La exposición «Luz y Fuerza. Arte y espiritualidad en el nuevo milenio», que se inaugura este jueves en el Malba, reúne a 19 artistas argentinos contemporáneos cuyas obras giran en torno a la espiritualidad del presente, un mundo ecléctico y contradictorio donde conviven la bioenergética y el coaching, las enciclopedias sobre hongos y las guías astrológicas, los homenajes a Gaia y a la Pachamama, la alopatía con la medicina oriental, las terapias holísticas y el budismo.
«¿Cómo impacta y nos constituye la superposición de creencias, prácticas y saberes muchas veces ancestrales que conforman eso tan inasible que podríamos llamar espiritualidad contemporánea?», se interroga desde el texto central de la muestra curada por Lara Marmor e invita a un recorrido a lo largo de varias salas que apunta a abordar desde el arte la necesidad de lo espiritual en un contexto abrumador del mundo, acompañado a su vez por la exigencia de cierto bienestar y «la obligación de ser feliz», como dice el filósofo surcoreano Byung-Chul Han. También allí está presente la imperante necesidad de evitar cualquier atisbo de sufrimiento, lo que nos lleva a un estado de anestesia permanente.
La exposición intenta echar luz sobre la improbable convivencia entre antiguas cosmovisiones orientales y amerindias, la meditación, las terapias holísticas, los esoterismos, la homeopatía, el neochamanismo, la astrología y el budismo, desde la mirada de artistas nacidos entre los 70 y los 80, jóvenes que empezaron a producir sus obras entre el año 2000 y 2001, es decir que atraviesan de lleno los tiempos de un tipo de espiritualidad que en sus inicios se presentó como alternativa.
«Fue desafiante pensar el vínculo entre prácticas artísticas contemporáneas y espiritualidad. Es un tema sensible y no me interesaba hacer una bajada de línea sino poder pensar en un fenómeno complejo, sensible, ambiguo y de qué modo esta superposición de creencias, hábitos, costumbres, impacta en la constitución de nuestra subjetividad», dice la curadora Lara Marmor durante una recorrida por el subsuelo del museo, donde se despliega la muestra.
En la primera sala, el primer «umbral» -dirá Marmor- recibe al visitante con grandes objetos que penden del cielo raso, como aves o constelaciones, aunque son esculturas colgantes de Carlos Herrera, de objetos pertenecientes a su intimidad -frazadas, zapatos, plumas, toallas, medias, caracolas, rosarios, peluches, moños, flores- que emulan a las coronas de flores de los entierros y que aluden a la pérdida física, «un acto funerario con los objetos», dice el artista sobre su propia escena de fe, su trabajo titulado «Ave miseria», hecho principalmente con heno.
En esta misma primera sala, pero a nivel terrenal, se encuentran las «Criaturas» de Lucía Reissig y Bernardo Zabalaga, como mantas enrolladas sobre ruedas y una correa, que el púbico podrá sacar a pasear, invitó Marmor sobre este «cruce entre mascota y objeto de apego», o los zapatos pertenecientes a la fallecida abuela de la artista Ana Vogelfang, un objeto con múltiples simbolismos para el pueblo judío que la artista toma e interviene para rendir homenaje a un ser querido.
La artista tucumana Belén Romero Gunset concibió las pinturas presentes en esta muestra como plataforma visual para divulgar el «Método S1», que ella desarrolló, construido en base a algunas ideas de Baruch Spinoza. Las indicaciones del método, que busca la conquista de la alegría, están organizadas a partir de la geometría y el color. «Los smilies y los emoticones pueden entenderse como símbolos paganos y el método como rito contemporáneo», desgrana la artista frente a sus cloridas pinturas «Mi perseverancia es un triángulo amarillo».
Por ejemplo, el artista Eduardo Navarro investiga formas de comunicarse con fenómenos naturales explorando el límite incierto que nos define como seres humanos: realizó un tratamiento homeopático para curar el Río de la Plata (2013), utilizó las olas del océano como un oráculo para tirar las monedas del I-Ching y propuso hacerle preguntas al mar (2017). Aquí se reúnen ilustraciones hechas con lápiz sobre papel.
Por su parte, la artista Paula Castro presenta su trabajo «Todo re bien, ok», una pintura según cuenta, «atravesada por el discurso de la positividad, ensambla iconos con el pulgar para arriba hasta formar la figura de un cuerpo humano, cuyo rostro tiene ojos con pupilas que son emojis de la carita sonriente». Y añade, «también pudo haberse llamado Bienvenidas angustia y ansiedad», contó la artista para quien el emoji de pulgar hacia arriba, cuando llega como mensaje de WhatsApp la «destruye».
El recorrido a través de las diferentes salas puede pensarse como un camino hacia un nivel mayor de espiritualidad, si se tiene en cuenta que en la última área del recorrido el espectador se encontrará con una suerte de altar, como el espacio más religioso del recorridos. Antes habrá que pasar por obras que aluden al yoga (Diego Bianchi) o a los mandalas (Marisa Rubio) y que funcionan como soportes físicos de ciertas creencias espirituales, a los símbolos de las religiones (Ana Won), o a invocaciones como la impresionante pintura del artista Nicolás Domínguez Nacif.
«La incorporación de hábitos atravesados por discursos que celebran la autoconciencia, la vida sana y la positividad habilita una experiencia más libre del deseo y el placer, en las antípodas del peso que tienen la culpa, el pecado y el sacrificio en las religiones tradicionales de Occidente. La transformación personal y social, asunto que pivotea entre el individualismo neoliberal y el asociacionismo comunitario de los diversos activismos, cobra una presencia inusitada», señala la curadora de la muestra.
Y sigue: «Abiertas a la experimentación, estas obras rompen los binomios: hombre/naturaleza, racionalidad/espiritualidad, mente/cuerpo, y a partir del humor, la ironía o la búsqueda espiritual más profunda dan cuenta de que energía y fuerza transformadora son fundamentales, hoy y acá, en estos momentos de cambio».
Tal vez por eso, aparece en el final una suerte de altar formado por la obra de diversos artistas que con sus producciones aluden a diferentes temáticas, como el caso de la artista Laura Códega, interesada por construir su propia ontología a partir de un sentido de religiosidad que encuentra en la vida diaria, entre referencias mayas, bebidas espirituosas y astrología. «Creer en tantas cosas es posible porque en Argentina el sistema de creencias es muy amplio. Siempre tuve mucha curiosidad, debe ser por mi ascendente en piscis», cierra la artista.
La muestra, que se completa con obras de los artistas Paula Castro, Roberta Di Paolo, Bruno Dubner, Daniel Leber, Martín Legón, Nicolás Mastracchio, Gastón Pérsico y Mariana Telleria, toma su nombre, «Luz y Fuerza» del sindicato de trabajadores de la energía eléctrica en Argentina, y también el nombre que en esta exposición agrupa a artistas cuyos trabajos exploran el terreno de la espiritualidad en un escenario con pocas certezas.
Se podrá visitar desde la inauguración el mañana jueves 13 de julio a las 19 hasta el 13 de noviembre, en el Malba, Avenida Figueroa Alcorta 3415, Ciudad de Buenos Aires.