La caja vacía de las Naciones Unidas


Resulta difícil imaginar un momento peor que el actual en la vida de la ONU, pese a que los ha habido y muy graves en el pasado. El momento histórico propicia este escenario hasta de tonos terminales. La legalidad como límite definitorio, que idealmente sostiene el sentido profundo de las Naciones Unidas, se encuentra en un abismo.

Como señaló el secretario general de la ONU, el diplomático portugués Antonio Guterres, al inaugurar la 80 Asamblea General, este es un presente en el cual naciones soberanas son invadidas, el hambre se utiliza como arma y la verdad queda silenciada, casi como en un nuevo sentido común. “¿Qué clase de mundo vamos a elegir? ¿Un mundo de poder desnudo o un mundo de leyes? ¿Un mundo que es una lucha de egoísmos o uno donde las naciones se conciertan?”, se preguntó impotente.

Lo que brinda sentido al derrumbe es un panorama dominado por poderes fuertes que pretenden limitarse a negociar entre ellos sin participantes de menor influencia cuyo destino es alinearse. Es lo que postula el actual gobierno norteamericano, opuesto a la noción de posguerra de la multilateralidad que incluye inevitablemente el rechazo a la OTAN, también producto de aquella pesadilla bélica.

Esa visión no deja lugar para una arquitectura de consenso amplio. Ese siempre ha sido el desafío de esta organización, que se desdibujó antes frente a acontecimientos de extraordinaria importancia. Apenas ejemplos: en 1999, el presidente demócrata Bill Clinton ordenó el bombardeo a la ex Yugoslavia, ignorando la ausencia de una resolución de la ONU que lo habilitara.

En 2003, Estados Unidos y Gran Bretaña lanzaron una invasión conjunta a Irak para derrocar al autócrata Saddam Hussein, antiguo aliado de Washington, pero también lo hicieron sin autorización del Consejo de Seguridad y con la presunción luego claramente desmentida de la existencia de armas de destrucción masiva en ese país.

En el caso de Libia en 2011, hubo una resolución limitada del Consejo, pero ahí los países del norte global, especialmente los europeos, se disputaron la victoria sobre la dictadura de Muammar Khadafi para evitar que la proclamaran las masas locales que fueron las que en realidad derribaron al déspota en una ardorosa guerra civil, de la que puede dar testimonio este cronista.

El secretario general de las Naciones Unidas, el diplomático portugués Antonio Guterres REUTERS

Sucede hoy, sin embargo, algo mucho más complejo y para algunos autores el síntoma de una decadencia en diversos niveles. El EE.UU. de Trump, el mayor aportante de la ONU e históricamente beneficiado de su existencia, ha decidido que el enemigo se agazapa en este tipo de organismos y les ha recortado radicalmente la asistencia.

El discurso del líder republicano en la Asamblea resume la decisión de su país de no aceptar posiciones que contradigan sus visiones más esquemáticas, como el repudio al cambio climático, el formato de la paz y seguridad, los derechos humanos, el desarrollo sostenible y, en fin, el derecho internacional.

La ONU en picado

“Podemos decir que estamos en una organización que está a punto de caer en picado”, remarcó Richard Gowan, director para la ONU del International Crisis Group, en The New York Times. Ese deterioro que impide la elaboración de “respuestas nítidas” a los problemas de la organización y del sistema global, solo tiene una utilidad un tanto dramática, afirma, la de “darnos una idea más clara de lo difícil que es la situación”.

Un ejemplo de esa profundidad de la crisis se mide por las dos principales guerras de un racimo de conflictos actualmente en curso. Por primera vez en la historia, las principales capitales del norte global, excepto EE.UU., han decidido reconocer al Estado Palestino, un gesto simbólico y de fuerte presión a Israel para que detenga la guerra de arrasamiento en Gaza.

