Rafael Horacio Moreno tiene 74 años, es un ex oficial de la Policía Federal Argentina que arruinó quizás para siempre el último retazo de vida que le queda. Sergio David Díaz tenía 40 años, era colectivero y liquidó sin sentido, estúpidamente, cualquier posibilidad de nueva celebración con sus seres queridos. Moreno y Díaz son las dos caras de una sociedad que está envuelta en la violencia, que la cultiva, la exacerba y la utiliza sin prejuicios como una herramienta de dominio. Es lo que nos legó el Estado. Ambos son victimarios y al mismo tiempo víctimas de una alienación colectiva.
Resulta paradójico, la Navidad simboliza el nacimiento, pero Moreno y Díaz han muerto, uno en vida, el otro en plenitud. El más viejo condenó su futuro, el más joven dilapidó su destino.
No hay inocentes en esta historia de descontrol, amenazas y tiros en el amanecer navideño de un barrio de La Matanza, provincia de Buenos Aires. El ex policía salió de su casa, cruzó la calle a las 6 de la mañana, en la vereda de enfrente seguían con los parlantes a todo volumen. «Bájenme la música porque esto termina mal», dicen que fue la frase con la que Moreno increpó a los bochincheros. Sergio Díaz, quien no vivía allí y estaba de visita, recogió el guante y enfrentó al quejoso sin ninguna intención de bajar los decibeles, de la música y de la confrontación.
Un video muestra cómo se pechearon en medio de la calle; reculando, el hombre mayor sacó un revólver calibre 38 que llevaba en la cintura y se lo apoyó en la panza a su contendiente. «Qué venís con el fierro ¿Quién te creés que sos?», le gritó el colectivero antes de tirarle dos sopapos a la cara a su adversario. En un empellón el ex oficial gatilló a quemarropa.
Tal vez el viejo no era consciente de lo que hacía, tal vez no era su intención disparar o quizás sí. Difícil saberlo. De cualquier manera la escena no refleja un acto de guapeza ni de justicia sino de barbarie, desde ambos frentes.
Es la conducta primitiva de personas que llegan a ese extremo porque se han acostumbrado a resolver las diferencias sin el concurso de la razón. Sin ley, o en todo caso con la ley del más fuerte, como animales en la selva. Moreno y Díaz fueron víctimas violentas. Emergentes de una comunidad que se ensambla y convive con la agresión.
El ex policía antes de convertirse en victimario en la madrugada de la Navidad fue víctima no una sino dos veces. Víctima de sus vecinos que lo torturaron con música toda la noche y víctima del Estado que no lo cuidó. A su vez, el colectivero, antes de que su arrogancia lo convirtiera en víctima, fue también victimario del viejo de enfrente.
Ahora además hay una tercera víctima, la mujer de Moreno, otra persona mayor de 70 años y con evidentes problemas de movilidad, que tuvo que ser rescatada por la Policía ante la intifada de sus vecinos indignados. No hay inocentes en esta novela que la televisión porteña transmite con una mirada sesgada y amarillista. Sí, hay muchos culpables y sobre todo uno que tiene decenas de ventanillas y ningún rostro: el Estado.
El Municipio que no controla ruidos molestos, la Provincia que no instruye a su Policía y la Nación que desconoce el pulso de la sociedad son responsables de la violencia que anida en la comunidad.
«Señora, ¿cómo vive todo esto?», le preguntó un cronista a la mujer mayor, pareja del homicida. «Como el culo. En este momento estoy sola, me amenazan, ya me agredieron y no sé si no voy a morir dentro de casa», respondió con la voz cansada.
Idéntica escena se replica en todo el país, también en Corrientes. Mientras tanto el Presidente se enfoca en la macro, los gobernadores en la micro, los intendentes se mantienen a flote y los legisladores piensan en la suya. Y la gente, se mata en la calle.