En la nueva novela Yo soy el invierno, del escritor y editor Ricardo Romero, el protagonista vive en un pueblo perdido y semiabandonado, referencia directa al desmantelamiento de las localidades que surgieron alrededor de una estación ferroviaria y que persisten aun cuando el tren ya no está presente, tal como lo testimonia el Pampa Asiain, un policía que «más que un héroe es una criatura perpleja, casi fantástica», explica el autor.En la obra, recientemente publicada por Alfaguara, Romero construye una trama policíaca ambientada en el corazón de la pampa bonaerense. En esta historia, el joven suboficial ayudante Pampa Asiain se convierte en el protagonista de una trama intrigante y oscilante que se desarrolla en el pequeño y semiabandonado pueblo de Monge. La elección de este entorno proporciona un trasfondo cargado de simbolismo, que refleja el desmantelamiento que afectó el interior de la Argentina, especialmente durante el menemismo.
Romero explora con su escritura la conexión entre personajes y paisaje, y trabaja la naturaleza humana frente a la vastedad de la pampa.
Durante la entrevista con Télam, el escritor señaló las influencias literarias que, desde Ezequiel Martínez Estrada y William Faulkner hasta series de televisión como True Detective, le ayudaron a moldear la atmósfera y la estructura de la novela.
«En el género negro, hasta en la novela más oscura, suele haber un ordenamiento de los hechos que nos da amparo, algún tipo de amarga tranquilidad. Todo es espantoso, pero al menos sabemos cómo es»
Romero, escritor y editor argentino, nacido en Paraná en 1976, despliega su destreza al abordar géneros de manera transversal, fusionando el noir con elementos fantásticos y explorando los límites del policial. Desafía con su escritura la convención narrativa y con Yo soy el invierno logra cuestionar los límites de los géneros.Romero es un escritor que tiene en mente la evolución de la literatura negra en Latinoamérica. Desde su participación en la revista literaria Oliverio y el grupo literario «El Quinteto de la Muerte», hasta su actual rol como editor de Gárgola Ediciones, ha dejado una marca en la escena literaria argentina. Es un autor multifacético, licenciado en Letras Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba, con una extensa lista de novelas, entre las que se destacan Ninguna parte, Perros de la lluvia y Big Rip.
Yo soy el invierno es una novela que se lee con agilidad, y con la virtud de desafiar las convenciones literarias y en la que «la verdad» es explorada de maneras inesperadas.
– ¿Sentís alguna cercanía con la literatura gauchesca en la novela, teniendo en cuenta la guitarra del principio y el escenario rural?
– No había pensado ese primer momento de la novela en relación con la tradición gauchesca, pero puede haber algo ahí. Algo que, ahora imagino en relación con algunas intenciones que estaban en el momento de la escritura. Por ejemplo, la idea de indagar a través del Pampa y del resto de los personajes su relación con el paisaje de la pampa bonaerense. Esa llanura que trabaja y moldea a los personajes, sus soledades, sus expectativas, un eco de Martínez Estrada podríamos decir.
– ¿Siempre te interesó esa relación hombre paisaje?
– Sí, es más, incluso en el universo urbano de la mayoría de mis novelas sucede. El paisaje, sea una ciudad o sea rural, surge como un elemento activo, siempre presente, porque la estabilidad del mundo es una ilusión en la que todos estamos comprometidos. La pregunta es cuánto nos comprometemos con eso, qué estamos dispuestos a sacrificar por esa ilusión, y qué pasa cuando ya no la podemos sostener más y la naturaleza del paisaje revela toda su potencia, ese misterio vibrante que atraviesa las cosas y que no necesita que estemos ahí para darle un sentido.
– Tu literatura sale del circuito urbano y se aventura por lo rural. ¿Qué te genera explorar esos territorios literarios que no son urbanos? ¿Enriquece la mirada de una argentina más federal?
