Ese día, a la mañana y al mediodía, murieron baleados Mauro Ojeda y Francisco Escobar, dos víctimas sepultadas en la impunidad. En horas de la siesta, mientras se pactaba una tregua, Lanata tomó un avión hacia Corrientes, arrastró a su camarógrafo y a dos productores. A la noche salió en vivo desde la avenida dominada por el humo. El incipiente «Gordo» transpiraba sin cesar y tenía un pucho en la mano.
Anécdota que describe el personaje, pero también la pasión que lo movía. Eso era Lanata, quizás no muy diferentes a otros intrépidos que han animado a la audiencia en distintas latitudes. La diferencia consiste en hacer. Regla número uno para marcar distinción.
Quizás esa fue la última vez que estuvo en Corrientes cronicando una historia. Lejana a lo que el niño Lanata habrá imaginado. Alguna vez confesó que cuando era chico soñaba con escribir en Gente, quizás en Siete Días, dos semanarios de agenda liviana que mechaban actualidad con farándula. Sin embargo, comenzó a trabajar a los 14 años en la radio Nacional.
El destino de periodista lo llevó por un camino no planificado, ¿o quizás ya estaba marcado? Como sea, entró a la revista El Porteño, creada y dirigida por Gabriel Levinas, y en poco tiempo fue el miembro más joven del consejo de redacción. En 1986, con 25 años, fue nombrado director de la revista. Dos años después -en mayo de 1987- fundó Página 12. Era un diario desinhibido y de corte progresista que nació con modestia, pero pronto se convirtió en una referencia. Fue una excepcional novedad que competía contra los «grandes». Tuvo éxito de ventas y superó las expectativas de sus fundadores. Marcó agenda y, por cierto, instaló un modelo que cambió el lenguaje periodístico argentino. Era el espejo obligado de las nuevas generaciones.
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