El actor Miguel Ángel Rodríguez se luce en su debut en el teatro independiente a los 63 años en «Quieto», obra de Florencia Naftulewicz (quien también es la coprotagonista) y dirigida por Francisco Lumerman, que tuvo estreno el viernes pasado en Nun Teatro.Acostumbrado a la masividad de la comedia televisiva desde el «ShowMatch» de Marcelo Tinelli a «Los Roldán» y «Son amores», pasando por «El nieto de don Mateo» y al teatro de revistas y la comedia teatral porteña, Rodríguez logra una acertadísima composición en su primer papel en el teatro independiente, reservado para pequeñas salas de menos de 100 butacas y donde la proximidad con el público y el trabajo sobre el lenguaje teatral se imponen como características propias.
En «Quieto», Rodríguez da vida a Renzo, un padre que soporta una cierta depresión y parece condenado a la inmovilidad de su departamento desde el fallecimiento de su esposa y que se encuentra con su hija Julieta (Naftulewicz), que viene de algún modo a «rescatarlo» de esta situación pero también a terminar de cerrar algunas cuentas que la vida dejó pendientes y que todavía producen efectos.
Entre los dos dan vida a una interesante comedia dramática, con oportunos y constantes toques de humor, ingenio e inteligencia pero que al mismo tiempo, capa por capa y lentamente, va internándose en un espeso drama de una familia que parece estancada por las diferencias y el pasado, acaso sin posibilidades de modificar la situación.
La obra
Son solo dos personajes en escena que juegan un magnífico contrapunto actoral entre ella, que busca incomodar y poner en movimiento al padre, al tiempo que verbaliza uno que otro reclamo (sobre todo una cuestión en relación con un hermano llamado Federico) mientras que él, con toques de ironía y fino humor, muy porteño, esquiva una y otra vez los «lances» de la hija, apoltronado, resistente, paralizado ante el mundo que siguió girando luego de la muerte de su esposa, y del que Renzo parece decidido a bajarse, no a través de una acción temeraria sino solo desde la inmovilidad estoica.
Naftulewicz es precisa y esmerada en su papel y parece (es la autora) conocer la entonación y las intenciones subyacentes de cada una de las frases que lanza además de manejar a la perfección los tiempos de un texto con respiración propia, mientras que Rodríguez es todo sabiduría actoral en el tránsito que va desde la respuesta venenosa, al desinterés y casi el encaprichamiento que revelan una profunda tristeza que nunca expresa en forma manifiesta y apenas insinúa, aunque deja traslucir un trasfondo de desasosiego, acaso insoportable.
Materializa muy logradamente el orgullo de un padre afligido por el dolor que no mira para atrás para enmendar el pasado ni está dispuesto a mirar hacia adelante.
Toda la acción transcurre en un living, algo abandonado como la vida de Renzo, que detesta la vitalidad de la luz y el aire, y desde un fuera de campo situado en la cocina o en alguna pieza, desde donde a veces llega la voz de la hija en la continuidad de una discusión. Renzo, casi en toda la obra, permanece sentado en el sillón de la sala, desde donde recibe al público mientras se acomoda en la platea, sin el más mínimo interés por moverse o accionar en algún sentido.
La dirección de Lumerman («La vida sin ficción», «El amor es un bien», «El amo del mundo») es precisa, económica, en un punto austera, con el fin de que el texto (la conversación que se entabla entre hija y padre) fluya en la dirección correcta, y eso, si pudiera parecer poco es muchísimo porque logra condensar todo lo no dicho de un texto que sugiere tristezas insondables.
La conversación entre padre e hija es un contrapunto constante, que comienza siempre con un fondo de malestar que, aunque oculto, subyace y se va filtrando hasta que estalla, un lugar desde el que recomponen como pueden la situación y vuelven a transitar nuevos motivos de diálogo que vuelven a estallar en una nueva pequeña crisis, porque el fondo nunca está resuelto.
«Durante tantos años de profesión me tocó transitar por una avenida y ahora estoy yendo por otra, completamente distinta, que me da la posibilidad de hacer, por primera vez, un personaje en un lugar que es como el living de tu casa, con mucha gente cerca, y la sensación es una maravilla», contó el actor a Télam en una entrevista previa al estreno en una acertadísima descripción del desafío que decidió asumir con una carrera recontra consolidada y en un trabajo donde priman la calidad, la entrega, la decisión de aprender y de seguir actuando.
«Quieto», que tiene vestuario de Paola Delgado; escenografía de Rodrigo González Garillo, iluminación de Matías Sendón; asistencia de producción de Lola López Menalled; asistencia de dirección de Fabiana Ferrada y producción general de Nün Teatro Bar se puede ver en la sala de Juan Ramírez de Velazco 419 los viernes a las 21 y los sábados a las 18. Las entradas se adquieren a través de la página Alternativa Teatral.