La especialista recalca en su tribuna para EFEsalud que la diarrea crónica afecta a la calidad de vida pero que si esa patología tiene un origen, como la malabsorción de ácidos biliares (MAB), puede tratarse de forma efectiva si se cuenta con un diagnóstico correcto.
La doctora Maite Herráiz es especialista en aparato digestivo y directora del Departamento de Digestivo en la Clínica Universidad de Navarra, donde también lidera la Unidad de Prevención y Consulta de Alto Riesgo de tumores digestivos.
Con una sólida formación académica y una amplia experiencia clínica, combina la atención a pacientes con funciones docentes y de investigación, lo que le ha permitido impulsar proyectos innovadores en el ámbito de las enfermedades digestivas funcionales y los efectos secundarios gastrointestinales del tratamiento oncológico.
Reconocida por su capacidad de integrar asistencia, innovación y docencia, docotora Herráiz colabora activamente en sociedades científicas nacionales e internacionales y ha sido presidenta de la Sociedad Española de Endoscopia Digestiva, donde trabajó para potenciar el papel de la mujer en el ámbito científico y fomentar vínculos con entidades europeas y latinoamericanas.
Cuando la diarrea crónica no es solo un efecto secundario
Doctora Mª Teresa Herráiz Bayod, directora del Departamento de Digestivo de la Clínica Universidad de Navarra
Durante semanas, incluso meses, muchas personas llegan a convivir con un síntoma que puede alterar su vida cotidiana, limita sus rutinas y mina su bienestar físico y emocional: la diarrea crónica.
A menudo se minimiza, se atribuye al estrés, a una mala digestión o —en el caso de pacientes con cáncer— a los efectos secundarios inevitables del tratamiento. Pero, en muchos casos, la diarrea persistente tiene una causa concreta, identificable y tratable que suele pasar desapercibida, esto es, la malabsorción de ácidos biliares.
Hablamos de diarrea crónica cuando persiste durante más de cuatro semanas.
Aunque pueda parecer un síntoma menor, su impacto es significativo, ya que afecta al 3-7 % de la población general, y mucho más a personas que han recibido tratamientos oncológicos.
Más allá de la incomodidad, puede condicionar por completo el día a día, ya que obliga a conocer de memoria la ubicación de los baños, impide planificar salidas o viajes y, en casos graves, genera incontinencia o pérdida de peso.
El problema es que muchas veces se normaliza. Algunos pacientes se resignan, y otros, especialmente los que ya han atravesado un cáncer, tienden a considerarlo “parte del proceso”, pero no lo es ya que cuando esa patología tiene un origen como la malabsorción de ácidos biliares (MAB), puede tratarse de forma efectiva si se cuenta con un diagnóstico correcto.
La malabsorción de ácidos biliares ocurre cuando el intestino no logra reabsorber de manera adecuada las sales biliares que el hígado fabrica para digerir las grasas. Como resultado, estas sustancias llegan al colon, donde provocan una secreción excesiva de agua y electrolitos que deriva en diarrea acuosa, a menudo urgente y difícil de controlar, la Diarrea por Ácidos Biliares (DAB).
Aunque puede aparecer en personas sin patología previa, es más común en quienes han recibido radioterapia abdominal o pélvica, han sido sometidos a determinadas cirugías digestivas (como la resección del íleon) o han tomado ciertos fármacos oncológicos. En muchos casos, la DAB no aparece de inmediato, sino meses o incluso años después del tratamiento.
Sabemos que entre un 40 % y un 50 % de los pacientes tratados con radioterapia pélvica desarrollan diarrea crónica y, en la mayoría de estos casos, la causa es la DAB. Sin embargo, este diagnóstico se pasa por alto con frecuencia porque se asume como un daño colateral inevitable, cuando en realidad, identificar su origen puede cambiarlo todo.
Una DAB no tratada de forma adecuada puede tener consecuencias importantes sobre la salud del paciente ya que, además de mermar la calidad de vida, puede provocar desnutrición, alteraciones metabólicas e incluso llevar a suspender o reducir tratamientos oncológicos que son eficaces.
Y lo más grave es que muchos pacientes pasan por numerosas pruebas, dietas restrictivas o tratamientos que no llegan a abordar el problema de raíz.
Frente a esta situación, existe una prueba diagnóstica funcional específica que puede confirmar o descartar con alta precisión la DAB. Se trata de una gammagrafía que mide cuánta pérdida de ácidos biliares tiene el paciente en siete días.
Es sencilla, bien tolerada y con una exposición mínima a radiación y, a diferencia de otras pruebas, permite cuantificar la malabsorción y clasificarla como leve, moderada o severa, algo muy válido a la hora de orientar el tratamiento. Frente a la opción de probar tratamientos “a ciegas”, esta técnica aporta claridad y evita sobrecargar al paciente con fármacos o pruebas innecesarias.
Contar con este tipo de herramientas no solo ahorra tiempo, sino también incertidumbre, gastos innecesarios y malestar para el paciente. En muchos casos, un tratamiento basado en secuestradores de ácidos biliares o una pauta dietética personalizada es suficiente para revertir los síntomas y recuperar la calidad de vida.
En salud, ponerle nombre a lo que ocurre es el primer paso para poder actuar. La DAB no es una rareza y no debería seguir escondida tras diagnósticos inespecíficos como el síndrome del intestino irritable o un efecto secundario más del tratamiento.
Necesitamos hablar más de ella, que sea incorporada a los protocolos diagnósticos y formar a los profesionales que, día a día, atienden a estos pacientes. Especialmente en el caso del paciente oncológico, detectar y tratar adecuadamente la diarrea crónica es una gran necesidad. No se trata solo de controlar un síntoma, sino de cuidar su recuperación, su dignidad y su bienestar.