Una represa por construirse y la inminente inundación de un pueblo son el asfixiante marco en el que una familia en la frontera de Misiones con Brasil debe vivir y por el cual estallan los vínculos internos en una región donde el Estado está ausente y cada uno debe resolver por su cuenta, historia que se refleja en «La Crecida», cinta que se estrena este jueves en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín.
«A mí lo que me interesaba era ver cómo repercutía la construcción de la represa en el núcleo y las relaciones de esa familia. La semana pasada se proyectó una semana en Oberá y hubo mucha participación de la gente. Pensá que la gente se tiene que buscar otro hogar», dijo a Télam el director de la película, Ezequiel Erriquez.
Erriquez vivió un año en Panambí, tiempo en el cual investigó sobre las consecuencias del desarraigo en pueblos inundados, como lo que sucedió con la construcción de Yacyretá. Dialogó con sociólogos que trabajaron con los pueblos, pero también con las familias que vivieron esta situación y, en muchos casos, fueron estafados. Sin embargo, esta investigación sirvió como base para contar una historia cien por ciento ficción, pero con anclaje en el día a día de los lugareños.
El filme del debutante Enriquez, nacido en Haedo y egresado de la Carrera de Imagen y Sonido de la UBA, tiene como figuras centrales a actores de aquella zona geográfica, como Marianela Campos, Antonio Buttinger, Natalia Schmechel, Yrma da Rosa, Ramón Tauret y Casimiro Lipowsky.
«Hice un gran trabajo de investigación. No quería tocar de oído y desde el no saber. Hablé con sociólogos que trabajaron en Yacyretá y personas que vivieron las inundaciones y cómo se erradicaron esos pueblos para tener las experiencias previas similares. En ese momento, te tasaban las casas y luego te mandaban a cualquier lado», dijo el director, quien ya tiene un corto documental, «Panambí, antes del agua «, en el que cuenta esta historia y con el que estuvo en varios festivales.
En cuanto a ser foráneo, Erriquez contó que debió ganarse la confianza de las 500 personas de Panambí, debido a que, como todo pueblo de frontera, cualquier desconocido que aparece puede estar vinculado al delito. Además, llevó adelante un proceso de inclusión identitaria de los actores, para que, justamente, no sea una visión completamente porteña la que se viera en pantalla.
«Es una zona muy abandonada porque iba a quedar inundada. Hubo una gran movilización del pueblo para evitar que se haga. Yo quería que la protagonizaran actores del lugar, no de otros lados del país. Viví un año, buscando locaciones y elenco, entre 2018 y 2019, cuando filmé.»Ezequiel Enriquez
«No había un guion para los actores. Leíamos escenas o yo les contaban lo que quería. Yo lo escribí con mi forma de hablar, de Buenos Aires, y ellos se apropiaron algunas partes para hablarlas como ellos hablan. De hecho, hay partes en las que hablan ‘portuñol’ -señaló el director-. Yo siento que el silencio es algo con lo que trabajo, pero no como un capricho, sino con un motivo narrativo. Y en esta película sentí que el silencio hablaba, escondiendo lo que ellos tenían para decir como personajes. Todo lo emocional está vinculado a eso».-¿Cómo fue pensar una película que transcurra en un lugar que ni siquiera conocías?
-Fue un proceso bastante largo. Llego a Misiones mientras escribía una ficción sobre vínculos y conflictos familiares; llego sin saber muy bien por qué y a Panambí caigo en 2013, cuando estaba muy vivo el proyecto de la represa eléctrica junto a Brasil. Es una zona muy abandonada porque iba a quedar inundada. Hubo una gran movilización del pueblo para evitar que se haga. Yo quería que la protagonizaran actores del lugar, no de otros lados del país. Viví un año, buscando locaciones y elenco, entre 2018 y 2019, cuando filmé.
-Si bien es un pueblo humilde, rural, no hacés hincapié en la pobreza. De hecho, las de la película son familias a las que desde lo material, pareciera no faltarles nada. ¿Por qué tomaste esa decisión?
-Era una premisa, no quería caer en el golpe bajo de la pobreza. No pasa por ahí, sino por otro tipo de carencias. No quería reducirlo a ese aspecto, sobre todo siendo de Buenos Aires, yendo a Misiones, no me parecía sincero. Yo no tenía que contar eso. Además, yo me siento parte, un poco, de esa familia. Son vínculos que puedo llegar a conocer y me paré en ese lugar para contar la película, a través de situaciones de crisis económica y social y cómo se repercute en una violencia interna. Es algo con lo que vengo trabajando.
-Habiendo tan pocos habitantes, ¿cómo fue la selección de actores?
-La relación fue paulatina y el año entero que viví me ayudó a que la gente empezara a confiar en mí. Es una zona de frontera, donde todo es tierra de nadie, con ausencia de Estado y personas vinculadas al delito que se esconden. Necesitaba que me conozcan. Y de a poco fueron apareciendo los actores. La primera que apareció fue Marianela Campos, la niña, y alrededor de ella se fue armando la familia. La mayoría del elenco lo conseguí caminando las calles del pueblo. También, hubo algo de incorporar la cámara desde el principio. Los preparé para trabajar con un equipo de 30 técnicos. Nunca se escondió la cámara. Intenté transmitirles todas las herramientas para ser un equipo profesional. Ellos lo fueron incorporando.
-Y también hay un relación conflictiva, violenta, entre los hermanos adolescentes. Aunque no es bilateral, es el varón el que ejerce una suerte de posesión sobre la hermana. Pero no es una subtrama, sino que crece a la par de la trama principal, que podría ser el desarraigo.
-Él es una persona muy posesiva. No te podría decir que tiene alguna patología. Mi intención era ver cómo repercute la crisis social en el contexto familiar. Mauro reacciona así y la familia tiene una implosión, que tiene que ver con el contexto abrumador. ¿Cómo sería la vida de alguien ante esta incertidumbre? Me interesaba ver el trastoque mental de Mauro, que explota a partir de esta crisis. Y va más allá de la hermana, quizá ella sea un símbolo de dónde aferrarse ante del desarraigo.