cómo Donald Trump se volvió el mejor aliado de Nicolás Maduro


Este fin de semana, en las plazas Bolívar de toda Venezuela, puñados de militantes del chavismo han acudido a inscribirse en las Milicias, cuarta rama de la Fuerza Armada que, según Nicolás Maduro, tiene entre 4,5 y cinco millones de personas en armas.

El llamado y las pequeñas concentraciones de militares, paramilitares, milicianos y civiles es la respuesta contundente del chavismo a la supuesta amenaza de la poderosa Armada de Estados Unidos de invadir a Venezuela para desalojar a los hijos de Simón Bolívar y Hugo Chávez del poder.

Para el ministro de Defensa, Vladimir Padrino, este sábado fue «un día histórico», en el que el pueblo venezolano solo se sumó a las filas de la milicia, sino además rechazó «las constantes agresiones de Estados Unidos», y sus acciones de «falsos positivos» para incriminar al gobierno venezolano.

«El país atraviesa por momentos decisivos para la vida de nuestra nacionalidad», había proclamado Maduro horas antes. Pero más allá de la retórica incendiaria que pulula en la propaganda oficial y en las redes sociales en torno a Venezuela y una imaginaria invasión, por estas horas todo transcurre en paz por aquí. La gente común se ocupa de sus cosas, las playas están llenas como cada fin de semana y en los centros comerciales –principales plazas de distracción más que de compra para los venezolanos de salarios cortos- la gente camina y conversa… pocos parecen dispuestos a cortarse las venas al son de la trompeta de la patria.

Esta realidad contrasta con las ignorantes certezas que toman cuerpo desde fuera del país. También choca con el delirio histérico de las redes sociales, ese sustituto del mundo material que en Venezuela son la principal fuente de información y desinformación para las élites y la gente común.

La escalada de tensiones entre el gobierno de Donald Trump y el de Nicolás Maduro pone a prueba el apoyo interno y el internacional a la causa chavista. Washington hace un nuevo despliegue de fanfarronería que termina por favorecer a su enemigo.

El líder chavista Nicolás Maduro durante ejercicios militares, en Caracas (Venezuela). Foto EFE

Mientras, ciertos opositores radicales desde el exterior y atrincherados en las nubes de las redes sociales, han caído en una especie de paroxismo babeante, jurando, como profetas de una religión de los anhelos, que «el fin está cerca», sólo porque Estados Unidos sacó a pasear unos barcos en el mar Caribe con la excusa de combatir el narcotráfico.

Pero lo único concreto es que la falazmente llamada revolución bolivariana está de plácemes porque, con la escalada de amenazas del gobierno de Trump, ahora tiene más argumentos nacionalistas de dónde asirse para intentar galvanizar simpatías internas y externas jugando a la víctima, tratar de elevar su franca impopularidad y escalar la represión.

El gobierno de Maduro no es aceptado por los opositores (según encuestas en los meses electorales, sumaba 80% de rechazo entre los consultados). El dominio chavista tampoco es reconocido por las principales democracias de corte occidental, las mismas que hoy intentan ponerle coto al desaforado Trump en otros frentes del tablero internacional.

Galvanización

La tesis del enemigo externo y la supuesta amenaza de una inminente invasión militar desde EE.UU. le han servido de excusa al régimen castrista de Cuba durante 60 años. Ahora el modelo parece reeditarse para ser usado por otros 60 años más aquí en tierra firme, en los hombros de América, esta Venezuela de encrucijadas donde todo futuro parece empantanado por el fanatismo.

Por lo pronto, ya se robustece un estado militar y policial, donde la excusa de la permanente amenaza bélica externa habrá de servir para atornillar en el poder al régimen y perseguir con más saña a todos los que no les sean incondicionales, con el peregrino argumento de que si no estás con el chavismo estás a favor «del imperio».

Hasta los casi 1.000 presos políticos (la lista crece cada semana) ahora tendrán más lejana su soñada libertad. Es que, como son acusados de «terrorismo, fascismo, traición a la patria» y de aliarse con enemigos extranjeros, muchos radicales chavistas supondrán que en medio de lo que llaman amenazas de agresiones permanentes, no pueden soltar a personas «peligrosas», que además son usadas como monedas de intercambio de prisioneros en esta guerra sorda.

