Aquel déspota era un antiguo alfil del padre del presidente republicano cuando conducía la inteligencia norteamericana y que se había revelado. Lo cierto es que no existían tales armas destructivas y en la famosa botellita no había más que agua. Todo era un pretexto para justificar la invasión de Bagdad.
Con Venezuela el argumento es la supuesta responsabilidad de la dictadura chavista en el alza de muertes por sobredosis en EE.UU. y la artera inundación de la potencia con delincuentes que sacó de sus cárceles y pertenecerían a la fantasmagórica mafia del Tren de Aragua, que eso serían los inmigrantes venezolanos que se asentaron en Norteamérica escapando del régimen. Sin embargo, como señala Charlie Savage, el especialista en seguridad nacional de The New York Times, esas sobredosis existen, pero se deben al fentanilo, que proviene de México. Sudamérica, en cambio, es una fuente de cocaína, pero gran parte se origina en Colombia y llega a EE.UU. vía Ecuador.
Venezuela trafica pero en nivel muy inferior a los carteles mexicanos, brasileños y ecuatorianos. Sin embargo, la Casa Blanca ha despachado frente a la costa de la comarca chavista ocho destructores con misiles guiados y aviones de reconocimiento, un submarino de propulsión nuclear, una tropa de diez mil soldados y alistó una flota de cazas F-35 en Puerto Rico. Cada tanto, además, mueve sus helicópteros artillados y hasta hizo sobrevolar tres de los enormes bombarderos B-52 que se usaron para el reciente ataque en las instalaciones nucleares de Irán.
Demasiado para una represión al narcotráfico. Esa escuadra hundió ya ocho embarcaciones y mató a una treintena de personas desde el 2 de setiembre, la última en aguas colombianas el martes, sin que se hayan agregado evidencias sobre la existencia de la droga y la condición delictiva de sus tripulantes. Al mismo tiempo, Donald Trump ordenó a la CIA que realice operaciones encubiertas dentro de Venezuela.
Richard Perle, uno de los intelectuales que le colgaba ideas a Bush -al tiempo que proyectaba inversiones petroleras en el Norte de Irak-, reconoció que la invasión a ese país, que disparó una guerra de casi una década, no tenía relación ni con los atentados a las Torres del 11-S ni con las supuestas armas de destrucción masiva. El interés primario de esa generación de neocons convencida de que paría un siglo de predominio de EE.UU. como superpotencia unipolar tras la caída de la URSS, era controlar la energía en una región a ser reconfigurada, constituyéndose en un virtual portaaviones de tierra en Irak para avanzar sobre otra decena de países, entre ellos Irán.
En 2007, el legendario Alan Greenspan, en las entrañas del poder por aquellos años, admitió también en su libro The Age of Turbulence, que “entristece que sea políticamente inconveniente reconocer lo que todo el mundo sabe: la guerra en Irak es en gran medida por el petróleo”.
Ese es el argumento que revolea la desesperada autocracia chavista y su líder Nicolás Maduro, para repudiar la ofensiva norteamericana. Pero quizá se equivoque más allá de que algo de eso exista. Trump, con el apoyo y la iniciativa de su canciller Marco Rubio, un halcón que también ocupa el cargo de Asesor de Seguridad Nacional, otro sillòn ministerial, apunta aparentemente a extender la mano norteamericana por el antiguo patio trasero y en los formatos que le dieron ese nombre en épocas de Teddy Roosevelt y su garrote.
La ofensiva sobre Venezuela tomó cuerpo incluso después del ataque arancelario contra Brasil y su Corte Suprema por el proceso a Jair Bolsonaro que el magnate “ordenó” que se suspenda. Luego, también, del arrebato contra Panamá y los “derechos” reclamados por Trump sobre el Canal o la insistencia en afirmar que los cárteles de la droga gobiernan México. Se suma ahora el enfrentamiento con Colombia que denuncia el bombardeo en sus aguas de al menos dos de esas embarcaciones. Trump anunció sanciones contra el gobierno de Gustavo Petro, a quien trata también de “narcotraficante y maleante”. Ese castigo tendría un efecto devastador debido a que EE.UU. es el mayor socio comercial del país andino.
