Nicolas Perrupato es profesor de historia en el Colegio Nacional Joaquín V. González. Desde su canal de difusión Joaquin TV, junto a la revista Crisis (de la cual también forma parte), llevó a cabo, entre 2022 y 2023, una investigación sobre la producción, la comercialización y el consumo de frutas en la Argentina.
Al principio, el trabajo se publicó en la edición impresa de la revista. Ahora adoptó el formato de serie documental de cinco capítulos que se puede ver en Youtube, cada uno de media hora, centrados en cinco frutas: manzanas, uvas, duraznos, limones y bananas (en ese orden).
“Teníamos ganas de hacer unos audiovisuales sobre soberanía alimentaria, bajo una crítica del sistema agroexportador. Pero en el ínterin, luego de un informe que hicimos sobre el Mercado Central, algunas organizaciones y empresarios nos empezaron a contar sobre el tema de las frutas, que venía muy mal. Terminamos reorganizando el material en ese sentido”, cuenta Perrupato. “La idea fue recorrer los territorios escuchando productores tanto a pequeña como gran escala, incluyendo cuestiones de producción, comercialización y consumo, pero también de la reproducción de la vida, la cultura, lo ambiental, la economía y la política”, explica.
Diversidad sin riesgo
La serie aborda las miradas de pymes exportadoras, comunidades originarias, trabajadores golondrinas, puesteros del Mercado Central, técnicos del INTA, militantes socioambientales, viejas cooperativas y nuevos emprendimientos populares. La diversidad de Oh juremos con gloria comer es tan amplia como compleja. La narrativa es reforzada con una voz en off, gráficos estadísticos y archivos históricos que muestran una Argentina profunda que reside y resiste al margen de la Capital o, más bien, de un capital concentrado, extranjerizado y extractivo que explica la informalidad laboral, la pobreza y el hambre del país. Una gentrificación del campo que recuerda –hasta parece ser una secuela– el documental Ciudad del boom, ciudad del bang, también elaborado por la revista Crisis, del año 2013. “La intención es hacer foco en las tensiones entre mercado, Estado y comunidad, donde hay decisiones macro que se toman en pequeñas mesas alejadas de los territorios”, explica Perrupato.
La producción de frutas, como casi toda la producción de alimentos en Argentina, tiene un punto de inflexión en la última dictadura militar; en aquel entonces, la financiarización de la economía (un proceso de “plata dulce” que hoy vuelve como espiral con el gobierno de Milei) favoreció la concentración económica y dejó a la deriva a industrias y pymes nacionales, pero también a las tradicionales producciones regionales, con la consecuente pérdida de soberanía alimentaria.
Sin embargo, la ecuación no resulta tan sencilla cuando se ven de cerca las experiencias territoriales. “La fruta que en general se produce es muy de propietario, que tiene una ilusión que a veces no matchea con nuestras propuestas o anhelos de políticas de soberanía alimentaria. Es un tema muy complejo”, analiza el periodista y profesor de historia, y ejemplifica: “En el tema de la manzana hay dos modelos en Río Negro: uno en el Alto Valle, que fue diseñado por capitales ingleses para la exportación, y otro en Río Colorado, cooperativo y con un esquema mercadointernista que hoy sobrevive; muchos de esos productores votaron a Milei y tienen expectativas”.
Las posibles soluciones
“En lo micro hay dinámicas comunitarias que es posible fortalecer, pero al forzar los márgenes de la distribución del alimento, a veces se pierde de vista que esas experiencias tienen que capitalizarse, tener músculo para crecer”, opina Perrupato. “La pequeña y mediana escala es muy importante en el mercado de las frutas, pero en Argentina no se la jerarquiza como en Europa u otros países desarrollados. Hay un esquema de intermediación que hace que los sectores urbanos no puedan acceder a un buen precio. Por eso surge la ilusión de exportar. Pero ahora incluso eso está jaqueado”, agrega.
El caso de la banana es paradigmático: pasó de representar el 80% del mercado interno, a que la mayoría de la población argentina hoy desconozca que también se produce a nivel local. En el caso de la uva (orgullo de provincias como Mendoza o San Juan), de las 325.000 hectáreas que se cultivaban en la década de 1980, la superficie cayó a 210.000 hectáreas una década después, y ahí se mantiene, resistiendo a la sequía, el granizo y la creciente falta de agua.
Desde la periferia urbana, donde se concentra la mayor población de la Argentina, Perrupato cuenta: “Yo vivo en La Matanza y veo que no hay desarrollo de políticas de alimento periurbano, a pesar de que hay muchos terrenos que podrán estar al servicio de las necesidades alimentarias. Los pocos productores que hay, convivieron con un Estado que no daba ayudas y venía a controlar. Quizás necesitamos un Estado que escuche más, que venga con la zanahoria antes que con el garrote”, concluye.
La serie Oh juremos con gloria comer puede verse completa en el canal de Youtube de la revista Crisis,