Los feriados de carnaval del 20 y 21 de febrero, un hito que promueve el turismo y el encuentro previo a la cuaresma cristiana, no hacen más que sumar interrogantes sobre una tradición que se recrea, respira y palpita en los miles que participan en sus distintas expresiones y prácticas desplegadas desde la Puna a la Mesopotamia o una ribereña Buenos Aires, todas tan disímiles entre sí como sus orígenes y sincretismos, algo de lo que dan cuenta las investigadoras Sandra Fernández, Alicia Martín y el colectivo Identidad Marrón.Entre máscaras, danzas y rituales, el carnaval, ese gran evento festivo popular y profano que trasciende tiempos y mezcla tradiciones de pueblos originarios, afrodescendientes y europeos se resignifica entre el «mundo andino» con su desentierro y las reuniones de comadres y compadres, los pim pim, y las comparsas o las murgas, entre otras expresiones.
Se trata de una festividad de «matriz transgresora que explora los límites», según la historiadora rosarina Sandra Fernández, donde es válido reírse de sí mismo y contiene también esa cualidad de resistencia y supervivencia como identifica desde el colectivo Identidad Marrón Sara Pérez y cuenta como característica interesante la apropiación por parte de las «industrias culturales» y políticas públicas de una fiesta popular de renacimiento y renovación, como señala por su parte la antropóloga Alicia Martín.
Fiesta popular concebida por el teórico ruso Mijaíl Bajtin como «la segunda vida del pueblo, que temporalmente penetraba en el reino utópico de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundancia», el carnaval en Argentina también juega en ese multiculturalismo que le es propio.
«El carnaval siempre se trató de una fiesta popular y profana» donde «la participación de la comunidad y la inversión de los roles, que tiene como resultado poner entre paréntesis las categorías sociales» donde «lo burlesco se manifiesta en la máscara y el disfraz, se dramatiza, se danza, se canta. Hay una explosión de los sentidos que muchas veces hace que se la considere como una fiesta cargada de excesos», explica a Télam Sandra Fernández desde Rosario.
«Sin embargo tiene una matriz transgresora que explora los límites y hace que justamente pueda manifestarse en algunas sociedades más que en otras», y de allí la importancia en «resaltar las diferencias geográficas», dice la investigadora principal del Conicet.
A su vez, afirma que «la forma en que la sociedad actual piensa y dialoga con el espacio público tiene que ver mucho en cómo puede entender el carnaval», y de allí la diferencia en la comprensión del fenómeno que se da en la Quebrada de Humahuaca, ciudades como Corrientes y Buenos Aires o el conurbano.
«El carnaval tiene una matriz transgresora que explora los límites y hace que justamente pueda manifestarse en algunas sociedades más que en otras»Sandra Fernández
Manifestaciones, dirá, que obedecen a dinámicas espaciales, tradiciones que se recuperan en estas fechas «como espacio de transgresión festivo, donde el disfraz, el juego y la burla son parte de una búsqueda de una práctica social irreverente y como una forma de resistencia desde lo burlesco», especifica.Tiempo de un exceso permitido «en el que se puede subvertir el orden establecido» al estudiarlo, indica Fernández y agrega que «se observa cómo se lo intenta encauzar, controlar y redireccionar», por ello, «no solo hay que contemplar el calendario que la Iglesia Católica fija» con ese «miércoles de ceniza que cierra la fiesta e impone de allí en más la austeridad y el control».
«Por otro lado los estudios desde la historia marcan las diferencias entre gestores, actores y espectadores de las fiestas de carnaval», explica diferenciando al organizador del que «participa activa y libremente» o el que se sienta en una tribuna a «ver pasar comparsas y carrozas». Y en ese sentido, dice crítica, «la domesticación del carnaval se vuelve comercial y gubernamental», al tiempo que afirma que «su mercantilización anula lo autogestivo y disciplina las expresiones sociales que marcan su identidad», y como parte de esta limitación «en muchos casos gobiernos en particular municipales reglamentan, accionan las expresiones de esta fiesta popular, en pos de regular y controlar excesos», reflexiona Fernández.
La estudiosa del fenómeno del carnaval de Buenos Aires y conocedora de otros, la antropóloga Alicia Martín, se detiene en el fenómeno que viene dándose en las últimas décadas: «El ingreso de este tipo de festividad más popular, de destrezas o de festejos callejeros al ámbito de las políticas e industrias culturales», aunque esto no sea privativo del carnaval.
