El coordinador de la Alianza para la Eliminación de las Hepatitis Víricas en España (AEHVE) y jefe de sección de Hepatología del Hospital Universitario La Paz (Madrid), Javier García Samaniego, pide un último esfuerzo para lograr que España haga historia siendo el primer país del mundo en eliminar este problema de Salud Pública, la hepatitis C.
España es el país del mundo que más pacientes ha tratado y curado por millón de población desde 2015, cerca de 170.000.
Entrevista con el doctor Javier García Samaniego
Vamos muy bien, pero no es suficiente. ¿Podríamos resumir así los avances de España en la eliminación de la hepatitis C?
Con cerca de 170.000 pacientes tratados y curados desde 2015, somos el país del mundo que más pacientes ha tratado por millón de habitantes. Y ese gran esfuerzo de tratamiento nos ha permitido situar la prevalencia de la infección en niveles realmente bajos.
El Ministerio de Sanidad la estimó en 2018 en el 0,22 %, y los hepatólogos pensamos que estará hoy en torno al 0,1 %. Asimismo, estamos en datos de cumplimiento de los objetivos marcados por la OMS respecto a reducción del 90 % de nuevas infecciones, reducción del 65 % de muertes por cirrosis y cáncer de hígado, diagnóstico superior al 90 % de los casos y tratamiento del 80 % de las personas con indicación.
Sin embargo, sería un error olvidar que todavía hoy se producen semanalmente en nuestro país cuatro muertes imputables a causas relacionadas con la hepatitis C. Y que son perfectamente evitables, pues existe un tratamiento que cura la enfermedad en más del 95 % de los casos.
De ahí que pidan ustedes un cribado en todos los adultos entre 50 y 85 años…
Sí. El problema con la hepatitis C es que no provoca síntomas durante muchos años y cuando da la cara, en muchos casos, el daño hepático ya no es reversible aunque curemos la infección.
Por tanto, el acceso al tratamiento, que es algo que tenemos resuelto en España, no es la única clave para la eliminación. Lo que tenemos que evitar es el diagnóstico tardío de la infección, que se produce en 1 de cada 3 casos.
Con una prevalencia tan baja como la que tenemos, los casos que quedan por diagnosticar, tratar y curar en la población general son, sobre todo, los de personas que contrajeron la infección antes de los años 90 y no saben que la tienen. Son muchos los estudios que avalan que es una medida costoeficiente. También nos quedan por tratar y curar algunas personas a las que en su día se les diagnsticó la infección pero no se les ofreció tratamiento o no se curaron.
¿Y por qué no se hace?
Bueno, eso es en realidad lo que nos preguntamos los hepatólogos. Esa es además la recomendación realizada por la propia OMS en su última actualización de las estrategias globales necesarias para acelerar la eliminación.
Sin embargo, esa indicación sólo se está cumpliendo en nuestro país de forma aislada en Galicia y alguna otra comunidad autónoma la tiene contemplada, como Andalucía o Cantabria, aunque aún no haya puesto en marcha.
En cualquier caso, no basta con el empuje aislado de algunas regiones. Necesitamos hacer de esto una política de común de país, como en su día lo fue la financiación pública de los nuevos tratamientos.
Lo cual supone actualizar de nuevo, a la luz de la experiencia gallega, por ejemplo, o de los trabajos con herramientas de IA que está haciendo Andalucía, la Guía de Cribado del Ministerio de Sanidad, incorporando la recomendación de búsqueda de la infección para población general en esas edades, sin ligarla a factores de riesgo, como ocurre ahora.
Este es un tema que tal vez debería ir al Consejo Interterritorial de Salud, para que no hubiera dos velocidades en las estrategias de eliminación de la hepatitis C.
¿Son factores económicos los que lo impiden?
Creo que hoy nadie discute que la financiación pública de los tratamientos fue una decisión acertada no solo desde el punto de vista sanitario sino económico, por toda la carga de enfermedad asociada, desde cirrosis a cáncer de hígado o la necesidad de trasplante hepático que se evita si se cura a tiempo la hepatitis C.
