrama, e incluso escuchaban sus propios nombres en el noticiero del momento. Una invitación a sentirse alienado por la tecnología. La vanguardia total.
Luego de ganar la Beca Guggenheim (1966), se trasladó a Nueva York, donde creó el «Minuphone» (1967) -recreado en el 2012 por el Espacio Fundación Telefónica de Buenos Aires-, una cabina de teléfono público convencional, con siete efectos especiales que se producían al efectuar una llamada y que se disparaban en forma aleatoria: cambios de luces, viento, ascenso de agua coloreada, deformaciones de la voz y transmisión de la imagen de quien habla por circuito cerrado de televisión a un monitor en el piso de la cabina. La idea de convertir una simple llamada en un happening instantáneo, en un «trip psicodélico», en palabras de la artista.
Una obra que tiene su propia sala en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York, el «Minucode» data de 1968 y es una proyección sobre los códigos sociales del arte, los negocios, la moda y la política de su tiempo, resultado de la filmación, durante cuatro noches, de cuatro cócteles con personas ligadas a esas actividades que participaron a través de anuncios en los medios.
La primera obra de participación masiva en la Argentina sería «El Obelisco de pan dulce» (en noviembre de 1979), una estructura de 25 metros cubierta por 10.000 unidades de pan dulce, en la Feria de las Naciones. Al cabo de diez días, cuando desmontaron la obra para repartir el pan dulce, el entusiasmo del público por obtener uno se convirtió en golpes, caídas, forcejeos y la intervención de los bomberos voluntarios. Esa pieza pertenecía a la serie «La caída de los mitos universales» y en esa misma línea se inscribió «Carlos Gardel de fuego» (1981), doce metros de altura recubiertos de algodón, incinerados, que presentó con atrevimiento en la Bienal de Medellín, la misma ciudad donde murió a los 44 años el cantante en un accidente aéreo.
Una gran repercusión tuvo en 1983, en los días previos al regreso de la democracia, «El Partenón de Libros», un homenaje a la acrópolis de Grecia, recubierto por 20 mil libros que habían sido prohibidos durante la última dictadura cívico-militar. La obra fue recreada en 2017 para la prestigiosa exposición documenta de Kassel, Alemania, una construcción de 70 metros de ancho por 30 de alto, con cien mil libros prohibidos de todas partes del mundo, que al finalizar la acción fueron donados.
El año 1985 sería el de otra acción icónica, «El pago de la deuda externa con choclos, el oro Latinoamericano», una serie de fotografías junto a Andy Warhol en la mítica The Factory, Nueva York, donde dispuso el maíz en el piso de la entrada y en el medio del montículo se ubicaron dos sillas, donde se sentaron ambos, dándose la espalda uno al otro.
La performance consistió en una secuencia de doce movimientos en un giro de 360 grados en los cuales recrearon la acción de ofrecimiento, aceptación y concreción del pago de la deuda con choclos, los cuales fueron registrados por el fotógrafo Claudio Leiman. Al finalizar, repartieron las mazorcas entre la gente que pasaba por el Empire State Building, recordó Minujín en una entrevista.
De regreso al mismo escenario donde había realizado la acción «Operación perfume» en 1987, Minujín presentó en la avenida 9 de Julio, en el año 2009, «Rayuelarte», una instalación en homenaje a los 25 años de la muerte de Julio Cortázar, que desplegó más de cien rayuelas de colores fluorescentes de ocho metros de largo por dos, a lo largo de la avenida más ancha, entre Perón y Bartolomé Mitre, donde se interrumpió el tránsito durante una hora para que el público puediera jugar.
La blonda artista que hizo de su imagen su impronta, y que suele aparecer en público con overoles y gafas de sol espejadas, volvió a asombrar en 2014 cuando inauguró en la ciudad balnearia de Mar del Plata un gigante «Lobo Marino de Alfajores», escultura de diez metros de altura, ubicada a la entrada del Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires, MAR, recubierta por 80 mil envoltorios de alfajores y ya convertida en un icono de la ciudad.
En 2016, la artista argentina obtuvo el prestigioso Premio Velázquez a las Artes Plásticas en España. Luego, presentó la reconstrucción de su emblemática «La Menesunda» en el New Museum de Nueva York, en 2019, y en la galería británica de arte contemporáneo Tate Liverpool, en 2020. En 2021, una colosal réplica del Big Ben -el famoso monumento inglés- «derribado» y cubierto de 20 mil libros políticos, se vio en Piccadilly Gardens, en el marco del Festival Internacional de Manchester (MIF 21).
Hace pocos meses, Minujín fue distinguida con el Konex de Brillante en el rubro Artes Visuales, entregado a las personalidades más destacadas de las Artes Visuales de la última década (2012-2021), la primera vez que el reconocimiento lo obtuvo una mujer.
«Un artista no se repite a sí mismo, sino que se reinventa, a través de cómo cambia el mundo», es una de las frases de esta creadora, cuya obra forma parte de museos como el MoMA, el Guggenheim de Nueva York, el Centro Pompidou de París, La Tate de Londres, el Olympic Park de Seúl, el Reina Sofía de Madrid y muchos otros.