El primer año calendario de Javier Milei (el 2024) cerró con una inflación del 117,8%, casi la mitad de lo que fue el último año de los Fernández y Massa que terminaron con 211,4%, concretamente la diferencia de una gestión a otra fue de 93,6%. El cuadro que se configura no es para salir corriendo en busca de descorchar algo, hay poco para festejar, aunque es importante reconocer que el fuerte freno a la inflación constituye un salto enorme hacia la superficie; un gran alivio para la población de ingresos fijos. A los menos espabilados en temas de economía, que ciertamente son la mayoría, este resumen les insufla esperanza de una pronta salida. El gobierno de Javier Milei se apoyó en los juegos de artificio y volvió a celebrar el dato que difundió el Indec como si fuese un éxito. Con bastante indulgencia se podría aceptar ese razonamiento, pero la realidad indica que el resultado es magro, más de lo que pueden disimular las odas oficiales.
La variación de 117,8% respecto del 2023 es una cifra altísima que ubica a la Argentina todavía en el pelotón de los países con más inflación del mundo. Ya no está a la vanguardia, es verdad, pero tampoco ha mejorado tanto como para soñar una vuelta a la normalidad, sobre todo por la forma en que se consiguió reducir la evolución inflacionaria. El freno a los precios se impuso por vía de una brutal recesión que paralizó la economía y a la par liquidó la capacidad de ingresos de los trabajadores. Ninguno de los dos factores -actividad e ingresos- se han recuperado aún, consecuencia el poder adquisitivo está -en promedio- en el segundo subsuelo.
A mitad del 2024, más del 50% de la población del país -medición oficial- estaba sumergida en la pobreza. Aumentó once puntos porcentuales respecto de la última estadística de los Fernández y Massa. Ese derrumbe social no se dio espontáneamente, es la secuela del plan Milei que se sintetiza en tres conceptos: freno a la inflación, menos ingresos, más pobres.
En la Casa Rosada señalan convencidos de que el nivel de pobreza ha retrocedido. El Presidente lo ha dicho en varias oportunidades: la pobreza está en el orden del 39% y bajando. Esto significa que volvió a la medición que tenía cuando gobernaba el kirchnerismo.
Algunos creen ver en este proceso un sendero de recuperación, consideran que el modelo libertario -la anarquía liberal- expresa un camino sólido para el progreso de la Argentina. ¿Redundará en el progreso de todos los argentinos?
Hasta aquí lo que se vislumbra es que algunos sectores tienen un destino promisorio, lo que no está claro es que esa bonanza se derrame en el corto plazo -ni siquiera en el mediano plazo- en toda la sociedad. Hay un debate pendiente respecto de este asunto, pero los extremos que representan Javier Milei y Cristina Fernández de Kirchner obturan la posibilidad de una discusión seria.
Como sea, el tránsito hacia el próximo estadio es un camino de peldaños, el actual está dominado por una inflación razonablemente baja respecto de lo que era costumbre hasta hace unos meses, combinado con una marcada limitación en los ingresos, de tal manera que el poder adquisitivo se mantendrá planchado. ¿Hasta cuándo?, es la gran pregunta.
Por lo pronto, si bien los precios siguen desacelerando, los productos de la canasta básica se hacen más caros mes a mes. Por ejemplo, en diciembre pasado una familia tipo -cuatro integrantes- necesitó $ 1.024.435 para cubrir sus necesidades (Canasta Básica Total). Los hogares con ingresos inferiores a ese monto son técnicamente considerados «pobres».