El brutal asesinato de una familia entera en el barrio porteño de Villa Crespo ha conmocionado a la sociedad argentina, dejando tras de sí un rastro de dolor, incredulidad y un sinfín de preguntas sin respuesta. La principal hipótesis, que apunta a Laura Leguizamón como la autora de la muerte de su esposo y sus dos hijos adolescentes, ha puesto de manifiesto la compleja y a menudo desatendida problemática de los trastornos mentales.
En este contexto de búsqueda de explicaciones, ha comenzado a resonar con fuerza una posible causa detrás de la tragedia: el síndrome de Amok, una rara pero devastadora explosión de violencia extrema, que la psiquiatría estudia ahora como un factor clave en este horrendo crimen.
El eco de la tragedia se extiende más allá de los límites de Villa Crespo, reverberando en cada hogar y cada conciencia, obligando a la sociedad a confrontar una realidad incuestionable: la salud mental no es un lujo, sino una necesidad imperante, y su desatención puede tener consecuencias inimaginables. El caso Leguizamón se erige como un sombrío recordatorio de que, detrás de la fachada de la normalidad, pueden ocultarse tormentas internas capaces de desatar la más oscura de las furias.
La noticia del hallazgo de los cuerpos de Laura Leguizamón, su esposo y sus dos hijos en su domicilio de Villa Crespo cayó como un balde de agua fría en la capital argentina. La escena, macabra e incomprensible, presentaba todos los indicios de una tragedia familiar autoinfligida. A medida que la investigación avanzaba, y los detalles comenzaban a emerger, la hipótesis de que Laura Leguizamón fue la ejecutora de este horrendo crimen, antes de poner fin a su propia vida, cobraba cada vez más fuerza.
La conmoción fue palpable. ¿Cómo una madre, una esposa, podía cometer actos tan atroces contra las personas que más amaba? La mente humana, en su búsqueda de racionalidad frente a lo inexplicable, se aferra a cualquier hilo de lógica. Y en este caso, ese hilo parece ser el de un trastorno mental que quizás no fue detectado a tiempo o no fue tratado de manera efectiva.
La psiquiatría, en su afán por comprender las complejidades de la mente humana, ha vuelto a poner el foco en el síndrome de Amok. Este término, de origen malayo, significa literalmente «atacar con furia sin control», y describe un fenómeno devastador: una explosión repentina de violencia extrema, generalmente desencadenada por un período prolongado de tensión interna, aislamiento o depresión. Quienes lo sufren, o quienes lo han sufrido, protagonizan brotes de agresión desmedida contra su entorno más íntimo, con un desenlace que a menudo culmina en el suicidio del atacante.
Aunque el síndrome de Amok no figura como una entidad diagnóstica autónoma en los manuales de clasificación psiquiátrica más utilizados, como el DSM-5 («Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales»), sí es reconocido dentro de los «síndromes culturales».s