El ataque lo cometió un joven republicano de apenas 20 años de edad, con problemas de personalidad y que sufrió bullying en la escuela. Muy semejante el perfil a sus compañeros de la misma generación que han sido protagonistas por años de carnicerías demenciales en supermercados, discos o colegios o contra sus familias.
De esa observación surge otra noción. El reclamo de serenidad por parte de la dirigencia política conmocionada por este suceso, para reducir las tensiones, la grieta y el fundamentalismo que rodea las elecciones de noviembre, es de sentido común, pero al mismo tiempo contradictoria. Tanto republicanos como demócratas subrayaron que “no existe espacio para esta violencia en EE.UU”, un país que se percibe como la democracia de mayor evolución, sostenida en los mitos de la excepcionalidad norteamericana y el destino manifiesto de guiar el planeta.
Pero esa mirada choca contra una realidad implacable. Solo para formarse una idea en 2022 hubo 21.593 homicidios en Estados Unidos. Cada año, la policía estadounidense mata por derecho o por gatillo fácil a un millar de personas en promedio. Ese resultado sucede a despecho de un programa puesto en marcha en 2021 que incluyó una inversión de 15 mil millones de dólares en seguridad pública.
Si bien la tasa nacional de homicidios se redujo el año pasado, incluidas ciudades importantes como Nueva York o Chicago, Washington, la capital nacional donde reside el gobierno federal, el Legislativo y la Corte Suprema, registró más asesinatos en 2023 que en ningún otro año desde 1997. Con un promedio de 40 homicidios por cada 100.000 habitantes, la ciudad fue el escenario más mortífero entre las urbes de mayor población en el país.
Como en el caso del muchacho que aparentemente intento matar porque sí a Trump, esta montaña de crímenes se producen en peleas familiares, en broncas en estaciones de subte o del ferrocarril, en escuelas por alumnos o adultos alucinados, empleados frustrados con sus jefes y también por parte de fanáticos religiosos de todo el espectro.
Sucede en un país donde en la mayoría de los hogares existen arsenales, Papa Noel regala fusiles a los adolescentes y una diversión nacional es la práctica del tiro al blanco con armas de grueso calibre, que es, por cierto, en lo que se entretenía el tirador del atentado contra el líder republicano. Lo que estos datos indican es que, al revés de lo que sanciona el mensaje ritual políticamente correcto de los dos principales partidos, en Estados Unidos sí hay lugar para este tipo de violencia.
Es en ese sentido que Trump acaba víctima de su propia narrativa y es importante notarlo porque el episodio pavimentó en gran medida su camino a la presidencia. El magnate neoyorquino ha glorificado la violencia alentando las marchas de los supremacistas blancos en Charlottesville, Virginia, en 2017 o llamando a sus seguidores a “luchar como el infierno” en el intento de golpe del 6 de enero de 2021 cuando lanzó hordas de fanáticos contra el Capitolio para intentar impedir la proclamación presidencial de Biden con el argumento de un fraude inexistente.
El lema de esos violentos era “cuelguen a Pence”, (Mike), su vicepresidente, repudiado porque se rebeló contra estas barbaridades. Opuesto ferozmente a los confinamientos cuando la pandemia de covid que buscaba combatir con dosis de lavandina por boca, ordenó ofensivas contra los legislativos estaduales que disponían esos ceses. Una de ellas casi desemboca en el secuestro y asesinato de la gobernadora de Michigan, Gretche Whitmer.
El histórico problema de las armas, que este episodio regresa al primer plano, posiblemente no alcance a desafiarlo. Trump ha predicado el acceso libre y ha propuesto incluso armar a los docentes de las escuelas secundarias de modo que puedan tirotearse entre los pupitres de las aulas con algún jovencito delirado como el que ahora lo atacó en Pennsylvania. Apenas antes de este episodio había insistido que desde la presidencia no hará nada para el control de este problema que ha sido, también, una bandera demasiado tenue de sus rivales demócratas.
El chico Rittenhouse y su fusil
Existe un episodio de especial elocuencia en este repaso. En 2020, en una de la marchas en Kenosha, Wisconsin, en repudio al homicidio a manos de la policía del hombre negro George Floyd, un jovencito, como el que lo acaba de atacar en Pennsylvania, Kyle Rittenhouse, de 17 años entonces, llegó con un fusil ametralladora a la manifestación y abrió fuego contra la multitud matando a dos personas que supuestamente intentaron atacarlo.
Después de que un insólito jurado lo declaró no culpable tras alegar que actuó en defensa propia, se convirtió en una celebridad en los portales republicanos y la televisión por cable. El gobierno federal le brindó asistencia legal y hasta Trump lo recibió con honores en la Casa Blanca. Tucker Carlson, por aquellos años aún en la cadena Fox News, presentó a Rittenhouse en una entrevista como «el tipo de persona que querrías tener más en tu país». Parece que no ha sido un buen consejo.
El efecto político de este intento de magnicidio, como señalamos antes, prácticamente dejo en las puertas de la Casa Blanca a Trump. “El largo y sinuoso camino para Joe Biden se volvió aún más largo y sinuoso”, afirmó con acierto Frank Luntz, un encuestador que trabaja para los republicanos. Biden deberá cuidar cada comentario que haga en adelante, porque corre el riesgo de exhibir insensibilidad. Además, todo sucede en un ambiente tóxico donde los aliados del ex presidente le reprochan con niveles muy oportunistas que el discurso político demócrata “incentivaba al odio”, obviamente ignorando los antecedentes que aquí consignamos.
“La premisa central de la campaña de Biden es que el presidente Donald Trump es un fascista autoritario al que hay que detener a toda costa”, aseguró el senador de Ohio, J.D. Vance, consagrado compañero de fórmula de Trump. “Esa retórica llevó directamente al intento de asesinato del presidente Trump», agregó sin medias tintas. La estrategia tiene sentido y es sabido que renta.
El atentado por parte de un demente contra Jair Bolsonaro, quien fue apuñalado durante la campaña, le agregó el impulso necesario para alcanzar la presidencia brasileña. Sobrevuela también el antecedente de Ronald Reagan herido de bala en 1981 cuando acababa de llegar a la presidencia y que debido a ese atentado logró consolidarse para siempre en el movimiento conservador.
El posible final
La agencia Bloomberg citó a algunos analistas que llamaron a no exagerar el momento recordando que después del fracaso en el debate con Trump, Biden mantenía la paridad en las encuestas o las superaba por mínimos. Pero con el ex presidente dominando ahora el discurso nacional, es poco lo que el mandatario puede hacer, además con el impacto que el atentado fallido puede producir en los independientes e indecisos.
Matthew Wilson, profesor de ciencias políticas de la Universidad Metodista del Sur, comentó concluyente que “las imágenes que muestran a un Donald Trump desafiante con sangre en el rostro y el puño en alto son la mejor publicidad que cualquiera cosa que el dinero pueda comprar”.
Biden lo sabe. Es muy posible que en unos días el presidente dé la sorpresa de que abandona la campaña. Este líder político, que buscó la reelección con una gran cuota de vanidad, es improbable que acepte concluir su vida política y aun la otra humillado con la derrota que Trump, menos por su talento y más por circunstncias que lo han beneficiado, estaría por asestarle. Quizá convenga prepararse para los titulares.
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