tras la muerte de Nasrallah, los libaneses apelan a la unidad para hacer frente a Israel


El dependiente de una joyería de Beirut alardea de que es un musulmán suní, su mujer shiita y su jefe cristiano maronita. Asegura que esos pocos metros cuadrados de tienda son un «ejemplo» de la unidad de los libaneses que para muchos es ahora más necesaria que nunca, tras la muerte del líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah.

El jefe del grupo shiíta, asesinado el viernes por Israel en un bombardeo masivo contra los suburbios sur de Beirut, ha despertado los temores a que las diferencias entre los 18 credos religiosos que intentan convivir en el Líbano se exacerben y eso provoque una nueva crisis en el país mientras los cazas israelíes siguen lanzando ataques.

«En esta misma tienda tienes un ejemplo de unidad, así que imagina en el resto de la zona. Hoy, definitivamente, estamos más unidos que durante la guerra civil», dice a EFE este joven tendero en referencia al conflicto religioso que entre 1975 y 1990 dejó heridas tan profundas que, en muchos libaneses, todavía no han sanado.

Un llamado a la unidad

La influencia de Nasrallah en el Líbano era innegable, pese a que el difunto clérigo era amado por sus seguidores y odiado por sus detractores. Su muerte ha dejado un vacío que muchos temen que sea explotado para fines partidistas o religiosos, por lo que las autoridades del país han hecho múltiples llamados a la unidad tras el asesinato del líder de Hezbollah.

El último de ellos fue lanzado este mismo sábado por el patriarca de la Iglesia cristiana maronita libanesa, el cardenal Bechara Rai, que afirmó que el asesinato del clérigo «ha reabierto una herida en los libaneses» que debe ser cerrada con «neutralidad positiva».

Una muñeca rota en el suelo, en el suburbio sur de Beirut, Líbano. Foto Xinhua

«La gente que celebra su muerte no tiene cerebro porque eso no ayuda a nadie. Así como nosotros tenemos nuestros símbolos políticos, Nasrallah era el suyo, nos gusten sus ideas o no», asegura a EFE desde el otro lado del mostrador el jefe de la joyería, un maronita que pide no ser identificado y que está afiliado a las Fuerzas Libanesas, el principal archienemigo de Hezbollah.

Las banderas de esa milicia cristiana nacida durante la guerra civil y reconvertida después en partido político inundan las calles del barrio, también adornado con símbolos de vírgenes y crucifijos, donde algunos vecinos festejaron el asesinato del clérigo.

En otras partes de Beirut, incluso se registraron pequeños altercados entre partidarios y detractores de Hezbollah.

Ante el miedo al estallido de un nuevo conflicto sectario, el Ejército libanés dijo que está tomando «las medidas de seguridad necesarias y cumpliendo con su deber nacional de preservar la paz civil», mientras que pidió a los civiles respetar la «unidad nacional».

«Hoy, la gente debe entender que tenemos un enemigo que va contra todo el Líbano, no solo una secta», afirmó en alusión a Israel.

Tratar de convivir

En el barrio de Nabaa, una de las zonas que vio crecer al difunto líder de Hezbollah, una mujer cristiana de unos 60 años asegura que desde la muerte de Nasrallah tan solo puede dormir media hora al día porque se despierta «temblando de miedo pensando que algo va a explotar».

La gente se reúne en el lugar del asesinato del líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, en los suburbios del sur de Beirut. Foto APLa gente se reúne en el lugar del asesinato del líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, en los suburbios del sur de Beirut. Foto AP

«Quizás tras su muerte los ataques disminuyan, pero quién sabe. No estamos afiliados a ningún partido, solo queremos vivir, trabajar y comer», sostiene en armenio, una lengua hablada en algunos barrios de Beirut después de la llegada de esta comunidad al Líbano tras el genocidio de 1915.

Pero en el Líbano, donde hace casi cien años no se realiza un censo oficial de población, la guerra civil sigue todavía incrustada en la mente y en la piel de muchas personas, como en la de un vendedor de verduras de Nabaa que muestra sus cicatrices y asegura estar «muy contento» por la muerte de Nasrallah.

El hombre, de unos 65 años, afirma que luchó durante el conflicto interno para que «la zona permaneciera siendo cristiana» y asegura que, en caso de que estalle de nuevo la violencia, sería «el primero en sujetar un arma».

Pero en medio de los bombardeos de Israel, que han dejado ya más de mil muertos en poco más de una semana, otros vecinos de este barrio en el que shiítas, suníes y cristianos viven puerta con puerta reiteran que hay que aparcar las diferencias de una vez por todas.

«Aquí hay mucho miedo a lo que pueda venir, eso seguro, porque el enemigo no tiene piedad. Israel ataca iglesias y mezquitas por igual», dice sentado a pie de calle un simpatizante de Fuerzas Libanesas mientras que su amigo, partidario de Hezbollah, asiente con la cabeza.

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