Dicen que el presidente Javier Milei definió con su mesa chica que de ahora en más pondrá énfasis en dar solamente «buenas noticias» para contrarrestar la corriente informativa que se enfoca únicamente en los datos negativos. La idea es que los funcionarios, es decir ministros, secretarios, legisladores oficialistas, incluso el propio mandatario, se ocupen de poner en valor los logros de la gestión y combinar esos datos positivos con anuncios de inversiones, etc. En pocas palabras, una campaña de cosmética para cambia la cara fea de la realidad. Algo de todo esto, que lo resolvió el denominado «triángulo de hierro» en las horas previas al acto partidario de Parque Lezama -en Buenos Aires-, se filtró en la entrevista que Susana Giménez le hizo a Milei en su despacho de la Casa Rosada. En esa oportunidad señaló: «Soy bueno como economista, pero no hago magia, no puedo revertir cien años».
Según parece, el economista que es líder de la libertad mundial cree que es posible cambiar la realidad, construida durante 100 años, con una operación mediática. Mucha intervención en las redes sociales, videítos y mensajes podrían hacer magia. No hay que descartarlo, así llegó Milei a la Presidencia de la Nación.
El punto es que está probado que el uso del discurso alcanza para ganar una elección, pero no sirve para gobernar. Hay por lo menos dos ejemplos bien frescos que certifican esa verdad: Cristina Fernández de Kirchner, que intentó construir una realidad a su gusto a pura cadena nacional y comprando radios, canales y voces (ergo: periodistas); también Mauricio Macri que tuvo el acompañamiento de todos los medios hegemónicos y un ejército de trolls comandados por Marcos Peña. Ninguno de los dos pudo imponer su relato, la realidad se abre paso cuando procuran ahogarla con ficción.
Ahora Milei ensaya la misma experiencia, con otros actores y algunos instrumentos comunicacionales nuevos. En el fondo el objetivo es el mismo, disimular la verdad y en lo posible tratar de hacer parecer que la gestión es exitosa. Los presidentes están más preocupados por lo que se dice y se piensa antes que por el trabajo que les corresponde hacer. Evidentemente hay algo que los ciega y no consiguen advertir que lo que se dice y se piensa es consecuencia del resultado de la gestión.
Si la gobernanza fuese satisfactoria, los ciudadanos pensarían de manera positiva, y la política, es decir los adversarios, no tendrían mucho para decir. Es sencillo, pero la casta tiene miopía. A esta altura de los acontecimientos está más que probado que Milei es un flor de miope. Él también es casta.
A diez meses de mandato hizo un mitín político en una plaza para celebrar que ya tiene sello partidario. Desenfocado, total. Fueron poco más de 5 mil militantes, hubo colectivos y un refrigerio, como siempre. Cambia el menú, el procedimiento es el mismo.
En ese capítulo no hay «buenas noticias». Quizás lo auspicioso es que en función de la campaña cosmética que decidieron iniciar para instalar un clima más positivo, los insultos que profirió Milei en Parque Lezama hayan sido los últimos de la serie. Recordemos, nos dedicó a los periodistas un efusivo mensaje: «Soretes». También se la agarró con los kirchneristas y la política en general, nada que sea inédito.
Habrá que esperar cuánto tiempo dura esta dieta o si el Presidente libertario vuelve a sorprender con una andanada de imprecaciones. Mientras tanto hace los deberes, ya salió dos veces al balcón de la Rosada; con Susana primero y con el presidente Bukele después. Saludaron a la plaza vacía de gente. Es parte de la puesta en escena: el Gobierno se construye su propia película.