El Estado impensado | Norte Corrienttes


El tránsito hacia un país sin Estado, tal el sue­ño que persigue el modelo libertario, supone la ausencia total de organismos que brinden servicios que (hoy) se consideran esenciales, o importantes, para el desenvolvimiento de la socie­dad. Sin embargo, en el ideario de los Milei, es decir el Presidente de la Nación y sus enfervorizados acóli­tos, es posible vivir sin el Estado en cualquiera de sus voluminosas formas, para eso -dicen- está el sector privado que puede ofrecer igual respuesta, en me­nor tiempo y a un costo más bajo. En este principio, ciertamente discutible, se apoya el proyecto de los actuales gobernantes y hacia ese objetivo apuntan. El ajuste, vulgarmente llama­do «motosierra», es el vehículo para llegar a la meta. El proceso hacia la Argentina ya sin Estado o bien reducido a su mínima ex­presión, significa un trauma de consecuencias indescriptibles, pero además luego al alcanzar el resultado habrá secuelas que marcarán el destino colectivo. La pregunta que se impone es si ¿está el país preparado para se­guir adelante sin la rectoría que representa la presencia del Esta­do?
Un ejemplo es la Casa de la Moneda. Un tema de estricta coyuntura que al ser analizado sin el apasio­namiento de la subjetividad permite visualizar los dos escenarios que abre la liquidación del Estado. 
La desaparición del organismo, que está en la agenda inmediata de la administración del libertario Javier Mi­lei, acarreará un conflicto social porque habrá que dar de baja a más de 1.300 trabajadores. Con independen­cia de si la plantilla de personal es exagerada o si todos cumplen con la función o son eficientes en su tarea, o si hay un derroche presupuestario, todas cuestiones que son legítimas para habilitar un debate, lo indiscu­tible es que la reestructuración del organismo para ha­cerlo más pequeño hasta que finalmente desaparezca provocará un trauma. Primer escenario.
Concatenado a esto, la liquidación de la Casa de la Moneda repercutirá también en materia financiera: no habrá quien imprima billetes. Entonces el Gobierno tendrá que recurrir a «imprenteros» foráneos, como ya lo hizo en los últimos años. Se imprimieron billetes en Brasil, España, en China.
Otra complicación, que no es menor, el sistema elec­toral argentino se quedará sin una pieza valiosa, ya que en la Casa de la Moneda se imprimen los padro­nes oficiales de electores que luego se utilizan en las elecciones. Segundo escenario, que para muchos pasa inadvertido.
El anuncio del Gobierno del libertario Javier Milei sobre la motosierra en la Casa de la Moneda encendió luces de alar­ma en el fuero electoral, especial­mente porque en el próximo tur­no se implementará -por primera vez- la Boleta Única de Papel, cuyo ejemplar debería imprimirse con el sello de calidad que el acto insti­tucional lo demanda. ¿Lo hará un privado?
El interrogante, por ahora, está flotando sin respuesta. Lo que dijo la Casa Rosada, a través del comen­tarista presidencial que ostenta el rol de «vocero», es que la intención es disolver la Compañía de Valores Sudamericana, la ex Ciccone Calcográfica -por la que el ex vicepresiden­te de la Nación Amado Boudou fue condenado por corrupción- y reestructurar la Casa de la Moneda. Las razones, como en todos los casos, son meramente eco­nomicistas. Antes que ordenar prefieren cerrar.
Algunas medidas suenan atractivas como título, pero a la hora de la puesta en práctica las ideas estrafa­larias colisionan con la realidad. Ya es bastante urtican­te perder la imprenta oficial de los billetes argentinos, pero no es lo único que se confecciona en la Casa de la Moneda, pues allí también se hacen los pasaportes, patentes de autos, las estampillas, una batería de artí­culos que hacen a los trámites oficiales y que reclaman de calidad y seguridad.

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