El diario La Nación publicó este domingo un artículo en el que destaca el éxito que tuvo la 26 Fiesta Nacional del Chamamé, como así también la particularidad de este acontecimiento, visto desde los ojos de un “marciano”. Esta metáfora eligió el autor de la nota para referirse a un visitante primerizo, al contemplar el “conjunto de rituales, creencias y sentimientos” que fluyen en las noches chamameceras del anfiteatro Cocomarola. Destacó la masiva convocatoria de la fiesta y el clima de camaradería que se genera en la ocasión.
Así es que el enviado especial de La Nación, Gabriel Plaza publicó en la edición de este domingo, el artículo titulado “Marciano chamamecero”. En esa nota, de acuerdo a su observación, explica “todo lo que aprendería un extraterrestre si llegara a la gran fiesta de la música litoraleña, que terminó con entradas agotadas”. A continuación se transcribe el texto completo de la misma.
CORRIENTES.- Si un marciano bajara con su nave en Corrientes no se acostumbraría al calor, como no se acostumbrán tampoco los correntinos. Aprendería que enchamigarse es compartir con otros; que sapucai es un grito de dolor, mezclado con alegría y nostalgia; que los atardeceres frente a la costa de Paraná son de otro planeta, y que el sonido que subyace, domina y marca la frecuencia de este punto geográfico, en un país llamado Argentina, se llama chamamé.
También el marciano conocerá que hay una fiesta que dura diez días, en un lugar llamado Anfiteatro Tránsito Cocomarola (un señor que forma parte de un olimpo de dioses chamameceros junto a Ernesto Montiel, Isaco Abitbol y AntonioTarragó Ros), donde se reúnen miles de personas para escuchar esa música, ese sonido sentimental, que los hace reír, bailar, llorar o gritar. Le enseñarán que cada chamamé está ligado a un recuerdo de infancia y que cada correntino tiene un chamamé que lo representa: no importa la edad, la ropa que lleva puesta, de que partido político o religión sea. Está el tarragocero, el monteliero, el hincha de Mario Bofill, el de Ofelia Leyva, los Hermanos Barrios, el Bocha Sheridan o Juancito Guenagá, pero también hay hinchas más jóvenes y viejos que siguen a los nuevos -Mauro Bonamino, Lucas Monzón, Gabriel Cocomarola, Los Hermanos Núñez-; o los hinchas que son músicos y siguen a Raúl Barboza, ese señor surgido de un consejo de sabios, que siempre tiene una sonrisa de par en par y hace unos ruidos cautivantes y sobrenaturales con el acordeón.
De estar paseando por ese festival, sabrá que esas fiestas durarán varias horas, casi hasta el amanecer. Que hay un señor al que le dicen Flaco Cosarinsky, que cuando grita «Corrientes, capital mundial del chamamé», parece que quisiera que lo escucharan hasta en la Luna. Que a medida que avanza la noche, todos se sienten como en su casa, incluso él. Que el chamamé siempre se baila juntito y abrazado, a pesar del calor insoportable, porque el chamamé puede más que todo, incluso que las fuerzas de El Niño, que viene azotando la región del Litoral. Le dirán que la regla de oro es que no gaste su dinero adentro con alimentos y bebidas. Todo se lleva en heladeritas y se comparte todo, con todos. Que de esa caja cuadrada y mágica que hombres y mujeres cargan todo el tiempo, como si marcarán un propio territorio, sacan todo el tiempo recipientes y líquidos que no se parecen al agua. Y que si un día se decidiera prohibir el ingreso al predio con esas heladeritas, los correntinos estarían dispuestos a la revolución. Por cierto, esa caja mágica parece no tener fondo.
Le dirán que debe ser respetuoso con la Virgencita de Itatí y que cada noche cuando aparezca sobre el escenario, debe saludar con un pañuelo blanco, como si en realidad la estuviera despidiendo. También le confesarán, que este es un tiempo de nostalgia y festividad, porque todos los correntinos dispersos por el mundo, vuelven en esta época de enero para reencontrarse con su familia, el patio y el árbol de su infancia.
Y, por último, sabrá lo más importante: que si alguna vez tuviera descendencia, lo primero que tiene que hacer es llevarlo a la Fiesta Nacional del Chamamé, porque así lo hicieron sus padres, y así lo harán sus hijos, con su propia descendencia, para que esa música se siga transmitiendo de generación en generación, con la fuerza de un mandamiento.
Todo esto, sólo si las cosas las viera un extraterrestre. Para el correntino, en cambio, el conjunto de rituales, creencias y sentimientos, son tan naturales como la puesta de sol en el río Paraná.