Fíjese que la hepatitis C era la primera causa de trasplante y cáncer de hígado hace una década. Hoy esta realidad ha cambiado por completo. En mi opinión lo caro será dejar de hacer esa búsqueda que, con las herramientas que tenemos hoy, es barato y sencillo. Y también hay una cosa de la que no podemos olvidarnos y es que cada paciente no diagnosticado es un foco de infección activa.
¿Es cara la prueba de la hepatitis C?
No lo es, y además la incorporación de nuestras estrategias y herramientas de diagnóstico basadas en la IA, que ensaya por ejemplo Andalucía, o las que está utilizando Galicia para hacer su cribado por edad, que son las usadas en la OVID (pooling de muestras) favorecen un abaratamiento del diagnóstico muy importante.
Hoy, con lo aprendido tras la COVID, no hay ningún motivo para no hacer este cribado que los hepatólogos estamos recomendando, que es relativamente sencillo de realizar además..
¿Y con eso estaría todo hecho?
En población general, básicamente sí. Con eso y con concluir ese trabajo de búsqueda en las historias clínicas de personas que fueron diagnosticadas y no tratadas, que de momento se está haciendo de forma voluntarista casi por parte de cada hospital o en unas comunidades sí y en otras no…, lo tendríamos hecho.
Pero aún nos quedaría el desafío de impulsar la eliminación en colectivos vulnerables, que es donde se concentran la mayor parte de las infecciones activas.
En este caso estamos hablando de una prevalencia muy superior, que no tiene nada que ver con el 0,1 % de la población general. Podemos hablar de alrededor del 8 % en población sin hogar, por ejemplo, o del 3,7 % en el colectivo de hombres que tienen sexo con hombres, en los últimos datos publicados. Son poblaciones, además, que exigen estrategias diferentes.
¿Y cuál es la dificultad en este caso?
La dificultad es que son personas que no acceden por los círculos habituales al sistema sanitario, y a los que tenemos que llegar con estrategias más descentralizadas, normalmente de la mano de las ONGs y entes locales que trabajan con este tipo de poblaciones, y con una vinculación muy rápida y directa entre el diagnóstico y el tratamiento. Son pacientes a los que es difícil llegar y que es fácil perder por el camino.
¿Piensa que las ciudades pueden hacer mucho ahí, a pesar de que las competencias sanitarias estén en las comunidades autónomas?
Sí, eso es algo que ya se demostró con el VIH, y ahora se ha vuelto a demostrar con la hepatitis C. Los ayuntamientos son la administración más cercana a las poblaciones vulnerables y también la más habituada a trabajar con las ONGs que atienden a estos colectivos.
De ahí que desde la AEHVE pusiéramos en marcha el programa #HepCityFree, gracias al que hay ya 20 ciudades españolas que tienen en diseño o ejecución programas de concienciación y sensibilización y acciones específicas que persiguen la eliminación en grupos de riesgo.
A nivel global, ¿cómo avanza el reto de la eliminación de la hepatitis C?
Tristemente, de forma más lenta de lo esperado y deseable. Para llegar a los objetivos marcados por la OMS en 2030 tendríamos que acelerar mucho el ritmo.
Hay que tener en cuenta que en los últimos 10 años, los antivirales de acción directa han curado sólo al 25 % de la población que necesita tratamiento. Es decir, que nos quedaría hasta 2030 para tratar al 75 % restante de la población que lo necesita. ¿Vamos a lograrlo? No es imposible, pero se antoja difícil.
¿Cuál ha sido el problema?
Hay dos claves. Por un lado, la clave económica. En los países de mayor renta, la financiación pública ha contribuido de forma decisiva a bajar la prevalencia de la hepatitis C, pero en los de ingresos bajos y medios, el precio ha sido el factor determinante para que las personas puedan curarse.
Por otra parte, hace falta un esfuerzo diagnóstico mucho más activo, datos epidemiológicos mucho más fiables y en general mucha mayor concienciación y sensibilización.