Sin planificarlo viví la emboscada policial al abogado católico, dirigente político/social, y miembro del Vaticano en el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, Juan Grabois.
El domingo 22 el vuelo de regreso, desde capital de Italia, fue a las 22.30 horas. Estábamos en el sector económico. Me enteré que el líder del Frente Patria Grande estaba en la misma nave por el comentario de un empresario pyme que viajaba junto a su hija de 15 años. Sentados en la misma hilera, de la zona cinco, me contaron que habían coincidido con Grabois, una semana atrás, en la ida a Roma, y que había estado todo tranquilo. Para la vuelta Grabois estaba en la zona tres. Un par de asientos más atrás viajaban dos nuevos obispos auxiliares de la arquidiócesis porteña. El vuelo fue tranquilo por excepción de una mujer, jubilada seguramente, muy enojada con otro pasajero más joven y que antes de bajarnos hacia comentarios odiosos contra el Papa Francisco y su joven discípulo amado (a quien había visto hacer la fila para subir al avión. Hasta ahí nadie había insultado a los gritos al famoso abogado de cartoneros y pobres. Sí circulaba el comentario de su presencia).
A las 7.25 del lunes 23 llegamos a Ezeiza al igual que varios aviones desde Europa. Mucha gente para esa hora. Al salir del hall me fui a un café en el mismo aeropuerto. Sentado allí a los pocos minutos escucho gritos y veo un pelotón de policías vestido de negro con las siglas PSA (Policía de Seguridad Aeroportuaria). Estaban rodeando al “condenado”. La actitud policial parecía que llevaban a un reo directo al cadalso. Entonces voy a la escena. A Juan, con los dedos levantados en V y al grito “viva Perón”, se lo llevaban rodeados los policías. Eso despertó las ínfulas de los cobardes detrás de sus celulares. Empezaron a levantarse los gritos de “chorro”, “ladrón”, “defensor de pobres”. Otros se animaron a más y corrieron hacia el pelotón que se llevaba a Grabois del aeropuerto hasta que él mismo puso freno de mano. Se plantó pese a la policía. Fue entonces que a los gritos se puso a contestar a quienes lo lapidaban. Eran sobre todo gente mayor de 50 años. Juan les decía que no le había robado nada a nadie y menos a los pobres.
La jauría de odiadores de clase media y alta lo rodearon. Vómitos de groserías contra el dirigente que desde hacía dos días era “la noticia” por estar junto al Papa, en un encuentro de movimientos populares, cuando habló de Julio Argentino Roca como genocida de los pueblos originarios, del litio como el nuevo método de colonialismo, las coimas de funcionarios argentinos para una obra internacional y hasta el uso de gas pimienta en lugar de pagar justicia social (sin precisar país).
Grabois estaba enfurecido como agua hervida. No quería ser corrido por una serie de cipayos que bien conoce porque tienen su mismo origen social.
En el pelotón de policías ninguno frenó a los agresores. Todos rodeaban a Juan. Estaban quienes le hablaban bien y le pedían tranquilidad. Pero también aquellos que pretendían atemorizar que lo iban a detener.
Dejando el hall del aeropuerto el episodio parecía bajar los decibeles hasta que en la vereda volvieron a los insultos con celulares en mano contra Grabois y él que no quería dejarse correr. Muchos pasajeros que esperaban taxis o micros aprovechaban para insultar. Algunos otros, jóvenes, sobre todo, laburantes del aeropuerto, se acercaron a saludarlo a Juan, a darle un aliento, a pedirle que se tranquilice para no seguirles el juego a los violentos.
Luego que Juan se fue en auto volví a terminar el café con leche. Dos policías me pidieron abrir mi valija. Había ropa mezclada con rosarios y estampas con la foto de Francisco.
Una hora después recibí el primer whatsApp preguntándome si era el hombre de bermudas verdes y camisa al lado de Grabois. El día transcurrió con mi imagen recorriendo canales de televisión, artículos online y en las redes algunos me acusaban de estar contra Grabois.
Mi intención fue ir junto al lapidado frente a los cobardes y ver el actuar policial. Los pasajeros eran groseros, pobres de inteligencia y sobre todo de valor. Muchos de ellos católicos que ignoraron la cruz en el pecho de quien insultaban. Vi los rostros y escuché los gritos de quienes maldecían al Santo Padre por defender a los pobres, por alentarlos y criticar a los poderosos y corruptos. Juan es el laico argentino mediáticamente más visible que trabaja junto a Francisco. Seguro leyó el punto 8 de las bienaventuranzas: “felices los perseguidos a causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos”.