La política líquida | Norte Corrienttes


Los dos partidos que hicieron historia en la Ar­gentina en el último siglo, el radicalismo y el peronismo, parece que han caído en una crisis existencial que en lo inmediato no tiene a la vista una salida concreta. Puede que encuentren una vía de escape de la exigencia de la coyuntura, sin em­bargo por la profundidad y la complejidad del proceso que enfrentan, el examen de fondo seguramente lle­vará tiempo, sus protagonistas no saldrán indemnes y es muy probable que si encuentran un camino para superar el escollo no será por la vía democrática. La política criolla en general, no sólo peronistas y radi­cales, enfrenta un desafío crucial: recuperar -si es que alguna vez la tuvieron- la calidad institucional que los haga legíti­mos representantes de su comu­nidad.
Sin distinción de ideologías, el albur envuelve a todas las fuer­zas políticas desde la derecha hasta la izquierda aunque en este momento se hace más evidente en el PJ y la UCR por la ebullición interna que tienen. ¿Es una crisis de identidad o es el procedimien­to similar al de un parto? ¿Vuel­ven al origen o buscan un nuevo destino? 
Por ahora hay más preguntas que respuestas. Entre esos interrogantes está la inquietud sobre qué fue lo que causó esta situación. ¿Fue la irrupción de Milei, un outsider de la política que llegó al poder con un discurso irreverente que denunciaba y exponía con crueldad a los profesionales de la política? 
Salta a la vista que la ciudadanía -es decir, los elec­tores- prefirieron arriesgarse a la aventura libertaria antes que entregarse nuevamente a un viaje por el periplo del fracaso, entre las que hay que computar al PRO, de Mauricio Macri. 
Está claro que los partidos políticos, los tradicio­nales, pero también los más jóvenes necesitan reen­contrarse con algunos principios esenciales para re­cuperar el crédito social. El sello de «casta», como una descalificación, que Milei le estampó a todo aquel que no forma parte de su círculo áulico será difícil de bo­rrar, hoy están todos marcados; incluso el propio líder de La Libertad Avanza que todavía goza del beneficio del optimismo ingenuo de gran parte de la sociedad también se ha ganado el sellado en la frente: «casta». 
Acaso impensadamente, empujado por su fanatis­mo, el liberal libertario que de pronto se convirtió en Presidente de los argentinos, abrió una suerte de Caja de Pandora para exhibir las conductas más desfacha­tadas de la política nacional. Él mismo es un emergen­te de ese desvío colectivo que comenzó a producirse hace unos 30 años, con Carlos Saúl Menem.
«Si hubiera dicho lo que iba a hacer, seguro que no me votaban», se confesó el riojano. Aquello fue la certificación de un auténtico fraude a la voluntad popular. Des­de entonces todo se volvió peca­minoso y el acceso del kirchneris­mo al poder convirtió a la política en un atropello de la deshonesti­dad sobre cualquier vestigio de virtud institucional. Néstor Carlos y Cristina Elisabet transformaron la Presidencia en un bien personal que se dirimía en el lecho matri­monial. 
¿Cuando Cristina Kirchner habla sobre enderezar lo que se ha torcido en el PJ se refiere volver a aquello que practicaba con su marido? 
Desde esta perspectiva se entiende porque la Señora acusa a Axel Kicillof de «Judas Iscariote». Es lógico, el gobernador bonaerense parece resistirse a más subor­dinación después de 20 años. 
Hay dirigentes que no aceptan el paso del tiempo. En la UCR de Corrientes hay unos cuantos ejemplos.
«No es fácil ser radical en este tiempo. A veces el partido va a la derecha y otras a la izquierda», descri­bió Valdés en el Coloquio de Idea. Se refería al Comité Nacional, aunque en su distrito pasa lo mismo. Es el problema de la política líquida donde los principios quedaron anegados en las dudas de la pos verdad.

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