Aquella era la sigla de la Sturmabteilung, nada menos que la “Sección de Tormentas” del Partido Nazi. Una milicia de asalto cuyo signo distintivo fueron las camisas pardas. Creada en 1921 por una entusiasta muchachada, entre la que se destacaban Ernst Röhm, Emil Maurice y Hermann Göring, esta organización –cuyas actividades incluían ataques callejeros a oponentes políticos y acciones vandálicas contra hogares y tiendas de la comunidad judía– tuvo un rol de suma importancia en el ascenso del Führer al poder. Y en sus momentos de esplendor llegó a tener unos tres millones de integrantes.
Infinitamente más modestos y embrionarios, sus émulos locales no pasan –por ahora– de provocaciones y disturbios en actos y movilizaciones populares, a modo de complemento del dispositivo represivo desplegado por el Ministerio de Seguridad. En otras palabras, son “auxiliares” de los mastines antropomorfos comandados por Patricia Bullrich. Una falange de variada catadura, compuesta por antiguos miembros de grupos fascistas (tipo Revolución Federal), militantes libertarios y lúmpenes de toda laya, además de policías encubiertos.
Sus primeros logros ya están a la vista. Pero también la identidad de sus esbirros más descuidados.
El policía honorario
El 12 de junio pasado había amanecido cargado de malos presagios. No era para menos; ese día, en el marco de la movilización en repudio a la Ley de Bases, la democracia de baja intensidad impuesta medio año antes por el presidente Javier Milei –en base a sus ajustes económicos apuntalados por escaramuzas policiales de menor envergadura– iniciaba su etapa totalitaria.
En la Plaza de los dos Congresos, la multitud fue recibida por más de mil quinientos uniformados. Pues bien, en ellos palpitaba una celada que se desató al mediodía con palazos, gases lacrimógenos y camiones hidrantes, mientras los manifestantes se reagrupaban una y otra vez.
Recién a las 16:30 ocurrió un hecho digno de mención, cuando la gente retrocedía por la calle Hipólito Irigoyen, a la altura de Solís.Una cámara de seguridad registró ese éxodo con nitidez. Y también a un quinteto de sujetos con los rostros tapados con pañuelos que, sin moverse de allí, escrutaban un auto de Cadena 3, estacionado junto a la vereda.
Ya se sabe que éstos, con una coreografía muy sincronizada, pasaron a la acción con absoluta normalidad, volteando el vehículo, antes de incendiarlo, para lo cual contaban con los elementos necesarios.
La gente ya no huía de los uniformados sino de ellos.
Lo notable fue que, una vez consumada semejante faena, el quinteto se replegó en dirección contraria. O sea, corriendo hacia el vallado policial sobre la avenida Entre Ríos, siendo recibidos, incluso con palmaditas en la espalda, por los efectivos de la Federal.
Se trataba, obviamente, del antiquísimo ardid de la infiltración para así convertir a la bestialidad en un acto disciplinante y civilizatorio.
Sus artífices son los que, precisamente, ahora nos interesan.
El saldo de esa iniciativa se tradujo en 33 violentísimas detenciones, todas al voleo, durante la desconcentración del acto. Sus víctimas propiciatorias fueron personas no encolumnadas, que asistieron allí en forma independiente.
Dicha cacería fue cometida por policías sin uniforme, pero con chalecos identificatorios de la fuerza, apoyados por otros sujetos vestidos integralmente de civil, quienes, hasta entonces, permanecían mezclados entre la gente.
Estos también son los que ahora nos interesan.
Tuvieron que transcurrir otros cuatro meses para que aflorara un indicio al respecto. Fue durante la reciente movilización contra el veto presidencial a la Ley de Financiamiento Universitario, cuando uno de sus concurrentes vivió un dramático momento al ser reconocido como el streamer oficialista “Fran Fijap” (Francisco Antunes Puchol, según su DNI), un muchacho algo odioso por su agresividad digital.
Entre escupitajos, empujones y piñas, el pobre pudo hallar refugio en una tienda de empanadas sobre la avenida Callao.
Lo notable es que lo lograra gracias al auxilio de tres tipos que, justo en el momento en que, micrófono en mano, hostigaba a los presentes, ellos estaban a unos metros, como custodiándolo. Uno era un sujeto corpulento de buzo gris y remera roja; otro, un presunto repartidor de Rappi; y el tercero, un hombre con anteojos espejados y gorra, vestido de negro, que hasta fue filmado al rociar con gas pimienta a los manifestantes.