«Estamos en relación a otros lugares del continente muy atrasados», porque «Brasil armó su industria cultural con Embratur hace más de 50 años», y explica que se trata de un «carnaval que ha perdido mucha participación popular porque está claramente orientado al turismo, tanto por los estipendios monetarios como por lo restringido de los lugares», y da como referencia el de Río de Janeiro con sus blocos.
«Esta cuestión de cómo ingresa el carnaval a la industria cultural es un fenómeno en avance y difícilmente pueda frenarse», afirma Martín, al tiempo que manifiesta que «el tema es justamente cómo poder combinar (sus facetas)». Y aquí hace hincapié en el decreto presidencial de 2010 que significó el regreso tras 34 años de «los carnavales al calendario nacional que hasta ese momento se celebraban los fines de semana, volviendo a aparecer los cuatro famosos días de carnaval, -rememora- ‘los cuatro días locos que vamos a vivir’, como dice el tango».
Por lo cual, esta recuperación de los feriados resultó en programas como el del Ministerio de Cultura que «tuvo un programa de fortalecimiento del Carnaval», resultando en «una visión un poco limitada» que «se transformó en una serie de talleres sobre murga de estilo porteño. Entonces aparecieron talleres de Ushuaia a Salta, casi como una cuestión colonizadora, en vez de fortalecer las raíces regionales», dice crítica.
Sin embargo, muchas localidades no tenían la tradición carnavalesca, «sobre todo de Neuquén hacia el sur» y al ser una «política cultural muchas manifestaciones, sobre todo porteñas, se extendieron por todo el territorio nacional en algunos casos compitiendo con las tradiciones locales como en Salta y en otros sin imponerse porque las tradiciones están muy arraigadas como en la Quebrada de Humahuaca y el desentierro del carnaval», explica.
Instituido en el medioevo europeo el carnaval llega a América, «como un efecto no buscado de la conquista española que fue también espiritual y fuera de los cálculos», a un continente cuyas «poblaciones locales tenían un calendario habitual festivo también muy antiguo».
«El carnaval dio espacio para poder mantener ciertos rituales anteriores y antiguos, pero por supuesto, resignificados»Alicia Martín, antropóloga
«En la zona de las Yungas de Salta aparece el famoso carnaval pim pim, una celebración a los antepasados» asociada al ciclo agrícola del maíz propio de las poblaciones chané y avá-guaraní derivado de las celebraciones del Arete Guasu o «el verdadero tiempo»; y en la zona de la Quebrada, más en la montaña, se superpone con la fecha de las señaladas cuando se marca el ganado nacido en primavera», dice.
Por lo cual, «es muy interesante ver como una festividad como el carnaval dio espacio para poder mantener ciertos rituales anteriores y antiguos, pero por supuesto, resignificados». Y como ejemplo señala «las máscaras chané típicas del carnaval de esa región se destruían después de la ceremonia, máscaras de los antepasados que no estaban hechas para perdurar, y ahora se venden en La Boca para los turistas».
«Lo que viene pasando en los últimos 20, 30 años en Argentina está muy vinculado con la superposición o subsumisión del carnaval por las industrias culturales y también el ingreso a las políticas públicas», afirma.
Febrero lanza al ruedo no solo los días de carnaval sino el encuentro de comadres y una sororidad precedida por otros vínculos, el de compadres e identidades marrones y sexo genéricas, el desentierro y el colorido, en el norte y nuevos sentidos.
El carnaval en el norte celebra la abundancia, «porque si bien hay un desentierro del carnaval y una mística se dan previamente otras manifestaciones dentro del mismo carnaval en los valles, en las yungas, como el jueves de comadres, ese sincretismo del padrino y madrina de bautismo», cuenta Sara Pérez del colectivo Identidad Marrón.
Sin embargo, aclara, «nosotras desde nuestra cosmovisión y desde el feminismo antiracista, más de las marrones, de las Indias, pensamos que la comadreada, ese ritual, esa celebración que nos une como compañeras, hermanas, amigas, confidentes, la transformamos y decimos que esa es nuestra sororidad».
Se trata de una reunión «previa al desentierro del carnaval, desentierro del diablo, de la celebración, de esta alegría que existe que representa la fiesta y la abundancia de la cosecha, de la lluvia que viene para la siembra, y de allí lo que se cosecha se ofrenda a la Pacha».
«Nosotras desde el feminismo antiracista, más de las marrones, de las Indias, pensamos que la comadreada, ese ritual, esa celebración que nos une como compañeras, la transformamos y decimos que esa es nuestra sororidad»Sara Pérez
«El encuentro de comadres es una de las celebraciones más fuertes previo al carnaval, porque son mujeres que se organizan para comer, tomar, festejar, bailar, reír, llorar, para contarse, porque es el momento clave donde todas las mujeres se juntan y las guaguas quedan en manos del padre. En ese momento es como el respiro que muchas tienen».
