“Estos tú los cortas y los fríes y tienes el chifle, como ese que está ahí”, dice, señalando la bolsita con el plátano ya cortado y frito que venden en el minimarket justo enfrente, a pocos metros de la Alameda.
David vino de Venezuela hace cuatro años y dice que tiene los papeles de residencia “en trámite”. Sobrevive con la venta de plátanos desde hace meses, dice, pero antes, desde que llegó a Chile, trabajó “de todo”. En comercios, en construcción, en venta ambulante.
Ahora tiene una mesa bajo una sombrilla de colores donde extiende los plátanos. En toda esta cuadra, y en la calle Conde del Maule, a pocos metros, los puestos callejeros y los pequeños almacenes y fiambrerías (charcuterías, dicen aquí) son atendidos en su mayoría por venezolanos o colombianos. Por eso esta zona del centro de Santiago, cerca de la Estación Central de ómnibus es conocida como “Pequeña Caracas”. Y en las últimas semanas fue noticia en algunos medios locales por operativos policiales en comercios no habilitados o por incidentes en las calles, como peleas entre vecinos o intentos de robos.
Cuenta regresiva
David dice ahora que no sabe qué hará si el líder de derecha José Antonio Kast llega a la presidencia y cumple su promesa de expulsar a todos los inmigrantes que no tienen los documentos en regla.
“Les quedan 90 días para dejar el país”, reiteró Kast el jueves en su último acto de campaña de cara al balotaje de este domingo, en el que enfrentará a la oficialista Jeannette Jara y, si las encuestas no se equivocan, tiene prácticamente allanado el camino al palacio de La Moneda.
La cuenta regresiva comenzó antes de la primera vuelta de las elecciones. Cada día el candidato del Partido Republicano, un ultraconservador con posturas cercanas a las de Donald Trump, Javier Milei o Jair Bolsonaro, recordó a los extranjeros sin papeles cuántos días quedaban hasta el 11 de marzo, cuando asume el nuevo gobierno. Los “invita” a irse antes o deberán enfrentarse a la cárcel o la expulsión.
En un país de cerca de 18,5 millones de habitantes, los extranjeros representan casi el 9% de la población. Y se calcula que unos 330.000 están en condición migratoria irregular.
Lo que está ocurriendo en el norte es grave y necesitamos un gobierno que conduzca el proceso de salida de miles de inmigrantes ilegales. Algunos candidatos proponen regularizaciones masivas, nosotros recuperaremos el orden y cumplimiento de la ley. pic.twitter.com/ElkMVHVCDU
— José Antonio Kast Rist 🖐️🇨🇱 (@joseantoniokast) December 3, 2025
Entre varios clientes que compran frutas o preguntan precios en los puestos de la calle Toro Mazote, otro hombre con acento venezolano, alto, robusto, de pantalón y remera blanca, se acerca apurado al puesto de David. Saluda, toma cinco o seis plátanos, de los amarillos, y los coloca sobre la balanza. David le cobra 3.000 pesos. El hombre paga en efectivo y escucha parte de la conversación con esta enviada. “Te los pago porque si nos echan te voy a quedar debiendo los plátanos”, bromea. José –no es su verdadaro nombre- cuenta que trabaja en la construcción desde hace años. Parece conocer a los vendedores de la cuadra, que lo saludan y bromean como viejos amigos.
Algunos viven aquí hace muchos años, otros llegaron en los últimos meses. Y son parte de la oleada de inmigrantes que entraron de manera irregular a Chile y que ahora tanto Kast como Jara –con medidas menos drásticas- prometen controlar como una de las medidas para reducir la criminalidad, asociada muchas veces con la inmigración ilegal y con la llegada de grupos ligados al narcotráfico, especialmente el venezolano Tren de Aragua.
“Si me sacan, me voy”, dice María –tampoco es su nombre verdadero- mientras atiende en la caja de un minimarket sobre la calle Conde del Maule. Gorra con visera, el pelo largo y lacio, cuenta que tiene 27 años y vive en Santiago desde hace casi tres. Vino «con un novio» y dejó a su madre y sus hermanos en Venezuela.
Allí estudiaba Administración, cuenta a Clarín. “Pero tuve que dejar los estudios y me vine a buscar una vida mejor”. Aquí no le costó conseguir empleo. Se turna con otra empleada, también venezolana, y cada una trabaja ocho horas en este local que vende alimentos y bebidas desde las 7 de la mañana hasta las once de la noche.
Pero confiesa que prefiere no andar mucho por la calle a esa hora de la noche. “Hay mucha locura, hay algunos locos venezolanos a la noche…”, dice, sin más detalles.
-No, no roban, acá nos conocemos todos. Los que roban no son sólo venezolanos. Acá roban también colombianos, los chilenos, los peruanos. Hay gente buena y hay ladrones como en todas partes. Pero a veces toman, hay mucha bebida…
Además de venezolanos, explica María, “acá también hay colombianos, haitianos y ecuatorianos”. A pocos metros de allí está el almacén Los Colombianos, y también un restaurant peruano.
“Todos viven por aquí, ya nos conocemos”, asegura María, mientras saluda a una nena de unos 10 años que entra con su mamá a comprar leche y huevos. Algunos lograron regularizar su situación, otros no. María no tiene los documentos en regla. Por eso repite: “Si me sacan, me tendré que ir. Este no es mi país. Tendré que volver a Venezuela”.
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