La escritora canadiense Marie-Pier Lafontaine dice que «escribir es una manera de reclamar poder sobre la narración del pasado» y en su ensayo «Armas para la furia» va a ese pasado para contar la violencia que ejercía su padre sobre ella y sus hermanos desde una mirada que asume las distintas etapas que llevan a una persona reconocerse como víctima y desarticulando la idea de ese rol como algo fijo.
Editado por Godot, el ensayo cuenta con traducción al castellano de Agustina Blanco y consta de cuatro textos: «La agresión de más», «El perfil genético de la vergüenza», «El derecho a la escritura» y «Algunos mitos sobre la escritura del trauma. A erradicar. De una buena vez por todas» y Lafontaine los escribe con crudeza pero también toma distancia para categorizar y pensar formas de nombrar la violencia.
«Yo no perdono nada, escribo. Destripo el cadáver aún caliente de mi infancia», dice en uno de esos puntos en los que se propone desarmar la pretensión de que es terapéutico escribir porque asegura que «la escritura, a la inversa, relaciona al Yo con el horror de manera más estrecha aún, aguza sus crestas, sus filos».
Nacida en Montreal en 1988, Lafontaine vive hoy en Montreal y hace el doctorado en estudios literarios en la Universidad de Quebec, investigando las diferentes representaciones de la violencia contra las mujeres en la literatura contemporánea.
«Armas para la rabia» no es su único libro, ya que en 2020 escribió la novela «Chienne«, que fue finalista en Canadá de los Premios literarios Gouverneur général y CALQ (Consejo de las artes y las letras de Quebec) y ese mismo año ganó en Francia el premio Sade.
-¿Cómo se gestó el libro? Decís que imaginaste el ensayo como un combate. ¿Qué implica ese combate?
-Marie-Pier Lafontaine: Me tomó un montón de años estar preparada para escribirlo. Quería que fuera verosímil. Quería ser capaz de escribir sobre el enojo y sobre la furia. Encontrar ese espacio en mi cuerpo donde mi pasado está todavía vivo y gritando. Y explicar un trauma tan simple, tan claro, en una manera documental. Me imaginé este ensayo como un combate porque siempre es un combate decir la verdad, decir: «Estos actos terroríficos me pasaron a mí, y no soy la única». Y también decir: «¡Es suficiente! Es un combate porque nuestras sociedades tienen que actuar en lo que está reportado en el libro, tienen que verdaderamente verle la cara a las violencias cometidas hacia las mujeres y niñas todos los días. Escribir es una lucha cuando la escritura es una acción en contra de la misoginia.
– En este caso optaste por el ensayo pero antes habías ido por la ficción, con la escritura de una novela en 2019. ¿Qué diferencias notás entre ambos géneros?
-Creo que la gran diferencia es sobre la imaginación y la libertad. Hay algunas cosas que solo pueden existir en la ficción, como algunas violencias o fantasías. Por ejemplo, en mi primera novela, el narrador desea que la historia sea lo suficientemente fuerte para matar a toda su familia. Uno debería esperar que este tipo de asesinatos solo sean posibles en la ficción.
En el ensayo, la voz es muy diferente. Tiene menos imaginación de lo que tiene de realidad. La voz es más auténtica y cercana a mi personalidad. El objetivo es un poco diferente también. Con la autoficción, quería captar algo sobre una familia y sus personajes mientras que en «Armas para la rabia», quería entender una pregunta más global. Quería encontrar la respuesta, y aclararlo para los lectores, trabajar algo simple que no deja de tener complejidad: ¿Cómo es posible, en nuestra modernidad, que los padres les peguen por un largo período de tiempo a sus hijos y que nadie haga algo al respecto?
-En el texto «Algunos mitos sobre la escritura del trauma. A erradicar. De una buena vez por todas», vas contra algunas ideas como por ejemplo la de que «la autoficción trae el perdón». Decís que no perdonas nada, sino que destripas el cadáver aún caliente de tu infancia. ¿Cómo te interesa pensar la escritura?
-Escribir no se trata de olvidar las propias experiencias traumáticas, tampoco de perdonar a las personas que las causaron. El proceso de escribir concierne muchos sentimientos. Se trata de comprender lo que parece imposible de llorar y finalmente poder ir más allá del dolor. Escribir es una manera de reclamar poder sobre la narración de los eventos del pasado. Y también tengo que mencionar la dimensión más hermosa de escribir: la alegría. Me gusta mucho, mucho, escribir. Por momentos hasta me da euforia.
-T: Planteás que «la cultura de la violación es una cultura que demanda que la mujer incorpore repetidas veces y en silencio la imagen de su propio cadáver». ¿Qué implica eso? ¿Notás cambios en los últimos años con el crecimiento de los movimientos feministas?
-Significa que la cultura popular está erigida sobre la violencia hacia las mujeres de una forma horrorosa y repetitiva que fácilmente puede hacernos pensar que no hay salida, que no podemos escapar de un hombre que nos lastime. El asesinato de las mujeres y los cuerpos muertos son un «plot twist» o la fuerza impulsora detrás de las historias de muchas películas, novelas y series de televisión. Este tipo de historias son cuentos con moraleja. Son historias que se suponen que deberían hacernos sentir inseguras. Ya tenemos, en nuestras mentes, la imagen clara de nuestro propio cadáver. Nos fue mostrado a nosotras, una y otra vez.
Noté algunos cambios en la literatura de Quebec, de Canada, donde vivo. Por ejemplo, hace algunos años atrás, había una polémica en torno a un cuento publicado en una revista. La historia normalizaba una violación a un personaje femenino porque la agresión se presentó como un juego entretenido. Fue criticado acá, y no solamente por feministas reconocidas. Globalmente, la producción no fue aceptada en el universo literario. Fue una señal de progreso que me dio esperanza.
«Me tomó un montón de años estar preparada para escribirlo. Quería que fuera verosímil. Quería ser capaz de escribir sobre el enojo y sobre la furia. Encontrar ese espacio en mi cuerpo donde mi pasado está todavía vivo y gritando. Y explicar un trauma tan simple, tan claro, en una manera documental»
-¿Qué lecturas te ayudaron en la escritura del libro?
-Me ayudaron un montón de libros, porque no puedo pensar «sola». No puedo escribir «sola», tampoco. Siempre tengo que volver a mis autores preferidos. Por ejemplo, ‘Elogio del riesgo’ de Anne Dufourmantelle, una psicoanalista francesa y filósofa que me ayudó mucho a entender el trauma psíquicamente. Y una de mis biblias se titula «Defenderse. Una filosofía de la violencia» de Elsa Dorlin. Otra filósofa francesa.
-¿En qué estás trabajando ahora? ¿Hay algo que puedas adelantar?
-Ahora mismo estoy escribiendo una novela sobre violencia doméstica. Estoy intentando comprender la dinámica entre el amor y la violencia en una relación romántica. Estoy tratando de encontrar una manera de estar segura de eso, de probar que no es aceptable, que no es posible.