Una hermandad que se festeja desde el ritual de la comida, «porque toda celebración andina siempre es desde la comida, la comensalidad, del bailar, de la alegría», una alegría mezclada con el llanto que en las letras de sus canciones «representan nostalgia, añoranza, una mezcla entre alegría y tristeza surgida en el carnaval, donde se mezclan las injusticias también del trato del patrón hacia las personas, hacia los mismos campesinos, o cómo opera el Estado en esas comunidades dentro de los territorios», sostiene.
Identidad Marrón: resistencias culturales y sexuales
En la resignificación del carnaval en el norte argentino está muy presente el impulso de resistencia que tiene el Colectivo Identidad Marrón -que reúne a personas descendientes de indígenas, campesinos y migrantes- que en lo cultural recupera tradiciones ancestrales y se planta ante las nuevas disyuntivas tan actuales de la sociedad contemporánea relacionadas con la identidad sexo genérica tan a flor de piel, que trastoca el binarismo.
Entre sincretismos que se deslizan en tiempo de carnaval, la celebración a la Pacha y el desentierro del diablo tiene que ver con «ese diablo no impuesto (por la Iglesia) sino ese ser alegre», explica Sara Pérez, del colectivo Identidad Marrón, desde Jujuy.
«Es como que desenterramos la alegría después de tanto trabajo, de tanto trabajar la tierra asociado al trabajo de los y las campesinas dentro de las comunidades. Es esa celebración», dice.
Pero previo al juego de comadres también está el jueves de los compadres y desde ‘Orgullo quebradeño’ la comunidad LGBT de Tilcara lo resignifica porque «todas las maricas y las travas se juntan a celebrar un jueves de comadrejas, no de compadres, porque son comadrejas que contrabandean ese compadrazgo».
Pérez se pregunta «si hay un juego de compadres por qué no puede haber un juego de comadrejas donde seamos todas las maricas y las travas, les trans quienes ocupemos también ese rol». Y agrega: «Es interesante que esa acción se esté gestando y sea dentro de la comunidad. Contrabandean y rompen con la estructura heteropatriarcal resignificándola desde un juego».
En tanto, Alejandro «Joma» Mamani, abogado especialista en derechos humanos y parte de este colectivo, otorga más contexto a la festividad popular muy propia de las «clases bajas».
«El carnaval, por ejemplo, en Salta tiene una cierta cuestión de liberación, es bastante diferente en términos estéticos y simbólicos al carnaval porteño quizás por las influencias de las culturas y de las naciones indígenas que habitaron ahí», dice.
«El carnaval fue ese recoveco por donde resistir y huir» -enfatiza- y esto le sirve a las «comunidades indígenas que mantienen vivas sus tradiciones en los carnavales» para vincular con la las disidencias sexuales: «se exponen y magnifican las representaciones culturales y la comunidad LGTBIQ+» y más exactamente la comunidad travesti trans», explica recordando una de las primeras comparsas salteñas, «Los caballeros de la noche», con mujeres travestis trans desfilando en los carnavales.
«El carnaval mantiene una cuestión de raíz respecto a lo cultural en el norte así también como una resistencia en ese paso previo a la Cuaresma y lo católico, con mucho más respecto a las comunidades indígenas donde la violencia y la imposición cristiana estaba bastante presente», afirma. Y sostiene: «El carnaval era ese hueco temporal en donde se liberaban y volvían a florecer ciertas cuestiones que se asumían presuntamente eliminadas como las tradiciones, como las ropas, como la libertad».
Como evento cultural, Mamani considera que «si bien la clase popular es el espíritu troncal del carnaval porque esa celebración sale de ahí y son las que se acomodan en comparsas – aún en el mundo de las travestis que invierten su gran capital económico temporal y cultural- también las clases media, altas plantean un disfrute del carnaval».
«El carnaval mantiene una cuestión de raíz respecto a lo cultural en el norte así también como una resistencia en ese paso previo a la Cuaresma y lo católico, con mucho más respecto a las comunidades indígenas donde la violencia y la imposición cristiana estaba bastante presente»Alejandro «Joma» Mamani
Para el abogado, el carnaval dio lugar a una revalorización de las personas marrones indígenas en el norte, consideradas en cierta época como vulgares y rechazadas por la clase media y alta. Con el turismo se dio «una revalorización cultural en términos capitalistas» por lo que ahora «pasa a formar parte de un atractivo», dice al hablar de folclorización y espectacularidad.
