Desde la llegada de Javier Gerardo Milei al gobierno, hace once meses, el sector automotor argentino enfrenta un debate cuya resolución podría decirse que resulta vital. Sucede que la apertura económica que promueve el modelo libertario ha revitalizado la discusión sobre la competitividad en el mercado, los precios y la presión impositiva, temas que dividen a fabricantes locales, autopartistas e importadores. Son áreas de negocios que tienen su propia dinámica pero que están unidas por un mismo hilo de interés, en definitiva persiguen un mismo objetivo. La coyuntura con más o menos componente de libertad de mercado afecta su rendimiento. El dilema es idéntico al de casi todos los sectores de la producción y la industria. ¿Hasta dónde es beneficiosa la apertura irrestricta?
La discusión no es nueva, alguna vez la Argentina ya estuvo enredada con el mismo interrogante. El desenlace fue violento: el país terminó dándose un porrazo. Aquel período no está muy lejano, fue cuando el riojano Carlos Saúl Menem, en representación del Partido Justicialista, llegó a la Presidencia de la Nación y aplicó un modelo ultraliberal.
Fue paradigmático, el presidente con los «compañeros» cantaban la marcha «combatiendo al capital…» mientras se liberaban las importaciones y se privatizaban las empresas públicas, achicando al mínimo al Estado. Era el tiempo de «Ramal que para, ramal que cierra». Y así fue como Menem justificó la venta de los ferrocarriles que desarticuló la vida productiva de los pueblos. La historia vuelve a repetirse, Milei -el líder de la libertad mundial- anunció la privatización del sistema ferroviario en la parte más rentable: el transporte de cargas.
De aquella época de privatizaciones viene el pragmatismo duro de los Kirchner, Carlos Néstor el gobernador de Santa Cruz, y Cristina Elisabet la legisladora nacional. De la venta de YPF surgieron una ponchada de millones de dólares que en calidad de regalías fueron entregadas a la provincia de Santa Cruz, el matrimonio lo giró a un paraíso fiscal y el dinero nunca volvió. Literalmente, desapareció.
La política argentina es riquísima en ejemplos vergonzantes. Todo parece indicar que está comenzado a escribirse, con Milei, otro capítulo igual al del menemismo, por eso la pregunta que carcome la tranquilidad en la industria automotriz tiene antecedentes muy claros. Solamente hay que mirar los reportes económicos de la década de los años ‘90.
Al sector financiero le irá muy bien -y ya se está viendo eso-, también habrá beneficios para algunas áreas ligadas a la producción extractiva, petróleo, minería. El panorama es menos alentador para la industria pesada y decididamente negativa para las manufacturas y las economías regionales. Las automotrices que dependen tanto del consumo interno como de las exportaciones tendrán que hacer equilibrio porque con la estabilidad que se avecina habrá ventas moderadas, pero con el paso del tiempo la apertura lesionará los cimientos de la actividad.
El debate, con datos a favor y en contra, se reduce al dilema ¿importar o fabricar? La Cámara de Importadores y Distribuidores Oficiales de Automotores (Cidoa) y la Asociación de Fábricas de Automotores (Adefa), que agrupa a las terminales locales, tienen miradas distintas, divergentes por el déficit de autopartes que son esenciales para armar los vehículos.
A corto plazo, el debate parece inclinarse hacia un modelo mixto de apertura moderada que contemple las necesidades de todos los actores. La necesidad de competitividad frente a la protección de la industria local continuará generando posturas enfrentadas.
En definitiva, el desafío del sector automotor argentino será encontrar un equilibrio que permita mantener su competitividad, adaptarse a la demanda de autos más modernos y menos contaminantes, y a su vez proteger el empleo.