Por el lado de los opositores radicales, encabezados por la líder María Corina Machado, algunos también le empujan el carro de la historia a Maduro, al apoyar abiertamente una incursión militar como salida extrema para desalojarlo del poder, a él y a toda la nomenklatura chavista. En los llanos venezolanos hay un dicho que viene al pelo: «Una cosa es invocar al diablo y otra verlo venir».

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, y el comandante estratégico operacional de las Fuerzas Armadas de Venezuela, general Domingo Hernández. Foto ReutersEl presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, y el comandante estratégico operacional de las Fuerzas Armadas de Venezuela, general Domingo Hernández. Foto Reuters

Los que creen que una guerra se soluciona con más guerras, no miden lo que ocurre después de que enciendes la mecha. No parecen tener idea – ni siquiera viendo películas de Hollywood – de lo que significa ver a gente con las tripas al aire, reventada por la metralla.

Barcos errantes, ejército invisible

En los últimos días y horas se ha desatado un tsunami de desinformación. «Fake news», propaganda intencionada, rumores, medias verdades y mentiras deslavadas que abruman a los venezolanos. Hasta grandes cabeceras y marcas internacionales de noticias han afirmado que la flota de barcos desplegada por Washington en el Caribe sur esta semana «se dirige a las costas venezolanas»; o «navegan en agua territoriales venezolanas».

Declaraciones de halcones de Washington desde Marco Rubio hasta varios radicales senadores republicanos, y «versiones» de influyentes de las redes, le han servido en bandeja de plata el texto a la retórica chavista. Maduro convocó esta semana «al pueblo en armas» a que se aliste en los cuarteles militares, plazas públicas y en las sedes de 15.751 «Bases populares de defensa integral».

«Venezuela volverá a triunfar sobre todas las amenazas extravagantes, estrafalarias, criminales del imperialismo norteamericano y la garantía del triunfo es la unión del poder popular, militar y policial», dice Maduro, quien intenta fusionar su propia figura con la noción del país, de la patria y del Estado.

Un miembro de la Milicia Bolivariana de Venezuela con una bandera venezolana espera el día en que el presidente de Venezuela. Foto EFEUn miembro de la Milicia Bolivariana de Venezuela con una bandera venezolana espera el día en que el presidente de Venezuela. Foto EFE

Pero hasta ahora, y pese a que dicen sentirse amenazados, los líderes chavistas no han movilizado públicamente contra EE.UU. a los militares de verdad, a los bien entrenados y armados soldados del Ejército, la Armada, la Aviación y la Guardia Nacional.

Las milicias son un cuerpo de control social principalmente formado por famélicos reservistas, personas de la tercera edad, jubilados que sobreviven con una pensión de entre 130 y 160 dólares por mes. Ni de lejos son 4,5 millones y en realidad muy pocos están armados y entrenados, según cálculos de especialistas en esos asuntos.

El llamado a filas parece más bien un intento de medir el apoyo popular al chavismo dentro de sus propias bases y grupos que dependen de los programas sociales del Estado, con sus bonos y precarias bolsas mensuales de comida barata.

«Los que amenazan con intentar hacer contra Venezuela un cambio de régimen, un zarpazo terrorista, militar, es inmoral, criminal e ilegal», dijo Maduro en un acto en la sede de la Asamblea Nacional (congreso) dedicado a defender la soberanía y la paz y a exaltar lealtades.

También agradeció a los gobiernos de Irán, Rusia, China, Cuba y Nicaragua «la solidaridad, el apoyo que le han dado hoy a Venezuela y el rechazo mundial unánime a que Estados Unidos abra un conflicto armado en Suramérica, y lo sume a sus fracasos de Vietnam, Afganistán, Irak, Libia».

La principal apuesta del chavismo es reforzar la ansiada legitimidad en medio de este circo de exageraciones en las que se ha vuelto la política del amigo Trump hacia Venezuela. Washington acusa a Maduro sin una sola prueba, sin un argumento, sin un expediente, de encabezar un supuesto cartel de las drogas tan poderoso que olvídate de Pablo Escobar.

Pero en el tablero mundial de hoy esas peregrinas acusaciones no bastan por sí solas para justificar un ataque armado contra un país, deponer a un gobierno y desatar una guerra. En el fondo, eso parecen saberlo todos los que han asumido un papel en esta comedia negra donde la gente común en Venezuela es la primera víctima real.

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