A continuación, Télam ofrece en exclusiva el texto preliminar de la obra, donde el autor narra cómo pensó cada uno de los núcleos que la integran.
El origen de este libro fue una conferencia que di para Filba en el año 2022 con el mismo título: «Once tesis (y antítesis) sobre la escritura de ficción». En la preparación de esa conferencia reuní y revisé buena parte de los argumentos teóricos y los ejemplos que expuse en el seminario de 2017 en el City College de Nueva York y a lo largo de muchos años en mis clases de la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad de Tres de Febrero, así como en otros numerosos cursos y talleres literarios. A principios de 2023 me decidí a transcribirla. No quería perder del todo la vivacidad de la oralidad, pero sí tuve que reemplazar con cuidado los sobreentendidos y la «elocuencia de las manos», tal como suceden en una charla, con la exposición detallada y completa de los argumentos.
El libro, naturalmente, se expandió mucho más allá de lo que era mi propósito inicial. Tuve al escribirlo dos preocupaciones fundamentales: la primera, que no fuera un libro puramente teórico, sino más bien la decantación en unas pocas afirmaciones de ciertos principios y preferencias que tomé para mí en la práctica concreta de la escritura y la lectura a lo largo de toda mi vida, y en Palabras preliminares 1 2 la obligación de «dar razones» en la revisión de muchísimos textos, como crítico en diarios, como profesor en cursos de narrativa y también como jurado de certámenes literarios.
La segunda, que quedara en claro el doble filo y el alcance acotado de cada una de estas afirmaciones, a través de la consideración, hasta donde pude imaginar, de posibles oposiciones y reparos (las antítesis). Creo que la manera más leal de discutir en literatura -y en muchos otros ámbitos no exactos- es la de «dar vuelta el tablero» para tratar de ver cuál es la parte de verdad de la posición contraria, sin desfigurarla ni disminuirla. En este sentido, el modelo que tomé para mi discusión es Seis propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino, en que para cada preferencia propia Calvino no deja de reconocer también al pasar las buenas razones de la posibilidad opuesta.
La forma de exposición a que lleva esta consideración de lo opuesto, y que podría parecer hasta cierto punto una discusión conmigo mismo, recoge sin embargo discusiones y polémicas sobre las que leí e incluso intervine a lo largo del tiempo. Tal como deslicé en algunas de mis novelas, creo que la reflexión y valoración en torno a los textos literarios no debe ser una elección de armas a priori, listas para desenfundarse desde extremos dicotómicos sea cual fuera el texto, sino la puesta a prueba de esas oposiciones con cada texto en particular, para abrir paso a nuevos puntos de vista, o en todo caso, a nuevos pares de dicotomías, agudizadas y refinadas en esa confrontación con los ejemplos concretos.
Ojalá este libro pudiera verse entonces, también, como un primer intento de llevar a escena esa clase de «refinamiento dicotómico». Agradezco a María Negroni, que me convocó para dar clases de narrativa desde el primer año de la Maestría de la Untref, y también a todos los estudiantes de las sucesivas camadas que me hicieron pensar y reconsiderar perspectivas con sus preguntas y sus textos. A Filba, por la invitación a dar la conferencia que me decidió a escribir este libro. A Brenda Becette, por el recorrido paciente de los sucesivos borradores, y a mi hija Julia, por la lectura en voz alta de la versión final.
Hay una idea sobre la que todos nos pondríamos de acuerdo muy rápido -quizá demasiado rápido- y es la que dice que en literatura no pueden hacerse afirmaciones universalmente válidas, con la pretensión y el alcance de leyes estrictas. Ahora bien, ¿significa esto que no es posible proponer tesis con cierta aspiración de generalidad, que todo es «igualmente válido»? Recuerdo que hace unos años escuché una disertación sobre Cortázar y el conferencista, casi a cada frase, apenas la oía salir de su boca, aterrado de haber ido demasiado lejos, o de no haber intercalado suficientes aclaraciones, agregaba como un tic al final «O no». Y también a veces, «O todo lo contrario».
Así, la charla avanzaba en un limbo desconcertante, entre sus afirmaciones y sus arrepentimientos inmediatos, como el personaje de Witold Gombrowicz en Trasatlántico que por las dudas negaba cada afirmación que soltaba y cuando le preguntaban si esa era su opinión definitiva respondía que no era tan loco como para opinar nada en estos tiempos o como para no opinar. Once tesis (y antítesis)… ¿Estamos condenados, al hablar de literatura, para no pecar de «taxativos», de «asertivos», de horrorosos «positivistas», a esta clase de indecisión, de marcha y contramarcha constante? Creo que no y la primera tesis -o en realidad una metatesis, es decir, una afirmación sobre el conjunto de afirmaciones por venir- trata de sostener la advertencia de cautela frente a las afirmaciones demasiado genéricas, pero sin caer en el «nada puede afirmarse», con la intención de explorar, como lo dijo quizá mejor que nadie Tzvetan Todorov en Crítica de la crítica, «la posibilidad de oponernos al nihilismo sin dejar de ser ateos».