«Desde las capitales se va a los carnavales del norte porque básicamente tienen esta cuestión extra donde intersecta la cuestión indígena, subrepticiamente al menos», señala.
Para Mamani, el carnaval es una válvula de escape para resistir o escapar y de resistencia desde las tradiciones indígenas «acabados por un genocidio estatal», con excepción de la comparsa salteña, que significó «una trinchera de la resistencia en cuanto a las identidades».
«Se trata de una resistencia simbólico cultural y de mantener conocimientos a flote de una forma diferente a las transmisiones pensadas en el contexto occidental», afirma.
«Es verse o tratar de encontrarse sin vergüenza de sus orígenes étnicos y culturales y me arriesgo a decir sin vergüenza de sus orientaciones o identidades sexo genéricas», señala Mamani.
Así destaca su experiencia personal, donde el carnaval jugó «un rol fundamental como muestra de las posibilidades de existencia de una forma mixta donde conviven aspectos de lo ancestral indígena y la identidad de género».
En este sentido, considera que «el peso cultural que puede tener un Pride, una fiesta del orgullo en una capital mundial, lo tiene un carnaval en las provincias».
Otro tipos de resistencia: entre murgas, candombes y apropiaciones carnavalescas
«Para muchos de mi generación el carnaval como práctica urbana barrial se expresaba en el juego de agua, la ´murguita´ del barrio que iba de casa en casa, la reunión de les niñes en la calle con bastante libertad de acción, y una serie de actividades nocturnas ligadas al baile, el disfraz, y el desfile de las ‘carrozas’ como elementos comunes de un colectivo», relata la historiadora Sandra Fernández, al referirse a los sentidos que esta celebración ha tenido en el tiempo.
Esta mirada que comparte «pone en cuestión los límites emocionales que las sociedades urbanas actuales tienen para desarrollarse en un ámbito transversal, empático, pero también transgresor, capaz de generar acciones colectivas ligadas a lo lúdico y a lo festivo», afirma.
Inserta en las industrias culturales, la murga prevalece como una transversalidad elástica, muy utilizada en ámbitos escolares.
En este sentido, la antropóloga Alicia Martín señala que «se ha enseñado murga porteña en Buenos Aires en las escuelas, algo impensado hace 50 años atrás», y agrega que al ser «un fenómeno multimedia donde todo juega – el cuerpo, la estética, lo grupal, lo rítmico- es una forma de plasticidad inmensa que se presta para muy distintas situaciones».
Como producto de ese «universo creativo del carnaval surgen murgas con adjetivaciones, como las infantiles, corales, de abuelos, en hospitales, sindicatos», y esa plasticidad de adaptación «es una de las riquezas que suele tener la cultura popular al ser creaciones espontáneas que responden a necesidades del momento y se pueden transformar y adaptar a muy distintas circunstancias, no son formas escolásticas», afirma.
En este sentido, Martín evoca al filósofo ruso y crítico teórico del lenguaje Mijaíl Bajtín, uno de los indispensables sobre el tema, y su idea de la «gramática carnavalesca», al señalar que el «lenguaje del carnaval se da a través de la parodia y la corporalidad», una parodia que no es la burla denigrante «sino una risa carnavalesca que amortaja y resucita al mismo tiempo».
«No es la risa de reírse de los otros sino una visión cómica del mundo», afirma Martín, al afirmar que esto se da por la participación colectiva que tiene la celebración, donde toda la sociedad está inmersa.
«Hay una intención paródica con el disfraz, la mascarada y después están los temas claramente carnavalescos como la muerte con sus disfraces macabros, o los desfiles de sarcófagos con los deudos», dice Martín, citando a Bajtín, y agrega que «precisamente por ser un rito de muerte y resurrección lo que se desafía es la idea de que la muerte es el fin, aunque él dice que en realidad la muerte es parte del ciclo de la vida».
Por otra parte, y en cuanto a los sentidos que esta festividad ha tenido en el tiempo, no puede soslayarse que «en el Río de la Plata, el carnaval históricamente resultó un espacio de visibilización -y por qué no de disputa- para las y los afrodescendientes», dice por su parte la investigadora Viviana Parody.
Así, lo que parece quedar como reminiscencia viva son esos candombes, y llamadas que se escuchan por San Telmo, memorias culturales que circulan entre Buenos Aires y Montevideo desde ese pasado esclavista.
Muestra de ello «han sido los carnavales afrodescendientes que el Bicentenario habilitó como evento que, más que estar integrado al carnaval porteño, garantizó la visibilización y presencia étnica específica de un colectivo negado como el afroargentino», considera Parody.