Con una obra que gira alrededor de los abusos de poder, las cristalizaciones de sentido que esconde lo cotidiano y la doble vida de los personajes, la escritora española Sara Mesa abona ese mismo terreno y plantea en «La familia» (Anagrama) qué tan errada puede ser la sentimentalización de lo doméstico o cierta reivindicación de las raíces y explora la perversidad de lo cotidiano.Autora de «Un amor», «Cuatro por cuatro» (ganador del premio Herralde), «Cicatriz» y «Un incendio invisible», Mesa nació en Madrid, España, en 1976, pero desde pequeña vive en Sevilla. Estudió Periodismo y Filología. Desde hace años, es considerada una de las voces más potentes de su generación y lee y sigue de cerca a sus colegas latinoamericanos, fue consagrada por la crítica y espera la adaptación al cine que la mítica Isabel Coixet prepara de «Un amor».
Los padres de «La familia», Damián y Laura, dan cuenta de hasta qué punto el núcleo más íntimo puede ser un dispositivo de opresión. Tienen tres hijos, Damián, el mayor, Rosa y Aquilino, el menor. Cuando se suma a la familia Martina, una sobrina huérfana que es adoptada por Damián y Laura, comienzan a vislumbrarse las primeras pistas de que no todo es lo que parece.
«La familia como institución es útil para el control social y la anulación de la disidencia. Esto no lo digo yo, no es una opinión, te lo puede decir cualquier sociólogo o antropólogo. Por supuesto hablo de la familia como abstracción, no de familias concretas que pueden funcionar perfectamente, por eso no entiendo bien la resistencia a hablar de esto», reflexiona Mesa, en el marco del intercambio por e-mail que mantuvo con Télam.
-El ambiente en el que se desarrolla la historia de «La familia» es tenso, opresivo, cargado de conversaciones incómodas. Una suerte de terror cotidiano. ¿Qué cuestiones de la sociedad o de los vínculos te ayudaron a construir ese clima?
-Me interesan los mecanismos de manipulación que se desarrollan en los pequeños ámbitos privados y cotidianos. Pueden ocurrir en la pareja, entre vecinos u otros grupos sociales, en el entorno laboral y, por supuesto, dentro de una familia. A menudo estos pequeños ámbitos funcionan como metáfora de otras organizaciones humanas mayores, pero yo funciono más como una observadora dentro de mis límites.
-La estructura literaria de la novela juega con la trama. Recortes y escenas unidas por puentes. ¿Ideaste primero la estructura o la historia apareció primero?
-Para mí es algo orgánico que fue creciendo a la vez, me resulta complicado distinguir entre fondo y forma. Mi intuición me decía que no iba a funcionar una narrativa totalizadora y explicativa, de modo que la novela se organiza más bien como un álbum de fotos familiar, en pequeñas estampas, están esas pero podrían ser otras. También es un juego de ir uniendo los puntos, solo al final, y mediante ese pequeño esfuerzo lector, se obtiene el dibujo completo.
-Como en «Mala letra», en «La familia» retoma temas como la autoridad en el núcleo familiar, los cambios que trae la adolescencia o la culpa. ¿Encontrás un vínculo entre estos dos libros? ¿Fue casual o hay algo de ese núcleo de tópicos que la convoca?
-No, no es casual. Son dos libros hermanos y aunque «La familia» es una novela, su estructura tiene también algo de libro de cuentos, como «Mala letra». Hay temas recurrentes que se relacionan sobre todo con la autoridad adulta (en «Mala letra» representada por la figura de las tías, aquí por un padre), pero también con las dificultades de crecer, la renuncia que supone a la propia identidad. Sin embargo, son libros diferentes porque son muchos años los que los separan y yo como escritora voy cambiando.
-Damián, el padre, parece ser el que más piensa sobre el asunto de la familia. ¿Cómo creaste, qué idea te inspiró, para escribir sobre este padre grandilocuente, con tanto peso pero también claroscuros?
-Como la mayoría de las escritoras y escritores, para crear mis personajes me baso en modelos reales. A veces no soy ni consciente, pero tomo rasgos de aquí y de allá y con eso se va construyendo algo nuevo. Cuando un personaje se despega de su modelo real, empieza a ser interesante. Pero no creo ser la única que ha tenido cerca alguien así: bien intencionado de cara al exterior pero también profundamente pernicioso en el ámbito privado.
-¿Por qué habitualmente se hace referencia a la familia como el núcleo de contención cuando tantas veces es el lugar donde se anidan peleas, maltratos, distancias e incluso abusos? ¿Hay algo tranquilizador en asignarle de facto esas propiedades?
-Hay algo tranquilizador desde el punto de vista político y económico. La familia como institución es útil para el control social y la anulación de la disidencia. Esto no lo digo yo, no es una opinión, te lo puede decir cualquier sociólogo o antropólogo. Por supuesto hablo de la familia como abstracción, no de familias concretas que pueden funcionar perfectamente, por eso no entiendo bien la resistencia a hablar de esto, más cuando lo que yo he escrito es una novela, no un ensayo. Es como cuando se dice que los hombres han violado sistemáticamente a las mujeres y algún hombre se ofende y dice: «todos no». Pues claro, solo faltaría eso.
-La infancia se sacraliza pero también se tienden mantos de generalización que impiden rescatar matices. ¿Qué le debe «La familia» a tu propia infancia?
-Todo, en realidad todos mis libros tienen que ver con mi infancia, y todo lo que yo soy y he hecho en la vida tiene que ver con mi infancia, como creo que le ocurre a todo el mundo. Lo que ocurre es que tendemos a idealizar el pasado o a cubrirlo de capas con un discurso artificial no es de lo que es, sino de lo que se cree que debe ser.
-¿Lees autores latinoamericanos? ¿Cuál ha sido tu mayor descubrimiento literario en los últimos años?
– Sí, por supuesto, fueron fundamentales para mi formación desde el principio y siempre sentí debilidad por «raros» como Roberto Arlt, Antonio Di Benedetto o, más tarde, Mario Levrero, Rodolfo Fogwill o Aurora Venturini. Ahora leo a contemporáneos como Yuri Herrera, Mariana Enriquez, Samanta Schewblin, Liliana Colanzi, Giuseppe Caputo, Elaine Vilar Madruga… y más, es inagotable. Dentro del ámbito latinoamericano, me quedé absolutamente maravillada cuando descubrí los cuentos y crónicas de Hebe Uhart. La leo y releo.