Desde un caso policial de un hombre caníbal en el Paraná, a un mito según el cual una imagen de la Virgen irrumpe en un sitio donde se entregaban hijos varones a los chanchos, el escritor y periodista Germán Ulrich reúne en «Febriles» historias que retoman escenarios de lo real para construir una narrativa donde la literatura se pone al servicio de la crónica y revela la trama de una Santa Fe de otro tiempo.Publicado por la editorial Contramar, «Febriles» se compone de tres historias. Mientras en «Caníbal», Ulrich reconstruye el policial de Aparicio Garay y el ambiente judicial que rodea el episodio fechado en 1936 sobre el caso del hombre que comía niños en el Paraná, en «La ficha», el segundo relato, el autor compone un retrato a partir de un «hecho insólito» en un barrio prostibulario de Rosario. En «La Virgen», en cambio, recupera una leyenda que cruza lo sagrado y lo profano y, en verdad, repone una cruda realidad sobre la pobreza.
«Estamos en la isla, de noche, y la única verdad a esta altura es la tensión de la tanza en las yemas que nos habla de los voraces allá en el río. Así, Germán Ulrich usa la voz del cronista y narra historias de su provincia, como si hubiese visto mucho y no necesitara más que aflojar y recoger para engancharnos de un labio», se lee en la contratapa del volumen.
Aunque nació en Entre Ríos, Germán Ulrich (1971) vive ahora en Santa Fe, donde trabaja como periodista y escritor. Es autor de los libros «En el oeste», «Otilia», «La quinta estrella» y de las novelas «Los ariscos», «Orejano», «Cumbia nena», «El cobre y el tiempo» y «La vida urgente».
En «Febriles», el autor retoma la más rica tradición que cabalga entre la crónica y la narrativa. En diálogo con Télam, así lo cuenta: «En la caja de herramientas de un escritor hay experiencia, lectura, conversaciones y también ejercicio. En la obra de escritores como Arlt, Walsh y Onetti, además de disfrutar de su maestría y variedad de estilos, se pueden detectar pruebas de la confluencia posible entre ambas actividades».
-¿Cómo se encuentran las tres historias de «Febriles»? ¿De qué modo esas voces y tramas encontraron una unidad, o cómo operó lo «real»?
– El punto de encuentro es una frase de Nietzsche acerca del progreso, que él calificaba como una idea moderna, «esto es, una idea falsa». Si bien cada historia fue pensada para ser independiente, en las tres aparece el conflicto que se planteó en nuestro país a partir de la premisa sarmientina de civilización o barbarie. Pero al contrario de lo que supone ese relato casi hegemónico, me interesaba indagar qué había en realidad detrás de una sociedad que mientras soñaba ser granero del mundo producía a la vez seres como los que se muestran en el libro.
En el caso de Caníbal me parecía tan importante contar el hecho en sí como la manera en que fue recibido, con una mezcla de fascinación y horror. Allí lo real, que se puede hallar en una hemeroteca, fue el material para construir el pensamiento de un juez que representaba a la élite de la ciudad.
-Entre la ficción y la realidad, parece entrar en este libro la pluma del cronista para reconstruir o narrar historias que ocurrieron. ¿Cómo llegaste a esos relatos?
-El caso de Aparicio Garay ocurrió en 1936 y lo conocí hace muchos años, incluso pensé en incluirlo en un libro de crónicas, pero luego creí mejor añadirle un contexto, una carnadura, porque de lo contrario era lo mismo para un eventual lector ir a los diarios de la época.
En cambio, «La Ficha» nace del hecho insólito y real que en un pueblo perdido del Litoral un personaje sin brillo haya decidido levantar en los años 20 un palacete digno de las avenidas de una gran ciudad, por un golpe de fortuna o porque en la edad madura conoció a una prostituta de Rosario que en un minuto derrumbó su escala de valores.
Y «La Virgen» recrea una leyenda rural que conocí en mi infancia, que daba cuenta de una familia aislada en el monte que tiraba a los niños nacidos varones a los chanchos. Esa historia, ocurrida hace cuarenta años, sigue siendo contada como real por personas que la creen porque la quieren creer y prefieren no ver el trasfondo terrible y verdadero, que es el estado de vulnerabilidad de esas madres, que todavía andan por la vida con aquellas cicatrices a cuestas.
-¿Cómo se conjuga el escritor y el periodista en este libro que trabaja con historias reales?
-Fue un proceso bastante largo, porque cuando comencé a escribir ficción pretendía alejarme de la coyuntura. Pero luego comprobé que el trabajo diario de la crónica era útil para investigar y también para narrar. En la caja de herramientas de un escritor hay experiencia, lectura, conversaciones y también ejercicio. En la obra de escritores como Arlt, Walsh y Onetti, además de disfrutar de su maestría y variedad de estilos, se pueden detectar pruebas de la confluencia posible entre ambas actividades.
-En una entrevista por tu libro «Orejano» dijiste que te gustaba pensar las ciudades como escenarios, ¿Cómo definirías esa búsqueda en este libro donde aparece una Santa Fe de otro siglo»?
-Es una búsqueda apasionante de indicios. Si en historias contemporáneas como las de «Orejano» o «Los ariscos» uno solo tiene que recorrer los lugares donde se desarrollan los personajes, cuando se escribe sobre décadas pasadas se abre un horizonte quizás más rico, una genealogía en el sentido de los precedentes de un edificio o de unas costumbres, que permite conjeturar sobre lo que se conserva y lo que cambia. Es también una forma de indagar en lo que a uno le interesa con la excusa de escribir un libro. O mejor, tal vez pensar un libro que uno quiere leer y todavía nadie se ocupó de escribir.