Con lecturas de poemas, feria de arte, libros, rap y la proyección de un cortometraje, la identidad villera disputa y expande su huella en el Festival Internacional de Poesía Ya!: «Se invirtió el movimiento», dijo el poeta y cineasta César González una de las noches del evento en Casa Patria Grande, esa casona lujosa y antigua del barrio de Retiro, donde acompañado por más de 300 personas celebró que al menos «una vez la periferia venga al centro».Ola de calor en varias provincias del país. Desde el 4 de febrero, un festival de poesía copa las noches de la ciudad de Buenos Aires. El lenguaje es una fiesta: hay música, baile, lecturas, silencio. La producción poética de las villas es parte del evento al que asisten autoras y autores de todo el país, también hay invitadas norteamericanas, como Anne Boyer y Ellen Bass, las dos figuras internacionales más destacadas de esta edición.
César González, poeta, director de films («Diagnóstico esperanza», «Atenas», entre otros), autor de «El fetichismo de la marginalidad» y otros poemarios que publicó con el seudónimo Camilo Blajaquis, fue el organizador, el último martes, de la actividad «¿Qué poesía hay en las villas?», con sede en Casa Patria Grande, en Juncal y Carlos Pellegrini: en el patio de esa casona residencial, leyó poemas «tumberos» como llamó a los textos que escribió hace más de una década cuando estaba privado de su libertad, invitó a tocar a músicas y músicos raperos, y presentó un corto sobre la creatividad en los barrios. Con el sonido del rap, hubo baile y fiesta.
Con sus lecturas, cientos de personas sentadas en el piso se rindieron al silencio, luego a los silbidos elogiosos y a los aplausos. La periferia, como dijo el también gestor cultural, se movió al centro, al menos una vez. «Se invirtió el movimiento del punto A al punto B: vino el punto B al punto A», festejó el joven del barrio Carlos Gardel.
Días antes, en ese mismo lugar hubo otra velada villera de la mano de Belleza y Felicidad Fiorito, el proyecto de activismo cultural con territorio en Villa Fiorito, que funciona desde 2003 y este año celebra su vigésimo aniversario. El festejo por lo construido es un viaje: conocerán el mar. «La potencia de ser incluidas en un festival de poesía es muchísima, es lo que dicen las chicas en un texto que escribieron: la posibilidad de participar para poder decir una voz diferente, que es la poesía villera, que habla de realidades diferentes pero no hablar de los cartoneros como un otro sino como une cartonere, en primera persona», reivindica la artista e impulsora del proyecto, Fernanda Laguna, también poeta.
«Aprendemos a leer diferente, a poner más el cuerpo, a estar con los micrófonos, a manejar los tiempos. Entonces, la inclusión tiene que ver con la posibilidad de expresarse y de desarrollarse. Por eso es tan importante que en todas las lecturas de poesía que arma el Estado haya poesía villera»Fernanda Laguna
Con la invitación a participar, dice Laguna, «nos dan la posibilidad de aprender, porque aprendemos mucho de nosotras mismas en cada velada villera que hicimos. Aprendemos a leer diferente, a poner más el cuerpo, a estar con los micrófonos, a manejar los tiempos. Entonces, la inclusión tiene que ver con la posibilidad de expresarse y de desarrollarse. Por eso es tan importante que en todas las lecturas de poesía que arma el Estado haya poesía villera».
¿Qué poesía hay en las villas?
Tal el título que presentó la actividad organizada por González. Los que rapean, los que cantan, los que escriben, los que pintan grafitis, las que maquillan y extienden pestañas, una chica toca el piano, el cariño del papá que levanta a su hija para el desayuno. Eso fue algo de lo que dejó la proyección del corto o mini documental dirigido por González, con apoyo del Ministerio de Cultura de la Nación y Latir, disponible en las plataformas latir.gob.ar, YouTube de CCKirchner y de Casa Patria Grande.«Vivimos en una sociedad muy discriminadora», se escucha decir a un músico que rapea en rima, otro habla de la «ideología que se generó de que todo lo malo está acá». Entra un carro de cartoneros, las calles son angostas, circula el mate en una galería, la gente se saluda mientras sale a trabajar, en las motos van de a dos.
