Psicología en animales y humanos: ¿compartimos rasgos?


Estudiar el comportamiento de los animales nos ayuda a entender y responder preguntas sobre el comportamiento humano y su evolución, señala en una entrevista con EFEsalud, el catedrático de Psicobiología de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, el biólogo Fernando Colmenares.

“Los animales -explica- tienen estados mentales, tienen emociones, tienen motivaciones, tienen un soporte psicológico para su comportamiento. Pero estos mecanismos no alcanzan la sofisticación que tienen los humanos y eso explica por qué nuestra psicología es muy distinta a la de los animales pesar de que tengamos rasgos compartidos”.

Y es que en la evolución humana los mecanismos psicológicos “se han complejizado” y la inteligencia y el comportamiento cooperativo, que nos han hecho llegar más lejos que ninguna otra especie, también nos han dotado de “un lado oscuro, inhumano y cruel”, apunta.

“Somos la única especie capaz de mostrar un comportamiento de crueldad, como puede ser la tortura o el comportamiento genocida”, según el experto, que alude a las guerras y otros conflictos entre pueblos desde el inicio de los tiempos hasta los actuales, como Gaza, Somalia o Ucrania, entre otros.

Aunque tenemos “un lado brillante y altruista”, también hay sombras: “Solo nosotros somos capaces de deshumanizar a otras personas, de etiquetarlos de tal manera que les privamos de dignidad y somos capaces de acabar con ellos”.

Agresión reactiva y proactiva

Según el etólogo, rama de la Biología que estudia el comportamiento de los animales, al comparar los modos agresivos en la especie humana con los de otras especies, tenemos en común dos formas de agresión:

  • La agresión reactiva: la que surge cuando alguien se siente amenazado, cuando se defiende y, por tanto, responde con una sobrecarga emocional.
  • La agresión proactiva: “Es esa reacción propia del cazador, no hay emociones más allá de conseguir un objetivo, como abatir a un depredador o derrotar a un individuo de otro grupo enemigo con el que estamos compitiendo”.

Para convivir en grupos tan complejos, los humanos han experimentado un proceso, la autodomesticación: desarrollar un incremento de la tolerancia entre los individuos del grupo y una rebaja del comportamiento agresivo del tipo reactivo.

“Nos hemos amansado pero, fundamentalmente, para facilitar la cohesión dentro de nuestro grupo”, indica Fernando Colmenares.

Sin embargo, lo que no se ha rebajado en la historia evolutiva del hombre es la agresión proactiva, “la que se acomete con la cabeza fría”.

“Cuando competimos con individuos de otros grupos, que no comparten nuestros valores culturales y consideramos que no son como nosotros, somos capaces de demostrar comportamientos extraordinariamente violentos “, apunta.

Y a pesar del desarrollo y de la civilización, en esa agresión proactiva “hemos evolucionado muy poco”.

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El catedrático de Psicobiología de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, el biólogo Fernando Colmenares. Foto cedida

La importancia de la empatía

El catedrático pone el ejemplo de la empatía “como un mecanismo que frena el comportamiento violento hacia otros individuos, es decir, sentir compasión”.

Pero las investigaciones demuestran que la empatía es vulnerable y que podemos carecer de ella desde el momento en que no identifiquemos al alguien como parte de nuestro propio grupo.

“Todavía hay muchos mecanismos que van por detrás en la evolución de la especie y que imposibilitan que aquello que tenemos tan positivo y que nos hace tan humanos, en realidad sean mecanismos aún muy vulnerables a situaciones ambientales en las que nosotros podamos justificar no ser empáticos y, de hecho, ser violentos“, resalta.

Pero incluso dentro de un mismo grupo, personas “que no son del mismo género o sexo” pueden ser vistos como enemigos y activarse “comportamientos vejatorios, violentos y coercitivos”, como ocurre por ejemplo con la violencia machista o la homofobia.

Control cerebral

La evolución también ha sido biológica y hemos desarrollado un cerebro que permite a los humanos tener más mecanismos de control.

“Un control extra que inhiba respuestas que se consideran inadecuadas en una sociedad civilizada y que no tienen otras especies. Así y todo, hay estímulos que hacen que esos mecanismos fallen y terminemos por justificar moralmente un comportamiento que en otras condiciones sería inadmisible”, argumenta Fernando Colmenares.

¿Y la psicología de nuestras mascotas?

El etólogo explica que los animales que hemos domesticado, las mascotas que conviven con nosotros, “son el resultado de la selección artificial” de las personas.

“Hemos seleccionado en cada generación qué características queríamos que tuvieran para que nuestro bienestar personal y egocéntrico fuera maximizado. Solamente dejábamos que se reprodujeran aquellos que eran más dóciles, aquellos que respondían a nuestras expectativas, a nuestros deseos. Es decir, nos rodeamos de animales, de mascotas que hacen que nuestras vidas sean más felices”.

Y esas mascotas “son más competentes psicológicamente para entender nuestras señales que los chimpancés que, biológicamente, están más cercanos a nosotros”, asegura.

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EFE/EPA/YONHAP SOUTH KOREA OUT

Pero insiste en la diferencia psicológica entre humanos y animales y en eso se distancia de la etóloga Jane Goodall, fallecida el pasado 1 de octubre, famosa por sus investigaciones con primates.

“Merece ser reconocida y honrada por su contribución a esa cosmovisión que enfatiza el respeto por el resto de las formas de vida y por el bienestar de los animales no humanos, y que apela a nuestra conciencia para luchar por la conservación de la biodiversidad”, apunta.

Sin embargo, el catedrático de Psicolobiología de la Universidad Complutense precisa: “Ella defendió una visión en la que los animales sienten sus emociones como las sentimos los humanos, que sus funciones mentales son como las nuestras, en particular las de los chimpancés”.

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La etóloga birtánica Jane Goodall en un acto en octubre de 2024.
EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON

Considera que “este antropomorfismo radical en realidad fue antropocéntrico y Disneysiano”, en relación a los dibujos de animales de Walt Disney, “ya que trata a los animales no humanos como si fueran versiones prácticamente idénticas de nuestra especie. Y justificar la defensa de los no humanos a que son como nosotros es sin duda un argumento antropocéntrico”.

“Pero -concluye Fernando Colmenares- hay muy poca base científica para afirmar que los mecanismos psicológicos que explican nuestro comportamiento son los mismos que explican comportamientos funcionalmente parecidos de otras especies”.

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