Carros de asalto, gendarmes armados hasta los dientes, policías montados amenazantes en el barro. Militarizado. Así luce el barrio Villa Trujui en la tarde del miércoles. El dispositivo de seguridad acogota al Club Villa Ángela, en el suburbio del suburbio de Moreno. Al caer la noche, subirá al escenario el loco de la motosierra. Un fresco barroso que da miedo.
El presidente Javier Milei visita el Conurbano en el cierre de campaña, rumbo a las elecciones bonaerenses del próximo domingo. La extrema derecha celebra una nueva edición del panic show.
La canchita embarrada del club barrial no muestra un lleno ejemplar. En el campo vip se puede caminar con libertad, libertad, libertad. Carajo, a vista de pájaro, desde los dos helicópteros de la Federal que sobrevuelan el predio puede verse que la convocatoria no cubre ni la mitad del campo de juego.
Mire que los punteros libertarios han pagado micros, prometido 20 mil pesos por cabeza y preciados bolsones de comida. Postales de la nueva vieja política. “No le creo nada a Milei, me parece mal todo lo que hace, pero mis hijos tienen que comer y acá estamos. Vengo por el bolsón de mercadería”, cuenta María, vecina arrimada desde la barriada de Cuartel V. Se sabe, la necesidad tiene cara de hereje.
Los violetas
Suena oportuno el «Bienvenidos a la jungla» de Guns N’ Roses desde los parlantes del escenario. La flaca hinchada violeta desata una batalla de los bombos y un par de baladas tristes de trompetas en el corralito popular.
Don Sandro Silva se arrimó para alentar al León desde La Plata. El empresario dedicado a la rama de la luminaria es un fudamentalista de la mano invisible del mercado. Echa luz sobre el presente: «No está bien la cosa, pero la culpa no la tiene Milei. El tema es que si queremos echar a un empleado hay que pagar indemnización. Y ni me hablés de los impuestos, nos matan. Este país se salva con más libertad», recita el credo eleuteromaníaco el hombre.
Humberto es jubilado, de la mínima. El vecino de la vecina barriada de Las Catonas cuenta que debe seguir laburando en changas de plomería para parar la olla: «No alcanza, no hay plata, como dice el presi. Pero yo le meto mi voto de confianza. Va a sacar el país adelante. No nos va a defraudar», dice Humberto y agita una banderita de plástico celeste y blanca cerca de las vallas. Al despedirse, cuenta que le dan rabia las denuncias por corrupción que persiguen al régimen libertario: «Que investigue la justicia, son 100% operetas de los kukas». Sobre el 3% de la gran hermana Karina prefiere no opinar.
Eli es fiel del puntero Ramón «Nene» Vera, hombre fuerte del armador Sebastián Pareja en estos pagos del lejano oeste. «No pasó nada al final. Estaban los tirapiedras kukas en el puerto con una bandera de Palestina, pero llegamos igual. Es la batalla del Javo, vamos a meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo. La casta tiene miedo». Agrega que los libertarios son gente de bien, más pacifistas que Gandhi. Desde las pantallas del escenario se proyectan imágenes con la consigna de la CONADEP resignificada «Kirchnerismo Nunca Más» y videos de Karina bailando ula ula o exhibiendo un cartel que pide el Nobel de economía para el presidente especialista en crecimiento económico con o sin dinero.
Fuerzas del cielo
Con su amarillenta banderita de Gadsden de la serpiente cascabel atada al cuello alienta Agustín. El estudiante de Ciencia Política peregrinó desde Berisso en los micros violetas. “Hay olor a kuka”, susurran sus compañeros mientras lo entrevisto en la canchita. Es minarquista, aclara antes de reptar con su banda hacia el escenario: “El Estado en su mínima expresión, sólo seguridad y justicia, el resto privado”. Agustín cree que todos se salvan solos.
El leoncito parece escapado de un trencito fantasma. Oscar Osorio posa para las selfies forrado en el peluche. El carnicero sigue a Milei desde Cemento, lo considera un «supér héroe»: «No es normal, es un genio. Mirá que lo critican por su forma de ser, dicen que es violento, pero no me parece. Lo viven pinchando para que salte. Y es así su personalidad, eso no se puede cambiar».
Desde las primeras filas emerge la pelada del diputado «cárcel o bala» José Luis Espert. Por el escenario desfilan los candidatos libertarios. Pasa el ex comisario Bondarenko saltando como animador de TV y entonando sacado La Marcha de San Lorenzo. El show sigue con el armador Pareja y su soliloquio sobre la droga kirchnerista. Cierra Diego Valenzuela y su oda al voto libertario y sus guiños al capital: «nosotros les ponemos alfombras rojas a los empresarios».
Milei llega al escenario a los empujones desde el campo. Suena en loop cansador el “Panic Show” de La Renga. El león desata su furia sobre las tablas junto a los candidatos y su santa hermana. Hace su gracia. Sus grupies deliran. Luego ofrece su mejor perfil, el derecho obviamente, para ser retratado por los celulares y los vivos de Instagram.
Luego toma la palabra por asalto, verborrágico como siempre. Despotrica en su discurso de odio contra los kukas, el populismo, las operetas y vaya a saber cuántos demonios más. Luego llama a votar el domingo, a pintar de violeta la provincia. Las urnas hablarán.
A mitad de su discurso, el público deja en masa la canchita embarrada. Bajo el manto frío de la velada en Moreno, quedan sólo los más fieles: las fuerzas del cielo. Ejércitos de esta larga noche mileísta.