En «Los incendios», el escritor Martín Cristal ubica la tensión y el agobio en cuatro cabañas de las sierras de Córdoba a las que algunos llegan a descansar, otros a refugiarse durante un duelo o a intentar encontrar fuerzas para enfrentar ciclos personales terminados y, con los incendios forestales cerca, la inminencia va tomando la trama de esta novela que cierra una tetralogía que su autor comenzó hace 11 años.
Cristal (Córdoba, 1972) comenzó este proyecto, titulado «Mudanzas a ninguna parte», con «Las Ostras» (2011), siguió con «Mil surcos» (2013) y «Las Alegrías» (2019) y hoy, después de ponerle un punto final con este libro reciente, dice a Télam en un intercambio vía mail, que la sensación es de vacío: «Las huellas de ese aprendizaje son esos deslices que uno solo detecta a posteriori, cosa inevitable en un proyecto tan dilatado en el tiempo. Así que, sobre eso, estoy tranquilo. Lo malo es que también me siento vacío en el peor sentido: sin norte ni plan, libre hasta la desorientación total».
Todas editadas por Caballo Negro, las cuatro novelas tienen varios personajes cruzados que se cuelan y vuelven a lo largo del proyecto literario. Para el autor un desafío fue «lograr que el lector los perciba como sensibilidades particulares, con circunstancias y deseos propios».
Sobre esa crisis ambiental que atraviesa la novela, Cristal cuenta que «la idea argumental de rodear la acción con los incendios serranos la tenía desde el principio. Porque los incendios no son nuevos en Córdoba si bien su frecuencia y fuerza destructiva ha aumentado a lo largo de la última década».
-Télam: ¿Cómo es llegar al final de un proceso creativo tan específico, concentrado e hilvanado a la vez?
-Martín Cristal: Me siento vacío en el mejor sentido: creo que no me dejé nada en el tintero y que lo hice lo mejor que pude. Por supuesto, al releer, descubro detalles que podrían haber quedado mejor. Resulta lógico porque la escritura es un aprendizaje en acto: uno se forma y aprende todo lo que puede para escribir, pero al escribir también aprende y se forma. Las huellas de ese aprendizaje son esos deslices que uno solo detecta a posteriori, cosa inevitable en un proyecto tan dilatado en el tiempo. Así que, sobre eso, estoy tranquilo. Lo malo es que también me siento vacío en el peor sentido: sin norte ni plan, libre hasta la desorientación total. ¿Es bueno o no? ¿Qué hacer ahora? Pienso en eso todos los días.
-T: En la nota del final decís que este conjunto de novelas se llamaría «Mudanzas a ninguna parte». ¿Por qué?
-M.C: Al principio la tetralogía no tenía título, pero la idea de mudanza se fue haciendo fuerte durante la escritura. En «Las ostras», la estructura coral se calca sobre la deriva de varias mudanzas concatenadas (cada narrador se va a vivir a la casa que dejó vacía el otro). Para los inmigrantes de «Mil surcos», las mudanzas son continentales. En «Las alegrías», dos amigos que dejan la casa de sus respectivos padres organizan una fiesta para inaugurar el departamento que ahora alquilan juntos. En «Los incendios», un personaje va y se pone unas cabañas en las sierras; otro vuelve destrozado y resentido de España; una mujer cuenta cómo llegó de su Río Tercero natal a Córdoba capital.
«Fue un desafío releer lo ya escrito para reconocer qué personajes incidentales o secundarios de un libro podían convertirse en principales o protagónicos del siguiente»
En otra acepción, mudanza también abarca el cambio en las ideas o afectos. En «Los incendios», esto resulta patente en el desencanto vital de Fish, o en el de Silvia con su maternidad, o en el de Pardo con sus cabañas. Es ahí donde entra lo de «a ninguna parte»: por más que queramos huir, siempre nos llevamos a cuestas a nosotros mismos. Porque el infierno está en el corazón, como dijo Lowry y otros tantos de tantas otras maneras, antes y después de él. Por ejemplo, Fito: «Pero me escapé/ hacia otra ciudad/ y no sirvió de nada porque todo el tiempo estaba/ yo en un mismo lugar/ y bajo una misma piel/ y en la misma ceremonia». O Spinetta: «Y eso será siempre así/ quedándote o yéndote», versos que – dicho sea de paso – son el epígrafe de «Mapamundi», un libro anterior, que ya hablaba de estas cosas y que comparte muchos de sus personajes.
-T: Esos incendios son muy contemporáneos a la publicación de la novela. ¿Cómo trabajaste ese aspecto y qué lecturas vas recibiendo sobre ese eco en el presente?