Cuando salió su libro «Fetichismo de la marginalidad», González respondía a Télam sobre narrar las villas: «Frente a décadas de injusticia y de las clases dominantes hablando por nosotros es hora de que las personas de los barrios populares puedan experimentar y representarse como les plazca, primero tiene que haber un tiempo donde abunden estas producciones originarias, donde se experimente, donde haya mucha variedad de producciones y creo que recién ahí podemos hacer un diagnóstico. Es tan simple como exigir el mismo derecho que tienen las clases dominantes cuando se representan a sí mismas, es decir, el derecho a la complejidad, a la contradicción, a mostrar una infinita gama de situaciones, de formas de relacionarse».
Mayra Giménez es una de las cinco chicas que fue parte de la velada villera de Belleza y Felicidad Fiorito, el domingo pasado. Participa del proyecto cultural desde sus 8 años, tiene 25, hoy está a cargo de los talleres de arte para niños y de escritura para adolescentes y mujeres, y de Fiorito se mudó al barrio Villa Jardín, donde abrieron otra sede del proyecto.
«En el arte no existe la perfección, es algo que trabajamos. Arte y escritura sin miedo a que te salga mal y eso es algo que acá en la villa no se veía»Mayra Giménez
En diálogo con Télam define: «Somos un grupo de mujeres que trabajamos con talleres para niños, adolescentes, con producción de remeras, de carros en cerámica, tenemos una feria donde vamos a diferentes lugares y en escritura publicamos nuestra historias como cartonera o contamos la realidad de cada uno más allá del cartoneo». Para Mayra la poesía es la posibilidad de expresar lo que siente, catarsis pero también fantasía. «Yo escribo sobre lo que me pasa en la vida real y sobre la imaginación y vivir momentos a través de la escritura».
«En los barrios de las villas no estaba muy notorio lo de la escritura, el arte, para ellos como sí para gente de plata o de capital, entonces se sienten como que no pueden hacerlo porque piensan que les va a salir mal. En el arte no existe la perfección, es algo que trabajamos. Arte y escritura sin miedo a que te salga mal y eso es algo que acá en la villa no se veía», cuenta la cartonera y tallerista, que convoca a escribir invitando a chusmear, a contar entre risas las conversaciones entre vecinas.
De los talleres salieron varios fanzines, como «Orgullx cartonerx» y poemas colectivos: «Queremos que nuestro arte viaje por el mundo. /Que todo el mundo vea el arte que hacemos y que nos digan lo que les parece. /Que nosotras podamos hacer muestras con inauguraciones para que vean lo copadas e inspiradas que somos. /Que la general paz y el Riachuelo no sean líneas divisorias de nada./ Que nos vean, vengan, vayamos, nos acepten y nos incluyan», dice uno que escribieron entre muchas.
Cae el atardecer y César González empieza la lectura de sus poemas, son cuatro. El primero empieza así: «Villas: la vida en un mundo aparte o así se vive apartado del mundo/ Familias numerosas, o mejor dicho, madres solteras con muchos hijos/ Los cascotes que inventan caminos así el barro no te muerde los tobillos». Sus versos seguirán hablando sobre el barrio, el encierro, el futuro. Muchos de esos textos los escribió cuando estuvo en la cárcel hace 12 años. «Me sigue sorprendiendo a mi mismo que haya escrito en ese infierno», confiesa al público. «Yo vi belleza en cada paliza y en cada requisa armé mi futuro», lee, luego. «Escribir nos embarca en la realidad / salimos a la conquista de lo desconocido / no se puede volver», la gente ovaciona.
El poeta se despide con una «poesía a los martillazos»: «Y me proponen la muerte /y me convidan la violencia/ y me baño en mis nervios/ y todo me cuesta y todo me ahoga/ (…) / y asistentes sociales, tiranos de etiqueta / y me remarcan que soy un expediente / ¡ y yo no quiero ser un expediente! ¡ y ya me canse de ser un expediente!». «Y me proponen la muerte / y me proponen la muerte / y me proponen la muerte», repite una y otra vez y martilla así la condena que se obstina en profundizar la desigualdad social.