Dos profesionales sanitarios trabajan en la UCI del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona el 25 de noviembre de 2020. EFE/Alberto Estévez
Fue el 26 de febrero de 2020 cuando en España se registró el primer caso de coronavirus no importado, un hombre hospitalizado en Sevilla. A partir de ahí empezaron a llegar casos de covid grave a los hospitales.
“Ahora el coronavirus es un virus que se nutre de la debilidad”, precisa a EFEsalud el médico de la Unidad de Enfermedades Infecciosas del Hospital Universitario La Paz de Madrid Fernando de la Calle, curtido en otras amenazas de patógenos como el ébola o la fiebre de Crimea-Congo, cuando se cumplen cinco años de la pandemia que paralizó al mundo.
El infectólogo explica que el paciente que actualmente requiere ingreso por covid grave suele estar inmunodeprimido por tratamientos agresivos, como los de trasplantes o los de cánceres hematológicos, “que causan infecciones más graves o más prolongadas, lo que da complicaciones”.
Pero también el paciente de edad avanzada con varias enfermedades crónicas sufre el efecto del virus de la covid ya que “le descompensa y al final tiene insuficiencia respiratoria, pero no tan grave como antes, porque en esa población es rarísimo encontrar a alguien que no esté vacunado”.
Además, ahora hay protocolos que marcan los tiempos, los perfiles y los tratamientos, como profilaxis para evitar trombos, corticoides para la inflamación o antivirales, algo que cuando nos sorprendió la pandemia tuvieron que aprender sobre la marcha ante una enfermedad nueva.
¿Cómo era en 2020 la covid grave?
De la Calle recuerda que, en 2020, en La Paz, uno de los hospitales con mayor ocupación de España, recibían pacientes muy diferentes, mayores y jóvenes, sanos y con enfermedades de base.
Todos carecíamos de inmunidad frente a este virus y se reaccionaba de forma diferente, desde una forma asintomática o leve hasta la gravedad con resultado de muerte.
En una primera fase, relata, los graves presentaban un proceso febril, con dolores de cabeza y musculares y pérdida de olfato y gusto y podía pasar una semana hasta que sobrevenía una segunda fase, “traicionera”, cuando aumentaba la carga viral y se producía “un ataque inflamatorio” con complicaciones en la coagulación, con trombosis pulmonares.
Años después hay personas que conviven con secuelas: “Este virus tiene un componente de carga inflamatoria más intensa que puede provocar un cierto desgaste orgánico y, según la genética o la inmunidad de cada uno, puede dejar síntomas de cansancio, fatiga crónica, sobre todo esa sensación de pérdida de energía a largo plazo”, como ocurre con los pacientes de covid persistente, según el infectólogo.
La tormenta de citoquinas que llenaba las ucis
En los casos críticos se producía una respuesta inmunológica exacerbada para hacer frente a la inflamación vírica, lo que se denominó “la tormenta de citoquinas”, una de las causas de ingreso en las desbordadas ucis, como la del Hospital Universitario Vall d’Hebron de Barcelona, que llegó a tener doscientas camas disponibles, entonces una de las más grandes del mapa sanitario español.
El doctor Ricard Ferrer, jefe de Medicina Intensiva de este centro hospitalario señala que eran pacientes con gran carga viral, con neumonía bilaterales e inflamación pulmonar que requerían ventilación mecánica, aunque al principio de la pandemia la escasez de respiradores fue uno de los momentos más difíciles.
Ahora, esa reacción desmesurada ya no se produce y los pacientes que llegan a la uci no ingresan por covid sino con covid: “Los casos de covid este año durante el periodo invernal representan un porcentaje bajísimo de infecciones respiratorias comparado con la gripe, esta supone 2 ó 3 casos de ingresos al día”.
“La triple combinación de tratamientos, la inmunidad de la población y la menor virulencia de las variantes actuales del virus hace que la situación esté tranquila” y no sea necesario planificar ocupación especial de las ucis, algo que sí se hace ante la gripe y otros virus respiratorios estacionales, precisa el doctor.
Ferrer, que era presidente de la Sociedad Española de Medicina Intensiva al principio de la pandemia y participó en comités de expertos, relata que tras la crisis, las ucis “se han renovado” y cuentan con estructuras que les permiten crecer y decrecer en función de las necesidades.
¿Inmunidad de por vida?
Que apenas haya casos de covid grave es gracias a la protección de las vacunas -en España la tasa de vacunación es del 92 % -, también a que generamos anticuerpos cada vez que pasamos la enfermedad y a la inmunidad de grupo que nos defiende.
La doctora Carmen Cámara, de la Unidad de Inmunología del Hospital La Paz de Madrid, explica que la información que se va obteniendo en estos últimos años apunta a que la inmunidad celular “probablemente dure de por vida”.
La inmunidad celular se basa en los linfocitos T, nuestras defensas, que atacan a las células infectadas por el virus. Es muy probable que a la larga se mantenga esa memoria frente a una nueva infección.
“Ahora tienen que seguir vacunándose contra la covid las personas de riesgo”, mayores y enfermos inmunodeprimidos que también tienen que inmunizarse contra otros virus respiratorios, como la gripe y el neumococo, según la inmunóloga.
Los tres especialistas coinciden en que el SARS-CoV-2 sigue siendo un virus que hay que respetar y tenerle precaución e insisten en seguir utilizando medidas de protección personal, como las mascarillas, sobre todo para proteger a nuestro entorno en caso de infección.