Hay otra dimensión en esta construcción que liga con las múltiples versiones sobre que Maduro habría ofrecido abrir sus productivos pozos petroleros y las minas de oro a EE.UU. sin mayores condiciones a cambio de cesar la confrontación. Incluso, hasta un retiro pactado del autócrata que dejaría en manos de su vicepresidenta, Delcy Rodríguez, la conducción del país. El régimen lo ha negado y EE.UU. afirma haber rechazado esos ofrecimientos.
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Dos muertos tras el ataque de EE.UU. contra otro supuesto barco con drogas.
Pero es posible suponer que las versiones provengan de cercanías del ex enviado especial de la Casa Blanca a Venezuela, el diplomático Richard Grenell, cuya acción negociadora se estrelló con la visión militarista de Rubio que apunta a que Trump se lleve el mérito de haber volteado a la dictadura chavista. Puede suceder. El problema viene con los costos.
Los ataques en el mar son ilegales. Los delincuentes deberían ser apresados y entregados a la Justicia afirman los especialistas. Ya hubo dos detenidos en esas aguas hace pocos días. Fueron supuestos tripulantes de un submarino, que sobrevivieron al bombardeo de la nave, un colombiano y un ecuatoriano, devueltos sin un juez en el medio y de modo exprés a esos países y sobre cuyo destino poco se conoce.
Esas opacidades y la preocupación de que en el futuro pasen una factura, explicaría la sorpresiva renuncia del almirante Alvin Holsey a la jefatura del Comando Sur que supervisa la operación en el Caribe. El militar se va a fin de año, cuando aún le queda un largo lapso en un cargo de enorme significado y justo en momentos que escala la crisis con Venezuela y Colombia. En la prensa norteamericana se multiplicaron los comentarios de fuentes gubernamentales revelando la preocupación de Holsey por el formato de la misión y, en especial, los ataques a los presuntos botes con drogas y la ejecución sin juicio de sus tripulantes.
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, señala un mapa de las Américas durante una nueva conferencia en Caracas, Venezuela. Foto APEl posible encuentro entre Trump y el presidente brasileño Lula da Silva este domingo en Malasia importa también por este escenario. La cita tendrá seguramente dos ejes. La discusión para remover los aranceles de castigo es prioritaria. Es posible que haya un avance en ese sentido debido a la necesidad que tiene EE.UU. de la potencia sudamericana, el mayor socio latinoamericano de China. Es, además, una voz influyente en la región. No sabemos si la Cancillería de Rubio, que abominó contra el gobierno centrista brasileño tras la condena judicial por golpismo contra Bolsonaro, está revisando los manuales de geopolítica. Pero es una posibilidad. La cercanía estrecha con Argentina de Washington no resuelve el déficit de influencia. El otro factor, muy ligado al anterior, si entendemos el carácter transaccional del gobierno trumpista, es Venezuela.
Lula le advertirá a Trump que, en su propio beneficio, evite cualquier movimiento militar contra la dictadura chavista. La cuestión no pasa por la defensa de ese régimen, cada vez más aislado y con el cual el líder brasileño está también disgustado. Es la gravedad del antecedente que alertará a toda la región lo que se intenta conjurar, le señalan a esta columna diplomáticos brasileños.
La victoria opositora en las elecciones venezolanas robadas de julio de 2025 no admite ya dudas, pero no es claro que una ofensiva de EE.UU. sea la mejor fórmula para que los reales ganadores accedan al poder. No se requiere más que una minoría de violentos y fundamentalistas para retorcer el país con la «chifladura» tan presente del nacionalismo, como diría Unamuno.
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