– La verdad es que no estaba pensando tanto en nuestra literatura sino más bien en ciertas series de televisión como True Detective, en el gótico sureño de William Faulkner, esos universos minúsculos en los que las tragedias son profundas e impredecibles y nunca levantan la voz. Por otro lado, si hay un federalismo que me interese, no tiene que ver necesariamente con la dicotomía entre ciudad y campo. Siempre me han interesado explorar las urbanidades del interior del país. Ser ciudad y no ser Buenos Aires. En Perros de la lluvia, por ejemplo, fue Paraná, de donde soy. Y en Big Rip, sobre todo, la ciudad fundante de ese despropósito es Córdoba, aunque después es muchas ciudades más.
– ¿Cómo ves la tradición policial argentina inserta en tu obra?
– R.R: Siempre he sido un lector de género transversal y desordenado. El policial, sí, pero también el terror, la ciencia ficción, las distintas formas del fantástico. Y eso de alguna manera siempre está presente en lo que escribo. Las marcas genéricas, pero también y sobre todo las consecuencias de esa transversalidad. Yo soy el invierno es una novela de corazón noir que, por ejemplo, puede dialogar con el decálogo de Carlos Gamerro sobre las coordenadas de escribir un policial en Latinoamérica. ¿Cómo tener un protagonista, un héroe que sea un policía, cuando al imaginario social le cuesta tragarlo? Elmer Mendoza resolvió eso muy bien con el Zurdo Mendieta. Es un héroe, sí, pero eso no lo hace menos corrupto. El Pampa, en este caso, más que un héroe es una criatura perpleja, casi fantástica. Y parte de lo que más me interesa de él es que hace lo que hace, toma las decisiones que toma, sin entender muy bien por qué lo hace. Ahí hay una relación con la verdad que quiero explorar. Porque creo que el policial es un género en crisis, que necesita reinventarse. En el género negro, hasta en la novela más oscura, suele haber un ordenamiento de los hechos que nos da amparo, algún tipo de amarga tranquilidad. Todo es espantoso, pero al menos sabemos cómo es. Los protagonistas de la novela pueden no saber lo que sucedió, pero nosotros, como lectores, tenemos el panorama completo. Ese tipo de saciedad me inquieta, me genera desazón, no tiene que ver con mi experiencia del mundo. En ese sentido, creo que quien llevó más lejos esa exploración, esa búsqueda, ese desafío, fue Bolaño con La parte de los crímenes en «2666». ¿La verdad siempre adquiere una formulación de respuesta o puede formularse como una pregunta interminable? Los hechos trágicos suelen portar más sentido, más significado de lo que somos capaces de soportar.
«Desde todos los lugares en que me ha tocado participar, como lector, como editor, como docente, como escritor, siempre me he sentido muy entusiasmado con lo que ocurre en la literatura argentina»
– Otra curiosidad es el rol de la nieve, el invierno y el frío en la novela. ¿Qué representan esos elementos para los protagonistas en Yo soy el invierno?
– Me gusta pensar que la nieve, el lado visible de ese frío que recorre la novela, es el elemento extraño que pone en perspectiva la extrañeza de todo lo demás. Ahí, cuando la ilusión de estabilidad de la que hablábamos antes se quiebra, ¿qué cosas se empiezan a ver? ¿Cómo nos relacionamos con eso? ¿Cómo lo nombramos? ¿Qué es un cadáver?
– ¿Siendo editor, cómo ves el panorama actual de la literatura argentina?
– Desde todos los lugares en que me ha tocado participar, como lector, como editor, como docente, como escritor, siempre me he sentido muy entusiasmado con lo que ocurre en la literatura argentina. Y ahora más que nunca. Porque con todos los cambios sociales de los últimos veinte años, ya no hay imaginarios dominantes que no hayan sido sacudidos, que no estén siendo cuestionados, deformados, acorralados. Ahí hay algo muy vivo, muy vital. Eso nos obliga a pensar mejor, a imaginar mejor. Ese es mi mantra en estos días oscuros.