–Yo siempre voy a las manifestaciones como policía voluntario –dijo, en diálogo con Tiempo.
No fue una entrevista exclusiva, ya que Iván Matías Cheang –así asegura llamarse– ya había desfilado alegremente por varias señales de noticias.
Así se supo que se trata de un ex efectivo de la Fuerza Aérea que pidió la baja para entrar a la Escuela de Suboficiales de la Policía Federal, de dónde fue expulsado –de acuerdo a sus palabras– por “una difamación falsa (sic)”, que no quiso precisar. Y que ahora alterna trabajos de vigilancia en boliches nocturnos con sus estudios de fotografía pericial en el Instituto Universitario de la Policía Federal Argentina (IUPFA).
En su comunicación telefónica con este diario, insistió:
–Siempre voy en apoyo a las fuerzas, por si hay algún herido.
– ¿Por si hay algún herido usted lleva un aerosol de gas pimienta?
– ¡No! Ese aerosol me lo prestó, en medio de la persecución, el chico de buzo gris y remera roja.
– ¿Quién es ese chico?
–No sé… Lo conocí en ese momento.
– ¿Es común que en las movilizaciones haya civiles que, de buenas a primeras, se pongan a disposición de las fuerzas?
–Afirmativo. Hay muchos voluntarios como yo.
Figuración o muerte
Ya era un secreto a voces que –junto a los batallones de infantes armados hasta los dientes, motociclistas policiales y brigadas con chalecos– a los dispositivos de represión callejera se le suman provocadores para generar hechos vandálicos y agentes encubiertos o simples “amigos de la gorra” infiltrados entre la gente.
Pero durante la marcha del 3 de octubre hubo una novedad en la materia: el recurso del señuelo.
Es decir, jóvenes libertarios que, con la excusa de alguna imaginaria tarea periodística para las redes sociales, son lo que las lombrices a los pescadores, al mezclarse entre los manifestantes –debidamente custodiados– con el triple objetivo de causar disturbios, ser velozmente rescatados y, además, victimizarse.
Tal fue el acting del ahora célebre Fran Fijap. Y días después, el de otro militante de LLA en la marcha de las velas hacia el Palacio Pizzurno, un hecho que fue profusamente televisado por varias señales de noticias, no sin exhibir el modo con el que, casi con cariño, la policía lo sacaba de allí.
Pero más virulento fue lo que sucedió el 14 de octubre en la Universidad Nacional de Quilmes durante una asamblea estudiantil. Fue cuando una patota que responde a la concejal del Municipio por LLA, Epifanía Albasetti, trató de interrumpirla, generándose un tumulto que culminó con la expulsión de los intrusos, mientras uno de ellos arrojaba gas pimienta sobre los alumnos.
Se trataba de un tipo alto, con anteojos y barba, que fue reconocido como el que, tiempo atrás, dio la nota en un acto ante la sede del INADI y que, además, en marzo, fue a provocar a los trabajadores de la ex Agencia Télam.
Luego de los incidentes del lunes pasado, posteó una foto fingiendo dolor por una supuesta lesión en un tobillo.
Su apodo es “Varela”. Su nombre: Tomás Fernando Nierenberger, tiene 29 años, carece de empleo formal registrado y quiso ser policía, pero su ingreso en La Bonaerense fue rechazado.
Al saltar a la luz su vínculo político con la señora Albasetti, ella se apuró a defender en X (antes Twitter) el buen nombre y honor de su tropa con un video de los estudiantes y el siguiente texto: “¡Estos son los zurdos de mierda! ¡Esto son! Y hablan de amor. ¡Hijos de re mil puta!”.
Una hermosura de persona.
Otro ser ávido de odio, fama y victimización, fue el energúmeno que, días pasados, en la esquina de Corrientes y Maipú, comenzó a provocar con insultos a una columna de jubilados que marchaba hacia la sede de la ANSES.
Los adultos mayores se le fueron encima y él llegó a patear a uno, antes de que unos agentes de la policía porteña lo sacaran de allí, con actitud de afecto y comprensión.
Tampoco tardó en ser identificado. Este sujeto se hace llamar “Alejandro Alvear (a) “Colo” y ejerce la prostitución masculina, ofreciendo sus servicios en el portal “Soytuyo.com”, donde, además, figura su número telefónico.
Estas son algunos de los “leones” que ha despertado Milei para defender las ideas de la libertad.