–M.C: La acción de «Los incendios» transcurre en un futuro cercano, pero ojo: es un futuro alternativo. De hecho, ya desde el presente narrativo de «Las alegrías» la línea de tiempo se vuelve ucrónica, visto que en esa novela, cuya acción transcurre en 2011, un gobernador real de Córdoba -José Manuel De la Sota- pierde unas (re)elecciones frente a un candidato ficcional: Jorge Berna (que aparecía en «Las ostras», y que en «Los incendios» ya es senador y expresidente de la nación).
Ese futuro de «Los incendios», entonces, está trabajado en su potencialidad. Las cosas podrían ser así como se las pinta ahí («¿Quién lo sabe?», se pregunta el texto repetidas veces). Pero eso implica que ese futuro también podría no suceder… Ojalá así sea, aunque para escapar de la crisis ambiental nos hacen falta acciones gubernamentales firmes y decididas, que por el momento nadie en el mundo parece encarar con la urgencia que el problema merece.
-T: ¿Qué desafíos te fueron imponiendo los personajes que seguiste a lo largo de las cuatro novelas?
-M.C: Lograr que el lector los perciba como sensibilidades particulares, con circunstancias y deseos propios. Si les tocaba narrar, entonces debía diferenciar sus voces, pero no al punto de perder el valor armónico de lo coral: es obvio que las voces deben ser distinguibles, pero – si no se quiere desintegrar la unidad general del libro – también conviene que no sean enteramente discordantes. Lo mejor es que las voces se adapten a un tono general y que se genere cierta armonía entre ellas, en el sentido musical del término (no es lo mismo un coro que el murmullo descoordinado de los pasajeros de un bondi, por ejemplo).
También fue un desafío releer lo ya escrito para reconocer qué personajes incidentales o secundarios de un libro podían convertirse en principales o protagónicos del siguiente. Y que los arcos vitales tuvieran un recorrido interesante sin volverse demasiado concluyentes, un poco como funciona la vida misma, para que de ese modo pudieran coexistir encastrados en las estructuras abiertas de las cuatro novelas.
-T: Se trata del cierre de un proyecto de años, ¿En qué estás trabajando ahora? ¿Hay alguna idea de proyecto literario a largo plazo que te entusiasme? Aunque la literatura siempre es un proyecto a largo plazo, ¿No?
-M.C: Sí. La mirada a largo plazo y una lentitud empedernida suelen ser las escalas temporales que adopta el trabajo literario. A la fecha tengo empezados algunos cuentos, novelas cortas e incluso una novela, en tono y temas completamente distintos a los de la tetralogía. Son las cosas en las que estuve trabajando en paralelo. La inercia de esos trabajos, que todavía requieren atención, me salva la cabeza en este momento de incertidumbre, aunque por debajo persista la pregunta por lo que sigue. Okey, sigo con esto, pero después ¿Qué?
-T: ¿Cómo influyó la pandemia en el proceso de escritura?
-M.C: Durante la cuarentena de 2020 estuve escribiendo esos otros textos, no esta novela sin embargo, a mediados de ese año, se incendió una zona serrana a 35 kilómetros de mi casa: el olor y las cenizas llegaban a mi patio. «¡Estamos encerrados y alrededor se quema todo!», pensaba yo, angustiado. Algo de esa angustia todavía vibraba en mí cuando me senté a escribir «Los incendios», en 2021. Me refiero solo al sentimiento: la idea argumental de rodear la acción con los incendios serranos la tenía desde el principio. Porque los incendios no son nuevos en Córdoba, si bien su frecuencia y fuerza destructiva ha aumentado a lo largo de la última década. Al sentarme a escribir la novela, el tema ya había cobrado una presencia mucho mayor en la agenda pública argentina.
-T: Los protagonistas intentan despegarse de una pregunta o incomodidad hasta que se van rindiendo y se enfrentan o van hacia esa incomodidad. ¿Creés que la literatura puede ayudarnos a enfrentar nuestras incomodidades?
-M.C: Bueno, en esa imposibilidad de cambio también estaría fundado lo de «Mudanzas a ninguna parte». La literatura -si se la considera como un todo multiforme y variado, imposible de restringir a solo algunas de sus vertientes, por más que sobre ella quieran operar el gusto personal, la censura, la corrección política y otras mojigaterías- resulta en un espejo completo de todo lo humano. A ella nada le es ajeno. Abarca todo el espectro, tanto de lo bueno como de lo malo, incluidas esas zonas incómodas de la existencia.