colas, escasez y calles intransitables


Foto Julin lvarez
Foto: Julián Álvarez.

Vecinos usando sus motosierras para colaborar con el trabajo de las cuadrillas que intentan liberar las calles de los árboles caídos, largas colas para cargar combustible en las pocas estaciones de servicio que funcionan, gente cargando sus celulares al aire libre, en puestos montados por la comuna, y la sensación de que pueden producirse nuevos derrumbes producto de la tormenta del pasado sábado, es parte del escenario que aún puede observarse al recorrer la muy golpeada ciudad de Bahía Blanca. Si bien toda Bahía Blanca presentaba durante el mediodía del lunes una apariencia desoladora, aún bajo los rayos del sol, con calles todavía intransitables por árboles caídos, carteles retorcidos y trozos de mampostería pendiendo peligrosamente en las fachadas, la cuadra de Ángel Brunell, entre Colón y O’Higgins, era dueña de una devastación especial.

Es que sobre ella, y entre las cintas de “prohibido pasar”, yacen no sólo plantas caídas de ambos lados de la carpeta asfáltica, sino las ruinas de parte de los muros de dos canchas linderas: el Estadio de Fútbol Roberto Caminatti, del Club Olimpo, y la cancha para práctica de básquet del Club Estudiantes, que se derrumbó un par de horas antes que comenzara allí un evento con 100 personas.

A pocos metros de ahí, en el centro de evacuación que funciona en la cancha de básquet de mismo Club Olimpia se desarrollaba, en tanto, el drama humano de esta catástrofe natural.

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Foto: Julián Álvarez.

“Yo estaba viendo tele, cuando el viento me hizo estallar las ventanas; al rato se cayó el techo encima de mí y me aplastó”, contó a Télam Walter Mansilla (34), uno de los evacuados en el Club Olimpo de Bahía Blanca, sobre la fatídica noche del 16 de diciembre pasado, en la que perdió “todo lo que tenía” en su barrio de Villa Serra.

El joven cuenta que inicialmente quedó “inmovilizado” y, al ver que nadie respondía a su pedido de auxilio, tuvo que deshacerse por sí mismo de las chapas que lo aprisionaban para correr a la vecina casa de su madre, “donde se me volvió a caer otra chapa encima”

“Como sufro ataques de pánico, empecé a gritar, pero nadie me escuchaba por el temporal hasta que unos vecinos fueron a rescatarme. Suerte que me ayudaron porque, de lo contrario, no la estaría contando”, agregó.

“Estaba viendo tele, cuando el viento me hizo estallar las ventanas; al rato se cayó el techo encima de mí y me aplastó”Walter Mansilla (34), uno de los evacuados


Una de las pérdidas que más lamenta este joven, que se define como “instructor de ritmo”, es “el parlante con el que yo le daba clases a los chicos” en la vereda de tierra recién regada, y que representaba “mi trabajo” y principal motor para sus ganas de vivir.“Yo ya no tengo casa, en mi barrio a la mayoría se le voló el techo, pero la mía se desarmó en mil pedazos como si fuera un rompecabezas. Era una pieza de chapa de cuatro por tres metros, que desapareció. Había tardado cinco años para construirla, juntando plata para los clavitos y tirantes con changas. Ahora que está todo caro, va a costar un montón reconstruirla de nuevo”, dice.

Un día y medio después del temporal, permanecían evacuadas 61 personas en los tres centros de evacuación en funcionamiento, que inicialmente habían acogido a 400 damnificados

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Foto: Julián Álvarez.

A Tamara López, su esposo César Macías y sus dos hijos de 11 y 13 años, la tormenta los agarró en la calle y hasta ahora no pudieron volver, aunque saben que “la pérdida es total» y su vecindario de Villa Talleres “está todo vacío”.

“Los chicos acá están bien porque llegan vecinos, gente capacitada que espontáneamente viene a leerles un cuento, a hacerlos pintar con colores, a proponerles juegos sin que nadie se los haya pedido, porque saben que se necesita”, contó Tamara.

El coordinador de este centro de evacuación, Hernán Aguilera, contó a Télam que permanecen allí unas 40 personas de diferentes barrios de la ciudad, quienes han sufrido “voladura de techo, aplastamiento de sus casas por árboles caídos, derrumbes de muros e inundación”.

“Lamentablemente, tienen acá para rato, porque hay gente que se quedó sin hogar y no tienen dónde ir. Gente que no tiene para comprar una chapa, un tirante o para pagar la mano de obra; o porque hay riesgo eléctrico en su barrio”, dijo.