Que esos países derechistas, del puro establishment y aliados históricos del pueblo judío, den ese paso es porque entienden que este manejo del conflicto profundizará las tensiones y bloqueará un resultado que hace tiempo se pretende: una negociación amplia entre los países árabes pro occidentales e Israel, con provechosas inversiones.

También temen que los arrebatos ultranacionalistas del gobierno de Benjamín Netanyahu rompan los Acuerdos de Abraham, que lograron avances notables en aquel camino. Pero Israel desconoce y desdeña esa presión, incluso maltratando a esas capitales como aliados ingenuos de la banda Hamas.

En el caso de Ucrania, Rusia, que forma parte del quinteto de poder real de la ONU en el Consejo de Seguridad, ha multiplicado su ofensiva sobre Kiev y últimamente, revoleado drones sobre países europeos, socios clave de la OTAN, para dejar marcada la profundidad de la amenaza. En ambos casos hay un claro signo de impunidad. La ONU no tiene capacidad para reordenar esa anarquía. Y el regreso al poder de Trump se tradujo en una luz verde para una razón de poder que se aleja de los antiguos conceptos de legalidad del Estado nación.

El líder republicano fue brutal pero honesto, si se quiere, en su discurso para destripar al organismo, al punto de señalarle a los presentes que “sus países se están yendo al diablo”, si es que no giran hacia las posiciones que postula el norteamericano. Entre ellas cuestionó la histórica solidaridad global con los migrantes, que tiene una espacio tradicional de resonancia en la ONU, y dijo, en cambio casi rozando la xenofobia o totalmente, que son una fuerza ilegal “como nunca antes se había visto y que ha dejado a Europa en serios problemas”.

Donald Trump y su mujer suben por la escalera eléctrica de la ONU Donald Trump y su mujer suben por la escalera eléctrica de la ONU

Tanto la inmigración como las ideas suicidas sobre la energía verde serán la muerte de Europa occidental”, a sostuvo a despecho de las votaciones sobre ese capítulo en el organismo. Igual respecto al cambio climático, un eje central en las deliberaciones de la ONU, que el líder republicano, en cambio, calificó como “la mayor estafa jamás perpetrada en el mundo”.

Con ese trasfondo, la ONU es una caja vacía, sin resonancia, como sugiere Guterres. Detrás de la narrativa tribunera, le señala a esta columna un diplomático en Canadá, “se busca justificar el retiro de la financiación norteamericana a un racimo de agencias con la consecuencia de un masivo recorte de la labor humanitaria del organismo en todo el mundo”. Una retirada de espacios estratégicos que, por cierto, está cubriendo el astuto rival chino, que abandonó la diplomacia agresiva de los tigres para centrarse en incrementar su poder blando de seducción.

La profundidad de la crisis

Es la vidriera de un cambio crucial en las relaciones internacionales y en los modos de organización que nacieron después de la última de las grandes guerras. Eso es lo que da un particular significado y originalidad a lo que estamos viendo.

Vale señalar que la ONU, así como la OTAN, han sido plataformas centrales para el desarrollo y la ampliación de la influencia norteamericana en el mundo. Al margen de bueno o malo, que es otra discusión y no amable, el Consejo de Seguridad le ha dado legitimidad a las iniciativas políticas, militares y humanitarias de Washington, y le ha permitido ejercer una influencia decisiva sobre las políticas globales.

También es donde ha anudado alianzas y coaliciones y protegido sus intereses nacionales. Es complicado imaginar cómo será el diseño global sin esas contenciones.

Un par de datos quizá contradiga todo lo expuesto. En esta asamblea Trump anunció un acercamiento curioso a favor de los intereses nacionales del líder ucraniano Volodimir Zelenski, y un deshielo inesperado con el gobierno centrista de Lula da Silva en Brasil. En este último caso, tiene el sentido de que se acerca a la segunda economía del hemisferio y por lo tanto la mayor influencia política en la región. No sabemos si Trump se detiene en esos detalles y entiende su profundidad. Pero no deja de ser interesante que sucedió en la ONU.

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