No es claro cómo la dirigente liberal rompió su clandestinidad en Venezuela que mantenía desde agosto de 2024 tras el fraude electoral del régimen. Una versión consistente de The Wall Street Journal sostiene que lo hizo este martes con auxilio norteamericano, por mar hacia Curazao. También se afirma que sucedió con anuencia del régimen según fuentes venezolanas citadas por The New York Times. Es posible.
La dictadura ha buscado siempre expulsar a los dirigentes más notorios de la oposición. Lo hizo con Leopoldo López que salió del país amparado por los hermanos Rodríguez, Delcy la vicepresidente y Jorge, el siquiatra titular del Congreso. También ambos y con ayuda del ex presidente Rodríguez Zapatero, alfil del chavismo, fueron quienes despacharon a España al diplomático Edgardo González Urrutia, ganador probado de las elecciones de 2024.
No tocar a Corina
Corina, en cambio, evitó esas maniobras y se refugió en la clandestinidad evitando aparecer en público desde enero pasado. El régimen seguramente evitó rastrearla o hacerle cualquier daño para evitar que su figura ya influyente se agigantara determinando el destino del país, que es aproximadamente lo que ahora está sucediendo.
Trump casi en las mismas horas de la ceremonia escaló la presión sobre el régimen con el sobrevuelo por primera vez en el espacio aéreo venezolano de dos cazas F-18 y luego este mismo miércoles con el secuestro de un buque petrolero que se utiliza para contrabandear el petróleo venezolano esquivando las sanciones. Esa operación militar es la de mayor magnitud después de la oleada de bombardeos a lanchas civiles que, según la Casa Blanca, transportarían droga.
Todo lo que estamos viendo es el triunfo contundente de la línea dura que encabeza el canciller Marco Rubio y ampara la líder opositora. Esa visión estratégica de usar la fuerza militar sin reparos contra el régimen chavista, incluso con un desembarco como sugirió la vocera de la Casa Blanca, pareció atenuarse después de la charla telefónica entre el presidente Donald Trump y el autócrata Nicolás Maduro.
Al margen de las versiones sobre el contenido de ese diálogo, lo cierto es que de inmediato Caracas aceptó un pedido de Washington para reanudar los vuelos que llevan a los migrantes venezolanos de regreso al país caribeño. Algo acordado posiblemente en aquella conversación que habría dejado abierto un canal de diálogo.
De ahí que nació entre los analistas el supuesto de que se estaba yendo a una salida diplomática diferente a lo que proponía el sector más radical de la Casa Blanca.
El otro problema que enfrentaron los halcones de la Cancillería norteamericana, como ya señalamos en esta columna, fue el sorprendente indulto de Trump a un poderoso narcotraficante ligado al cartel mexicano de Sinaloa del chapo Guzmán. El ex presidente Juan Orlando Hernández, de Honduras, condenado por trasegar 500 toneladas de cocaína a EE.UU. Esa decisión desbarató el argumento de la batalla antinarco contra Venezuela.
Pero ahora, el notable acontecimiento de Oslo que eleva a niveles extraordinarios la figura de Corina Machado, contribuye a disolver esas desprolijidades. No causó siquiera asombro el reconocimiento hace apenas horas por parte del magnate de que no conocía a Hernández ni su historia. Reveló que alguien le dio los datos y le pidieron que lo perdonara y ya. Así es Trump.
Venezuela aparece así como el primer paso o al menos el más estridente del intento norteamericano por recuperar su influencia en el Sur del hemisferio, un espacio disputado por el rival capitalista chino, socio comercial de naciones clave, como Brasil y principal cliente del petróleo venezolano (540 mil barriles por día en agosto pasado que subió a 750 mil en setiembre/ octubre último, casi la totalidad de la producción venezolana, según datos de Reuters y de TankerTrackers que monitorea buques cisterna).
Marco Rubio, secretario de Estado de EE. UU. (izquierda), y el presidente Donald Trump durante una reunión de gabinete en la Casa Blanca, Washington. Foto BloombergLa Casa Blanca ha rescatado para ese efecto a la doctrina Monroe de 1823 que estipulaba América para los americanos contra la presencia de los europeos. Pero este gobierno lo hace con los corolarios que le agregó el primer Roosevelt, Teddy, quien en 1904 inauguró la diplomacia de las cañoneras y el gran garrote.
Las cañoneras
No eran solo discursos. A comienzos del siglo pasado EE.UU. se había consolidado y su hegemonía alcanzaba a la América Central y el Caribe. Había anexado territorio mexicano, ocupado Cuba, Puerto Rico, Panamá, Filipinas, Guam y Hawai. Era América para los (norte) americanos, en su versión más agresiva, que ya en épocas más recientes EE.UU., con la noción del “American century”, pretendió extender el concepto a todo el mundo, como un remedo del “reino del americanismo, el reino de América” que proclamó en 1920 el presidente republicano Warren Harding, un Trump de aquellas épocas.
Esas políticas en la actualidad se notaron ya en episodios no contingentes, como el amparo financiero a Argentina o los acuerdos con el régimen de Bukele y la asistencia inmediata al flamante gobierno centrista boliviano. Pero también, con el ataque arancelario a Brasil para dictarle cómo debía comportarse la Justicia del gigante sudamericano o últimamente con las sanciones a la dictadura de Nicaragua que no estaba en el radar y con la presión multiplicada sobre el gobierno colombiano.
Se debe sumar a ese registro la intervención desafortunada en las elecciones de Honduras, con Trump eligiendo a un candidato, el empresario Nasry Asfura, correligionario justamente de Hernández, y amenazando con desfinanciar al empobrecido país centroamericano si no triunfaba su partidario. Ahora el país entró en una imprevisible crisis alrededor de una elección sin ganador claro y denuncias de fraude. Esto sucede no necesariamente debido al intervencionismo norteamericano, pero sí ayudo a ha brindar argumentos para alimentar el escándalo.
El gobierno de Xiomara Castro, siendo ellos el oficialismo, había venido denunciando un posible fraude desde antes del llamado a las urnas sugiriendo que no aceptarían fácilmente que perdiera la postulante oficialista. Quedó, sin embargo, tercera muy lejos de cualquier posibilidad. Pero la pelea entre las dos derechas con Trump intermediando por una de ellas, profundizó la crisis y ahí ya tenemos al gobierno y los jefes militares, que le responden, denunciando que les robaron la elección. Si de todos modos se impone a Asfura, no es difícil imaginar los abismos que confrontará su gobierno al margen de la mano que le dé Washington.
Honduras puede ser una enseñanza y servir como probeta de análisis sobre el desafío más grave venezolano. Si existe aquella línea abierta de comunicación con el régimen que permitió la reanudación de los vuelos, con grandes cucharadas de ricino debería encararse con los jefes militares, un poder que va más allá de los cuarteles y que no desaparecerá si cae la dictadura, pero crucial para una transición con futuro. Lo otro, es Honduras.
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