“Los chicos acá están bien porque llegan vecinos, gente capacitada que espontáneamente viene a leerles un cuento, a hacerlos pintar con colores, a proponerles juegos sin que nadie se los haya pedido, porque saben que se necesita”Tamara López, evacuada en el Club Olimpia


En la plaza Amirante Brown -ubicada entre Cuba, Drago, Ingeniero Luggi y Brown- el sonido de la motosierra cortaba la placidez del horario de la siesta pero, en este caso, la taladora no estaba en manos de obreros municipales como a unas cuadras de allí, sino de vecinos de la cuadra.

“Con los vecinos nos dimos cuenta de que, si no liberamos el paso, Edes no va a venir a reparar la luz, entonces me pidieron si no les hacia la gauchada con mi motosierra”, dijo a Télam Claudio García desde lo alto de un árbol, el segundo que troceaba en el día para despejar el tránsito por Drago, que estaba imposible, tanto para autos como para peatones.

Otro vecino, Gabriel, asegura que se cayóel 70 u 80% de los árboles de la plaza y sólo quedaron en pie dos palmeras y algunos que no son tan añejos”.

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Como parte del operativo de asistencia en la emergencia, el municipio instaló bocas para la recarga de celulares al aire libre en Plaza Mitre y en el baldío ubicado en la intersección de Gorriti y Malvinas, dos puntos donde una larga fila de personas esperaba conectar su aparato a alguno de las seis tomas del improvisado tablero adosado a un transformador de energía eléctrica ya existente en el lugar.

“Es muy poco para tanta gente”, se queja Franco Lucatti de Barrio Puerta del Sur donde todos los vecinos están sin luz desde el sábado a la noche.

Los primeros de la fila de 18 personas esperando, se quejan con Télam de la conducta “abusiva” de algunos comerciantes del barrio, que “venden una sola vela por persona y te la cobran 500 pesos”; pero también de los amigos de lo ajeno que se robaron metros y metros de los cables caídos para vender el cobre “y ahora van a tardar más en devolvernos la luz porque tienen que reponer todo”.

El domingo, los cajeros automáticos se habían convertido en improvisadas salas de recarga, a partir de personas que desconectaron los expendedores de dinero para conectar zapatillas capaces de alimentar varios teléfonos móviles al mismo tiempo.

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Foto: Julián Álvarez.


El temporal se ensañó especialmente con los clubes deportivos. Así, el Olimpo, Estudiantes, Tiro Federal y Club Comercial White perdieron gran parte de sus instalaciones.

Claro que el epicentro de la tragedia humana que sobrevino al temporal sigue siendo el club Bahiense del Norte, a pesar de que, desde afuera, nada se adivina del derrumbe interior que le costó la vida a 13 personas, porque su fachada luce apariencia de normalidad.

No obstante, permanece cerrado y sólo está Raúl Macari, el encargado del buffet, para permitir retirar sus pertenencias a algunos docentes y familiares de niños que asisten al club.

Puede haber peligro de derrumbe todavía en el club, así que desmiento que se haya evaluado velar aquí a las víctimas. Tienen que evaluar cómo está la estructura y no estamos para correr riesgos”, dijo a Télam.

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Foto: Julián Álvarez.

Párrafo aparte merece el Circo XXI 360 emplazado en Castelli y 25 de Mayo, el mismo que se quedó varado un año en Bahía Blanca por la pandemia, sin poder debutar, y que ahora perdió gran parte de su carpa mayor por el temporal, que lo obligó a suspender la función a poco de empezar, lo que evitó que se tuviera que lamentar víctimas.

“Estábamos a 20 minutos de empezar la primera función del día cuando empezó el viento, pero llegamos a evacuar a toda la gente sin problemas”, cuenta a Télam Gabriel Credidio, el propietario del circo.

“Había unas 200 personas, la función había empezado a las 18 y eran las 19.15, llegamos a sacar la última persona y ya la lona se movía mucho”, dijo

Afortunadamente cuando el viento destrozó la carpa con capacidad para 1.500 personas y dejó al descubierto las gradas donde se sienta el público, “no hubo ningún herido ni lastimado porque ya no había nadie dentro del circo y nosotros estábamos cada uno en su tráiler”.

“La lona se perdió en un 100%, luces y sonidos un 60% pero los vestuarios está todo impecable y en 15 ó 20 días armamos de vuelta como teníamos previsto, en Las Grutas”, dijo.





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